Con un recién inaugurado verano ‘oficial’ se acerca uno de los mejores momentos del años para hacer un stop&go y tomar con un poco de perspectiva la realidad que nos envuelve. Aunque conviene no perder de vista nuestra brújula. La incertidumbre, con sus señales contradictorias y espejismos, crece cada día que pasa. No hay que renunciar al viaje, pero conviene aprenderse la ruta y escoger bien a los compañeros.

Disfrutamos de los días más largos del año, pero la luz no ha crecido en la gente. Demasiadas caras apagadas, rostros en la penumbra. Observo un miedo persistente en la gente. Es angustia. La idea de estabilidad es una utopía del pasado y nuestro sistema operativo chirría, sufrimos porque no nos educaron para esto.

El ‘cisne negro’ de Taleb se me aparece con asiduidad. La incertidumbre ya forma parte inseparable de nuestra sociedad. El impacto de lo impredecible nos acecha y su huella es muy importante. Todos estamos expuestos a sus consecuencias, sean positivas en forma de oportunidades para empresas o personas, pero también negativas con un incremento notable de las posibilidades de desestabilización de nuestro sistema económico y político por eventos impredecibles.

Recordemos la erupción del volcán en Islandia como un ejemplo de ‘cisne negro’: acontecimiento impredecible, improbable, fuera de los cálculos de los expertos, pero cuyo impacto ha sido enorme. Las compañías aéreas sufrieron, pero el transporte por carretera hizo su agosto. Sólo hay que preguntar a las empresas de alquiler de vehículos o a los taxistas.

Hay sensación creciente vulnerabilidad, eso o que antes teníamos una falsa sensación de seguridad. Ante este panorama no todos reaccionamos igual. Algunos siguen con el miedo dibujado en la cara. Otros esconden la cabeza y buscan cualquier excusa para evadirse de la realidad. Muchos van buscando temblorosos un refugio para la tormenta, aferrándose a un clavo, aunque esté ardiendo. Es la lucha por la supervivencia.

Algunas personas han creado su espacio. Lo están llenando con toneladas de ilusión. Lo viven apasionadamente, sin reservarse nada. La ‘gente normal’ los observa con mirada extraña. Ellos no se inmutan, saben que son incomprendidos y que jamás los entenderán. Son ‘percherones’. Gente tenaz y perseverante. Capaz de trabajar siete días a la semana sin inmutarse. Disfrutan, es su pasión. Eso también marca la diferencia, el talento no lo es todo.

No han notado la crisis, porque llevan instalados en una economía propia de la postguerra, desde mucho antes de la crisis. No desfallecen, ni se quejan. Trabajan duro y encima son perfeccionistas. Autoexigentes. Normal, persiguen un sueño. Pocas cosas hay más motivadoras que escribir e interpretar tu propio guión. En esa película siempre aparecen ‘cisnes negros’, para bien o para mal. Pero para los ‘percherones’ es “su” sueño, esa es la clave.

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