Hoy lanzo una reflexión respecto al rol de las teles públicas. Especialmente en lo que afecta a la industria publicitaria y de los contenidos. Todo por “culpa” y al hilo de un par de conversaciones -inconexas entre si- que he tenido los últimos día, en las que aparecían las teles públicas como protagonistas.

La reflexión de partida es que si, a causa de numerosos factores (fragmentación de audiencias, multiplataforma,…), la tendencia es la pérdida del liderazgo y protagonismo que tuvieron en el pasado, quizás deberían cambiar muchas cosas.

La segunda reflexión es que con el aumento de protagonismo del canal Internet, también en las teles públicas tanto sus webs convencionales como sus propuestas más avanzadas (casos iPlayer de la BBC, o 3alacarta de TV3) esto acabará teniendo una trascendencia que hasta ahora no tenía. Me explico, significa que mi web, que lucha por un pedacito de tarta publicitaria de la misma manera que ellos, se convierte en competencia. ¡Glups!

La pregunta retórica obligada es ¿Por qué tenemos que competir contra ellos? ¿Acaso no los mantenemos con parte de nuestros impuestos? No es demagogia, es preocupación.

Todos conocemos casos que nos resultan próximos. Algunos han sido durante largo tiempo ejemplos a seguir. Han recibido numerosos premios. Aquí y fuera. Podría gustar más o menos, pero eran (algunos todavía lo son) televisiones de calidad que prestaban un “servicio público”.

La incoherencia llega cuando una televisión pública no es capaz –por las razones que sea- de defender su audiencia (otrora su principal argumento) pero en cambio sigue queriendo mantener sus privilegios y su status. Cuando esto sucede, y los resultados ya no les otorgan la razón, el castillo de naipes se derrumba.

El daño ya está hecho. Desgraciadamente se han convertido en grandes distorsionadores del mercado publicitario (atención en período de vacas flacas) llevándose inversión publicitaria que podría haber ido a medios privados.

Tampoco hay excusa fundamental en el terrero de dinamizador de contenidos. Siguen interpretando su dominio y posición de fuerza, comprando contenidos según unos criterios más que discutibles, pero en cambio no han actuado con suficiente energía e interés para dinamizar la industria de contenidos.

Dirán que en realidad no es esa su misión, pero teniendo en cuenta los recursos con los que cuentan, habría sido deseable un cierto rol de locomotora para facilitar el desarrollo (que no el subsidio) de empresas inquietas con ganas de construir y contribuir, a un tejido industrial de contenidos potente.

En este sentido soy pesimista. A medida que estas televisiones públicas compitan por la tarta publicitaria online, la situación empeorará. Entonces, además de afectar a toda una legión de medios privados, estarán poniendo en riesgo un gran número de negocios de Internet que luchan por desarrollar total o parcialmente la explotación publicitaria como principal fuente de ingresos. ¿Es justa esa desigualdad entre lo público y lo privado?

La paradoja -no tan filosófica- es que estamos financiando con dinero de nuestros impuestos, a empresas que luego nos hacen la competencia directa y que –en algunos casos- contaminan el mercado.

¿Sabes qué creo? Que el modelo está agotado. Que las televisiones públicas, tal como las conocemos hoy, están basadas en un modelo obsoleto. Nos cuestan demasiado dinero mantenerlas, no son capaces de retener a la audiencia, distorsionan el mercado publicitario y no son suficientes locomotoras de una industria de contenidos que lo agradecería.

Esto no se aguanta por ningún lado. Entonces ¿Quién pondrá el cascabel al gato? ¿Renunciará la clase política a su gran herramienta de propaganda? Lo dudo pero se aceptan ideas…

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