Los Google, Facebook, Amazon, Apple son los monopolios digitales. Representan, en palabras de Robert McChesney en ‘Desconexión digital’, la mejor demostración de capitalismo monopolista en que se ha convertido en Internet. Convertido mayoritariamente en un instrumento de acumulación para el gran capital, la creación y desarrollo de mercados cerrados, propietarios e incluso monopolísticos, y un intento de control sobre las sociedades contemporáneas. El negocio de estos gigantes digitales se centra en establecer sistemas propietarios, en los que controlan el acceso y los términos de la relación.

Existe una minoría de ricos y probablemente una de las cuestiones que menos se menciona es la peligrosa concentración de dinero y poder. Lo de Jeff Bezos como hombre más rico del mundo no es una anécdota.

Peter Thiel, fundador de PayPal y uno de los personajes más venerados por el mundo emprendedor, defiende sin rodeos la búsqueda de nuevos monopolios creativos o digitales. De hecho, aconseja que “si se quiere crear y capturar valor de manera perdurable, no se cree un negocio indiferenciado de productos básicos, y se cree un monopolio que permita establecer sus propios precios, pues, bajo competencia perfecta, en el largo plazo, ninguna compañía percibe beneficio económico relevante”.

También argumenta que estos monopolios ofrecen a los clientes nuevas opciones que antes no existían, hasta el punto de afirmar que son poderosos motores que ayudan a la sociedad a mejorar. La historia del progreso es, según su perspectiva, una evolución de negocios monopolísticos cada vez mejores que van reemplazando a los titulares de monopolios anteriores. Por tanto, según Thiel, el monopolio no debe considerarse como una patología o una excepción, sino la condición de todo negocio de éxito. En el que el ganador se lo lleva todo. ¿Qué es ese “todo”?

Mientras esto pasa, las grandes ciudades se pelean -literalmente- para que las grandes empresas instalen algún centro de trabajo en su ciudad. Generan riqueza, aunque no sé si muy bien distribuida, y también crean empleo. Muchas veces cualificado (centros de desarrollo, investigación…), otras simplemente empleo (almacenes, logística, soporte telefónico,.).

Todo esto tiene luces y sombras. Que estos grandes colosos digitales aprovechen las industrias ineficaces me parece bien. Pero como dice Douglas Rushkoff, que se apropien de una parte sustancial de la riqueza ya no tanto. Y mucho menos, que en ese afán desproporcionado de crecimiento no devuelvan a la sociedad casi nada de lo que le quitan.

Es cierto que estos reinados digitales son temporales. Como apunta Javi Creus, los monopolios digitales son solo una fase transitoria de la explosión digital. “Es normal que en una fase de expansión las especies invasoras ocupen todo el terreno y sirvan de punta de lanza para el desarrollo de un ecosistema más diverso y complejo. A medida que las organizaciones se hacen más grandes también se hacen más vulnerables, y la velocidad de cambio es realmente grande. Olvidamos frecuentemente que Google fue el 17 entre los grandes buscadores, que Yahoo perdió su posición de un día para otro o que Microsoft e Intel no supieron subirse a la revolución móvil”.

La pregunta quizás no sea ‘hasta cuándo’ sino ¿hasta cuándo podremos aguantar?

Post relacionados: