Llevamos años hablando de cadenas globales de suministro, mercados abiertos y eficiencia a escala planetaria. Todo muy “McKinsey slide” hasta que, de repente, descubrimos que un chip en Taiwán, un puerto en el Mar Rojo o un botón en el Tesoro de EE. UU. pueden parar medio mundo. Esa es, más o menos, la escena donde entra Chokepoints: American Power in the Age of Economic Warfare, de Edward Fishman.

El libro pone nombre a una intuición que muchos ya tenían en la cabeza: la economía global no es un espacio neutro donde todos comercian felices, sino un tablero lleno de cuellos de botella controlados por muy pocos actores. Y el rey de esos cuellos de botella, hoy, sigue siendo Estados Unidos.
Qué demonios es un “chokepoint” en 2025
La idea original de “chokepoint” viene de la geopolítica clásica: estrechos, canales, pasos obligados por donde pasa el comercio mundial. Quien controla esos pasos, manda. Fishman traslada el concepto al siglo XXI y lo aterriza en tres grandes frentes que nos tocan de lleno:
- Finanzas: el dominio del dólar, la capacidad de decir quién juega y quién no en el sistema bancario global, y la influencia sobre infraestructuras como SWIFT.
- Tecnología: semiconductores, software de diseño, equipos de fabricación… piezas muy concretas sin las cuales la economía digital simplemente no funciona.
- Energía y suministros críticos: desde el petróleo y el gas hasta minerales raros o componentes hiper-especializados.
Lo interesante no es solo que existan estos cuellos de botella, sino que se han convertido en herramientas de presión política de primer nivel. Ya no se trata solo de “poner sanciones”, sino de cerrar el grifo exacto que más duele al otro.
Estados Unidos y el poder de cortar el grifo
Fishman conoce el tema desde dentro: estuvo en el Departamento de Estado y ha visto de primera mano cómo Washington ha ido afinando el uso de la economía como arma. Lo que antes era un recurso excepcional —sanciones puntuales a un país concreto— se ha convertido en algo casi rutinario.
El menú, simplificado, sería algo así:
- Te puedo echar del club del dólar: sin acceso al sistema financiero en dólares, hacer negocios a escala global se vuelve casi imposible.
- Te puedo bloquear la tecnología que necesitas: chips avanzados, maquinaria crítica, software sin el cual tu industria se queda en los 90.
- Te puedo cortar la inversión: menos capital, menos socios, menos know-how entrando en tu economía.
El libro repasa episodios recientes —Irán, Rusia, China, Ucrania— para mostrar cómo estas palancas se han usado, ajustado y sofisticado con cada crisis. No hace falta mandar tanques si puedes, literalmente, congelar el sistema nervioso económico de un país.
El lado oscuro del dólar y de los chips
Hay dos grandes “superpoderes” que sobresalen en el libro: el dólar y los semiconductores.
El dólar sigue siendo la sangre de la economía global. Aunque haya debates sobre desdolarización, monedas alternativas y demás, la realidad es que la mayoría de grandes transacciones, reservas y contratos importantes siguen pasando por ahí. Eso significa que, en algún momento del proceso, tocan infraestructura bajo jurisdicción estadounidense. Y, por tanto, potencialmente controlable.
Con los chips pasa algo parecido. La fabricación está repartida, pero muchos de los elementos clave —propiedad intelectual, herramientas de diseño, equipos de litografía— están en manos de empresas y marcos legales occidentales. Con unas cuantas normas bien diseñadas, puedes decidir quién accede a qué nivel de tecnología y quién se queda un par de generaciones por detrás.
Si cruzas ambos mundos —finanzas y tecnología—, entiendes por qué el término “guerra económica” ya no suena exagerado.
El riesgo de pasarse de frenada
Fishman no escribe un panfleto triunfalista sobre el poder americano. De hecho, gran parte del libro es una advertencia. Porque usar estos chokepoints todo el rato tiene efectos secundarios.
Por un lado, empuja a los demás a buscar alternativas. Si eres un país que ve cómo alguien tiene la mano en tu interruptor, tarde o temprano intentas diversificar: otras monedas, otros sistemas de pago, otras rutas, otros proveedores. No es inmediato ni limpio, pero la dirección es clara: fragmentación del sistema global.
Por otro, banaliza el uso de sanciones y vetos. Si cada crisis se responde “cerrando algo”, se multiplican los daños colaterales sobre empresas, ciudadanía y economías que estaban en medio sin comerlo ni beberlo. Y se genera una sensación de arbitrariedad que erosiona la confianza en el propio sistema.
La pregunta incómoda que sobrevuela el libro es: ¿hasta qué punto el uso intensivo de estas palancas puede acabar debilitando el mismo orden económico que le ha dado a EE. UU. ese poder desproporcionado?
Qué significa todo esto para los que no mandamos en Washington
Podría parecer que Chokepoints va solo de alta geopolítica, pero en realidad habla de nuestro día a día, especialmente si te mueves en empresas, startups o instituciones conectadas al mundo.
Algunas cosas que cambian la forma de mirar el entorno:
- Cumplimiento, banca, localización de datos… ya no son solo “cosas de legales” o de IT. Son decisiones geoestratégicas en pequeño que pueden dejarte expuesto si el viento cambia.
- Las cadenas de suministro ultra-optimizadas, que durante años fueron la religión de las operaciones, empiezan a verse como bombas de relojería si dependen de uno o dos chokepoints demasiado lejanos.
- La presión para escoger “bando” tecnológico, regulatorio o financiero se intensificará. No solo para Estados, también para medianas empresas, fondos, universidades o ciudades.
En otras palabras: la globalización versión “todos comerciamos con todos y ya está” ha terminado. En su lugar aparece un mapa lleno de zonas sensibles, puntos críticos y decisiones con mucho más contenido político, aunque las vistamos de “estrategia corporativa”.
Por qué vale la pena leerlo ahora
Chokepoints es un buen antídoto contra dos simplificaciones muy habituales: la de quienes siguen hablando de la economía global como si fuera un mercado neutro, y la de quienes reducen todo a bloques que no se tocan entre sí. La realidad va por otro lado: interdependencia alta, pero atravesada por palancas de poder muy concretas.
Si te interesa entender por qué una decisión en el Tesoro de EE. UU., en Bruselas o en Pekín puede tumbar tu roadmap de producto, tu próxima ronda o tu expansión internacional, este libro ayuda a poner orden en el ruido. No da recetas fáciles, pero sí un marco mental claro: pensar siempre en dónde están los cuellos de botella… y en manos de quién.
A partir de ahí, el reto —para empresas, gobiernos y profesionales— es doble: reducir la dependencia ciega de chokepoints que no controlamos y, al mismo tiempo, no caer en la tentación de levantar muros que nos devuelvan a un mundo de bloques rígidos y poco innovador. En ese equilibrio incómodo es donde se va a jugar buena parte del juego en los próximos años.
