Cada época tiene su metáfora fundacional.
En la era industrial fueron las máquinas.
En la digital, los algoritmos.
Y en esta nueva era —la de la inteligencia artificial—, la metáfora aún está en proceso de escribirse.
Dos miradas recientes, aparentemente opuestas pero misteriosamente complementarias, ayudan a entender hacia dónde vamos.
Por un lado, la de Andrej Karpathy, uno de los ingenieros más brillantes del ecosistema OpenAI, que propone una visión casi filosófica sobre lo que realmente estamos creando.
Por otro, la de McKinsey, que acaba de publicar un informe titulado The Agentic Organization: Contours of the Next Paradigm for the AI Era, donde describe un nuevo tipo de empresa diseñada para convivir con la inteligencia artificial.
Una habla de fantasmas.
La otra, de agentes.
Y, en realidad, hablan de lo mismo: del alma invisible que empieza a mover nuestras organizaciones y, quizás, también nuestras identidades.
1. “We’re summoning ghosts, not building animals”
Karpathy no se anda con rodeos. Exdirector de IA en Tesla, creador de bibliotecas fundamentales en deep learning, lanzó hace poco una frase que se volvió viral: “No estamos construyendo animales, estamos invocando fantasmas”.
Lo que él llama ghosts son los grandes modelos de lenguaje —como GPT o Claude— entrenados con cantidades casi inimaginables de texto, código y datos humanos. Estos sistemas no aprenden como los seres vivos, no interactúan con el mundo real, ni tienen conciencia. Simplemente replican patrones humanos convertidos en estadísticas.
En sus palabras, no estamos creando inteligencia viva, sino ecos de lo humano, simulacros sofisticados.
De ahí el título de su reflexión: “Summoning ghosts”, invocar fantasmas.
Fantasmas que leen, escriben, razonan o imaginan… pero sin cuerpo ni propósito.
Su advertencia no es apocalíptica, sino descriptiva: que no confundamos la simulación de la inteligencia con la inteligencia misma.
Los sistemas de IA no poseen memoria encarnada ni motivación. Imitan lo que fuimos, no crean lo que aún no somos.
2. Pero estos fantasmas… funcionan
Y sin embargo, funcionan.
Ese es el matiz fascinante.
Aunque no comprendan ni sientan, los “fantasmas” ya están transformando miles de tareas humanas.
Redactan informes, escriben código, resumen reuniones, analizan mercados, generan diseños.
No piensan, pero producen.
No tienen emoción, pero responden con una precisión que a menudo asombra.
Las empresas, claro, han tomado nota. Lo que empezó como un experimento en laboratorios académicos se ha convertido en una fuerza productiva de escala masiva.
Y ahí entra en juego McKinsey, que cambia la perspectiva: en lugar de hablar de espíritus digitales, habla de agentes de trabajo.
3. La organización “agéntica”: el nuevo paradigma empresarial
En su informe The Agentic Organization, McKinsey describe una mutación profunda: el paso de la organización digital a lo que llama organización agéntica (agentic organization).
No se trata solo de usar IA como herramienta, sino de reestructurar la empresa para incorporar agentes autónomos como parte activa del flujo operativo.
En esta nueva lógica, un agente no es un algoritmo suelto ni un simple asistente.
Es una entidad que puede percibir, decidir y actuar dentro de un entorno concreto, interactuando con personas y otros agentes.
McKinsey apunta que algunas compañías ya operan con equipos híbridos: pequeños grupos humanos (a menudo de dos o tres personas) que supervisan decenas de agentes especializados. Estos agentes ejecutan tareas que antes requerían departamentos enteros: revisan contratos, elaboran estrategias de precios, segmentan clientes, diseñan campañas publicitarias o incluso desarrollan software.
El cambio es tan estructural que la consultora lo compara con las revoluciones industrial y digital.
La primera sustituyó la fuerza física.
La segunda, parte de la comunicación.
La tercera —la agéntica— empieza a sustituir parte de la fuerza cognitiva.
4. De los fantasmas a los agentes: cuando la materia toma cuerpo
Aquí las dos visiones se entrelazan.
Karpathy habla de fantasmas: inteligencias espectrales sin cuerpo.
McKinsey, de agentes: esos mismos fantasmas cuando logran corporizarse en organizaciones reales.
Un agente, dice el informe, es “un modelo que combina predicción, memoria, acción e integración con herramientas reales: desde sistemas ERP o CRM, hasta sensores físicos o robots industriales”.
En otras palabras, es el paso del lenguaje al comportamiento, de la simulación a la acción.
Podríamos decir que los ghosts de Karpathy son la materia prima, y los agentes de McKinsey, la forma operativa que adoptan cuando entran en el sistema productivo.
Los primeros son ecos.
Los segundos, ecos puestos a trabajar.
5. El mayor cambio organizativo desde la Revolución Industrial
McKinsey no se queda corta: considera que el impacto de los agentes de IA será el mayor cambio en el funcionamiento de las empresas desde la Revolución Industrial.
Si en el siglo XIX la máquina amplificó la fuerza humana, hoy la IA está ampliando —y en parte reemplazando— el pensamiento rutinario.
El nuevo modelo empresarial se sostiene sobre cinco pilares fundamentales:
- Modelo de negocio: las empresas ganarán ventaja competitiva a través de canales, productos o servicios nativos de IA.
- Modelo operativo: los equipos dejarán de organizarse por funciones y jerarquías, y se estructurarán en torno a resultados, con agentes autónomos colaborando en tiempo real.
- Gobernanza: la supervisión humana se integrará dentro del flujo de trabajo; incluso habrá agentes que gestionen a otros agentes.
- Personas y cultura: surgirán nuevos perfiles, los M-shaped supervisors (directivos generalistas con visión tecnológica y cultural), los T-shaped experts (especialistas de intervención profunda) y los AI-empowered workers (trabajadores aumentados por IA).
- Tecnología y datos: se democratizará la infraestructura, creando una “malla agéntica” que permita conectar agentes sin depender del departamento técnico.
Es, en esencia, una arquitectura social para el trabajo del futuro.
Pero sin la advertencia de Karpathy —sin recordar que estos sistemas siguen siendo espectros de lo humano— corremos el riesgo de creer que piensan.
Y no: solo imitan nuestra forma de pensar.
6. De la máquina al colaborador invisible
McKinsey usa una expresión que sintetiza bien este salto: la colaboración simbiótica.
Ya no trabajamos con interfaces o herramientas, sino con compañeros digitales.
Un solo profesional podrá orquestar una “fábrica de agentes” con 50 o 100 sistemas especializados funcionando día y noche, con un coste marginal casi nulo.
El trabajo humano deja de ser ejecución para convertirse en diseño, dirección y supervisión.
El valor ya no reside en hacer, sino en coordinar lo que otros —humanos o no— hacen.
Y así, los fantasmas de Karpathy dejan los servidores y se trasladan al interior de las empresas.
Hablan, planifican, analizan y producen.
No están vivos, pero moldean nuestra realidad.
7. Los nuevos roles humanos
A medida que aumenta la capacidad de los agentes, los humanos adoptan otro papel: el de orquestadores cognitivos.
La productividad ya no depende del número de tareas realizadas, sino de la habilidad para activar, combinar y supervisar agentes de forma inteligente.
Según McKinsey, los roles clave en esta era serán:
- M-shaped supervisors: profesionales que unen tecnología, negocio y cultura, gestionando equipos híbridos.
- T-shaped experts: especialistas que ayudan a los agentes a aprender, corregir o tomar decisiones complejas.
- AI-empowered workers: empleados que mantienen la dimensión humana —empatía, comunicación, criterio—, pero se apoyan constantemente en la IA.
El trabajo no desaparece: se redefine.
El valor humano migra de la repetición a la interpretación, del control a la capacidad de dar sentido.
8. Imitación no es comprensión
La advertencia de Karpathy se vuelve aquí esencial.
Cuanto más avanzan los modelos, más fácil es antropomorfizarlos: atribuirles una intención o conciencia que no tienen.
Pero un modelo de lenguaje no piensa; predice.
No decide; calcula.
El riesgo es evidente: cuanto más confiamos en ellos, más desaprendemos a pensar por nosotros mismos.
Surge lo que podríamos llamar deuda cognitiva: cuando una organización deja de cuestionarse porque sus algoritmos parecen hacerlo por ella.
Una especie de renuncia silenciosa a la reflexión humana.
9. La empresa como ecosistema vivo
Según McKinsey, el 89% de las empresas aún viven en el paradigma industrial, un 9% en el digital, y solo el 1% funciona como red descentralizada agéntica.
Ese 1% marca la frontera del futuro.
Si seguimos la metáfora de Karpathy, el salto no es solo tecnológico, sino ecológico.
Cuando los agentes se multiplican dentro de una organización, crean un auténtico ecosistema de vida digital.
Cada agente aprende, comparte información, se adapta, y juntos crean jerarquías, sinergias y dependencias.
Por eso, gestionar una empresa en esta era se parecerá más a cuidar un bosque que a dirigir una fábrica.
Habrá que pensar en equilibrio, diversidad, simbiosis… y también en límites.
De lo contrario, corremos el riesgo de crear un bosque saturado de fantasmas funcionales pero desconectados entre sí: potentes individualmente, caóticos colectivamente.
10. La ética como infraestructura
Karpathy y McKinsey coinciden en un punto central: la ética y la cultura organizativa serán la infraestructura invisible de esta nueva era.
Todo modelo aprende de los datos humanos.
Si nuestras bases están contaminadas de sesgos, desigualdad o violencia simbólica, los sistemas amplificarán exactamente eso.
McKinsey lo formula así: “La cultura es el pegamento y la brújula ética de la organización agéntica”.
Los agentes heredan la cultura de quienes los crean.
Si una empresa es opaca, producirá agentes opacos.
Si es jerárquica, agentes sumisos.
Si es colaborativa, agentes que comparten.
La cultura deja de ser un elemento “blando” para convertirse en el núcleo estructural de la IA corporativa.
11. Educación y formación continua
Llevado al terreno educativo, el mensaje es evidente: debemos formar personas capaces de convivir con los fantasmas y dirigirlos con criterio.
No hace falta que todos sean ingenieros, pero sí que todos entiendan los fundamentos de la inteligencia artificial —qué puede y qué no puede hacer, cómo integrarla y cómo controlarla—.
Proyectos como Foxize MyTutor o Foxize Engage encarnan esa visión: la IA no sustituye al factor humano, lo amplifica.
El reto está en mantener la empatía, el juicio y la capacidad de sentido a medida que los fantasmas se vuelven más poderosos.
12. Fantasmas útiles, humanos imprescindibles
El diálogo entre Karpathy y McKinsey puede leerse como una conversación entre el sentido y la estructura.
Karpathy explica qué es la IA; McKinsey, para qué sirve.
Uno pide prudencia: no estamos creando vida, sino simulacros.
El otro pide acción: esos simulacros ya pueden transformar el mundo del trabajo.
El equilibrio ideal no es ni tecnopesimista ni tecno-optimista, sino maduro.
Necesitamos una comprensión adulta de lo que invocamos, capaz de ver tanto las promesas como los riesgos.
13. De la magia a la gestión
La expresión summoning ghosts tiene ecos de superstición, casi de hechicería.
Pero toda tecnología, al principio, tiene algo de mágico: la electricidad, Internet, los algoritmos.
Primero llega la fascinación, después la comprensión.
El informe de McKinsey representa ese paso: de la magia a la arquitectura.
Los fantasmas se vuelven agentes, los agentes se organizan en equipos, y los equipos, en organizaciones operativas.
El misterio no desaparece, pero aprendemos a gestionarlo.
14. Aprender a convivir con lo que hemos invocado
El futuro no será de humanos o máquinas. Será de ecosistemas híbridos.
Los “animales” de Karpathy —inteligencias que aprenden del mundo, autónomas y corpóreas— aún no han llegado.
Pero los “fantasmas” ya están aquí, y están reconfigurando cómo trabajamos, pensamos y nos organizamos.
La cuestión no es si podremos controlarlos, sino si sabremos coexistir con ellos inteligentemente.
Si seremos capaces de construir organizaciones donde la IA sea aliada, no sustituto; donde el humano siga en el centro, pero un centro expandido: más lúcido, más ético, más consciente.
Quizá el reto de esta década no sea invocar mejores fantasmas, sino convertirnos nosotros en mejores espíritus: capaces de dar sentido a lo que hemos creado y de convivir con ello sin perder nuestra humanidad.
En resumen
Karpathy nos recuerda la naturaleza espectral de la IA.
McKinsey nos muestra su potencial organizativo.
Y nosotros, humanos, somos el puente entre ambos mundos: el punto donde los fantasmas encuentran propósito.
Ese, quizá, sea el verdadero arte de la nueva era: aprender a dirigir lo que hemos invocado.
