La inteligencia colectiva debería ser una habilidad “individual” imprescindible, un auténtico “superpoder del siglo XXI”. ¿Por qué? Porque -creo que- la inteligencia colectiva es esencial para resolver la complejidad del presente y del futuro en que viviremos. Ese era mi marco mental antes de leer ‘El libro de la inteligencia colectiva’ de Amalio Rey, después de leerlo, más.

¿Cómo leerlo?

Hecha la introducción acerca de la temática del libro, y antes de entrar en el contenido, tan solo un par de observaciones acerca de su lectura. Este libro es el resultado de un largo viaje de aprendizaje de ¡10 años! Por eso es fácil entender que no es un libro de lectura de fin de semana.

Mi recomendación es que hay que “trabajarse” el libro. Cada uno con sus métodos (en mi caso señaladores de páginas, post-its para anotar y lápiz). Hay que leerlo a “sorbitos” anotando pasajes o afirmaciones en las que discrepas, estás radicalmente a favor o totalmente en contra. Porque el autor, no busca ni complacer ni pontificar. No elude las críticas y diría que busca un diálogo genuino, no impostado, con feedback real.

A quién recomiendo su lectura

A todos aquellas personas que les preocupe nuestro futuro y deseen aprovechar la oportunidad que nos brinda la inteligencia colectiva. También a aquellos que quieran entender por qué las mismas personas, con distintos métodos para ponerse de acuerdo, pueden alcanzar resultados tan diferentes. Es una inversión de tiempo, rentable y más que justificada.

A todos aquellos que disfruten de libros argumentados, justificados con gran cantidad de referencias y, sobre todo, que disfruten de ejercicios corales. Este libro es un ejemplo ilustrativo de inteligencia colectiva.

He realizado una selección muy personal de fragmentos e ideas que me llevo de una primera lectura (sí, este es un libro para releer y consultar).

El propósito de El libro de la inteligencia colectiva

El autor avisa “si el lector busca diagnósticos rotundos o respuestas definitivas, este no es su libro. Ser categóricos es arriesgado en cualquier ámbito, pero en este aun más”. Y se declara optimista “de verdad creo que las oportunidades que existen en el espacio colectivo son inmensas y resulta inaceptable desaprovecharlas

Empiezo con una frase, a modo de propósito del libro, para enmarcar: “Todos podemos y debemos participar en el diseño del tapiz colectivo, dejar de comportarnos como marionetas para adueñarnos de los hilos que nos unen”

El autor centra tanto el marco relacional, como en “las enormes posibilidades del aprendizaje compartido”… “donde se encuentra el mayor margen de mejora de nuestra inteligencia

A continuación, algunas ideas que me llevo:

Lo colectivo no siempre funciona

El libro no es un compendio de recetas mágicas. A nuestro alrededor hay iniciativas sobre inteligencia colectiva, pero son muy pocas las que consiguen ser exitosas. En realidad, el autor se propone el reto de descifrar por qué muchas organizaciones son menos inteligentes que las personas que lo forman.

¿Hay más ineptitud colectiva que aptitud? ¿Es solo “culpa” de un mal diseño (o no-diseño) de las arquitecturas participativas?

El autor parece justificar que la “ineptitud grupal hace más ruido, es más noticiable y tal vez por eso recibe más atención”.

Definiciones de Inteligencia Colectiva

Hay diversas definiciones sobre ‘inteligencia colectiva’, algunas de ellas que destacan por su simplicidad y sencillez: “IC como aquella que surge de las personas que hacen cosas juntas” o la elegante “Inteligencia colectiva es saber escoger

Rompiendo mitos: “Es un mito que los colectivos siempre consigan mejores resultados que sus miembros más capaces por separado como algunos aseguran”.

Rarezas: “las inteligencias colectivas, acumulativas, diacrónicas, que son el resultado de conectar conocimientos y experiencias a lo largo del tiempo

La relación tensa entre lo individual y lo colectivo

Elegir lo colectivo no debe confundirse como una opción política. El ejemplo de ‘Yo, el lápiz’ de Leonard E. Read me parece muy atinado para describir “la complejidad que hay detrás de un objeto tan sencillo como un lápiz de grafito, la multitud de componentes (cedro, laca, grafito, cera, pegamento,..) y de individuos con distintos oficios, ignorantes todos de las labor de otros (mineros, transportistas.. que intervienen en su fabricación”.

El autor insiste en no verse atrapado en la típica pataleta “liberal versus colectivista” con la comparativa de la inteligencia conectiva (que expande la inteligencia individual a través de las conexiones, creadas y gestionadas por cada persona) versus la inteligencia colectiva (que amplifica la inteligencia social o su capacidad para vivir en sociedad a través de lógicas articuladas desde lo colectivo). Acercamientos que al final contribuyen, de manera más o menos directa, a desarrollar la sociedad red.

La inteligencia colectiva como anti-Ego

El autor no la afirma de esta manera, pero es mi interpretación. La tendencia a atribuir el éxito de un grupo al mérito de individuos concretos genera un efecto perverso que alimenta el relato habitual del héroe por encima del grupo. Vivimos inmersos en un contexto cultura que resalta el “héroe” permanentemente, el autobombo y el narcisismo.

Las personas con mentalidad de construir comprenden que su inteligencia puede aumentar desde el aprendizaje colectivo, no le tienen miedo a los retos y si son líderes facilitan el colectivo más allá del ego.

Los inconvenientes de lo colectivo

Lo colectivo no siempre es lo mejor. Aunque en algunos momentos parece que el autor recurre al comodín de “la estigmatización de lo colectivo”, no rehúye sus inconvenientes. Y lo dice tal cual: Hay que tener en cuenta que a veces seguir a la mayoría es un error. Ya sea por la presión informacional (ignorar tu vista de vista individual porque “no es posible que tanta gente esté equivocada”). O por la “presión social” (necesidad de aceptación y espíritu de tribu).

No esconde nada, ni la tiranía de lo colectivo (los patrones estéticos dominantes son un producto de la inteligencia colectiva); ni la facilidad para manipular (el efecto rebaño). Tampoco cuando el comportamiento del grupo es tan profundamente incompetente, algunos lo llaman “estupidez colectiva”. Tenemos ejemplos de ello, desde la Santa Inquisición, el apartheid en Sudáfrica o situaciones más próximas como ciertas convenciones sociales que “obligan” a vestirse con traje y corbata en verano…

La falta de diversidad cognitiva deteriora la inteligencia colectiva, ya sea por la sobre influencia de unos pocos o el poder de los hiperlíderes.

Quizás me faltó que fuera más explícito en cuestionar la moralidad de lo colectivo. ¿Quizás su aparente superioridad moral?

El antídoto del gregarismo

La “colectivo” no es gratis y, paradójicamente, exige un esfuerzo a nivel individual. Como señala Amalio, “comprometerse con lo colectivo no obliga a renunciar a la individualidad”. Si no hay pensamiento independiente los sesgos se verán exagerados y sin contrapesos. El único antídoto es la responsabilidad individual. Y no se trata de una paradoja, es un requisito imprescindible. En realidad, apostilla el autor, “la acción colectiva es auténtica, cuando las personas actúan como entes autónomos, sin coerción ni control centralizado”.

Los retos individuales también son colectivos

El autor defiende que “el relato comunitario se ha desvanecido” en favor de la “burbuja individualista”. Quizás, como apunta Amalio, la obsesión resultadista conduce al descuido de los procesos. La democratización de la tecnología no está exenta de contradicciones y paradojas. Como apunta Lipovetsky “nos sentimos más autónomos, pero también (colectivamente) más frágiles”. Irónicamente, que Internet tenía que ser una poderos herramienta colectiva “ha acabado sobre excitando la autopromoción y el autobombo”.

Más allá de la constatación que vivimos en una sociedad egocéntrica e infantil, la cultura de lo individual está en auge, quizás como apunta el autor, la explicación hay que buscarla en las emociones y no tanto en dar sermones ni posicionar lo colectivo como moralmente superior.

Ilusión del conocimiento

Me pareció muy interesante el concepto de “ilusión del conocimiento”, o sea, creernos que somos individualmente más sabios que lo que realmente somos”. Como afirma el autor, “somos individuos más ignorantes de lo que creemos que somos, pero colectivamente más sabios”. Estamos “en el interior de nuestra burbuja individual pero el cerebro colectivo está siempre ayudándonos a mitigar nuestra ignorancia individual”.

Solo lo colectivo soluciona lo complejo

No hay “contradicción política” entre lo individual y lo colectivo, Amalio la zanja de manera contundente con una referencia de Javier Recuenco: “no hay soluciones posibles a problemas complejos desde el individualismo, ya que la naturaleza de los retos que hoy afronta el ser humano excluye casi por completo la posibilidad de abordajes distintos a los de una orquestación cognitiva que resulte en una inteligencia colectiva”.

Dos conclusiones: la IC es ideal para los sistemas complejos y “el éxito nunca es exclusivamente individual”.

Cómo medir la inteligencia

Para empezar, es importante diferenciar la ‘Inteligencia’ (capacidad general que permite resolver problemas, pensar de modo abstracto, comprender ideas complejas y aprender de la experiencia) no es lo mismo que conocimiento (lo que sabe una persona sobre un tema determinado)

Hay que dejar claro, tal como apunta el autor, “que resulta imposible medir la inteligencia colectiva de un grupo que actúa en condiciones reales, es decir, fuera del laboratorio. No existe un sistema fiable”. Aunque “sí se puede proponer un marco para evaluar o interpretar el grado de inteligencia de un grupo”.

Hay algunos criterios para evaluar la inteligencia de un grupo. El primero de ellos es la capacidad de aprendizaje. También la resiliencia y la versatilidad o polivalencia para realizar de forma efectiva un gama amplia de actividades.

Ingredientes de éxito de la inteligencia colectivo

El cómo es importante: En palabras de Clay Shirky “cuando mejora la habilidad de un grupo para comunicarse, cambia el tipo de cosas que pueden hacer”. En realidad, según el autor, la inteligencia colectiva es un desafío de diseño. Que tiene que ver con los retos que elegimos (que den más juego, que requieren tareas interdependientes); quiénes y cuantos participan (cantidad, calidad, a diversidad de los participantes…); el propio diseño de la interacción; el propio relato del proyecto (que contribuirá más o menos a la motivación colectiva y las “dinámicas bien engrasadas”). Como veremos más adelante, las emociones y las actitudes son esenciales. La confianza, el talante la motivación son muy importantes y pueden tener más incidencia que la capacidad intelectual.

La inteligencia grupal “depende de una buena como combinación de lo efectivo con lo afectivo”. Efectivo en el sentido de Peter Drucker (“hacer bien las cosas correctas”). Pero, como señala Amalio, el management ha descuidado el impacto que tiene la afectividad. “Cuando en la persecución de un objetivo común, el grupo consigue complementar la efectividad con una cultura del cuidado de los otros, la inteligencia se dispara”. Y es que ya sabemos que el comportamiento irracional, tanto positivo como negativo, impacta claramente en la afectividad.

Como apunte, esta frase: “Elegir bien las metas es un rasgo de sociedades inteligentes” del filósofo José Antonio Marina. Y finalmente, salta la sorpresa: “Es más fiable evaluar la inteligencia colectiva por la calidad del proceso que por el resultado”.

Amalio resume de manera gráfica la fórmula de la inteligencia colectiva:

Fuente: El libro de la Inteligencia Colectiva

Los atajos y la asertividad tecnológica

Como señala el autor “internet es una tecnología cognitiva”. En realidad “ha transformado lo colectivo, lo ha situado en un estadio más accesible, más presente y tangible”. La “frontera entre lo individual y lo colectivo se ha desdibujado en favor de un modelos híbridos”.

Las ventajas de la tecnología ya las sabemos, su escalabilidad… pero también sus posibles efectos perversos. El autor apunta algunos: la tecnología es un atajo permanente, ya sea un incremento de productividad o una diversión fácil, es detrimento de la reflexión. “Los sesgos cognitivos son atajos -para ahorrar energía mental- pero sabemos que no esforzarse en pensar empobrece el juicio y provoca errores absurdos”.

Si la tecnología es el atajo más eficaz que existe”, implica que vivimos en un contexto que hace que nuestras vidas se aceleren progresivamente. Como sentencia Amalio es un circuito demencial de precipitación inducida”.

Amalio introduce un enfoque crítico de “asertividad tecnológica, o sea, un mejor discernimiento de por qué y para qué (no usamos la tecnología)”. Un diseño ético de la tecnología que no entre en contradicción con el impacto positivo a nivel individual y social. Que es una forma elegante de pedir que los objetivos de los grandes monopolios digitales no entren en conflicto con hacer el bien a quien lo usa.

El Afecto como elemento clave para una sociedad convivial

Amalio formula lo que él denomina como “inteligencia colectiva enriquecida” cuando “un conjunto de personas aborda de manera intencional retos comunes mediante procesos que son efectivos y afectivos”. La “afectividad” es un cajón en el que cabe “interacciones significativas frente a los automatismos”, “más síntesis y menos perdedores” y “el impacto (ético) en otros grupos”.

Al fin y al cabo, si analizamos la naturaleza humana, el impulso espontáneo de querer colaborar con otros es una mezcla de razón y, especialmente, de emoción. “Nuestra búsqueda obstinada de la eficiencia margina los afectos de la cultura organizativa” (Albert Cañigueral dixit). En un mundo que ya empieza a identificar la resiliencia como poderosa habilidad y reconocer el valor de la fragilidad como una ingrediente esencial para “afectivizar” los proyectos.

El autor introduce la “conviviliadad” como un concepto que sintetiza “la calidad de nuestras relaciones, nuestra habilidad para relacionarnos de forma harmónica”.

Por tanto, es rotundo en cuanto al afecto: es imprescindible. La duda es ¿cómo escalarlo? Porque como afirma Amalio: “no hay inteligencia colectiva genuina sin afectos y, por lo tanto, no se trata de discutir si es posible o no hacer ese escalada. Simplemente, hay que hacerlo”.

Y efectivamente, el autor propone cuatro estrategias concretas, que enumeraré, que no detallaré (para eso hay que leerse el libro): Institucionalizar los afectos; aprovechar la energía afectiva de las iniciativas autoorganizadas; sembrar nodos de activación y embeber de afectos los dispositivos mediadores.

PD. Este libro ayudará a entender por qué las mismas personas, con distintos métodos para ponerse de acuerdo, pueden alcanzar resultados tan diferentes.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

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