Vivimos un momento incómodo para la economía global: inflación persistente, mercados desestabilizados, desigualdad en aumento. Y entre tanto ruido, una pregunta básica resurge con fuerza: ¿realmente entendemos cómo funciona el dinero?

La respuesta de los economistas Matt Sekerke y Steve H. Hanke, autores del libro Making Money Work: How to Rewrite the Rules of Our Financial System (Wiley, mayo 2025), es clara: no. Y no entenderlo —advierten— tiene consecuencias que ya estamos pagando.

El dinero no es lo que crees

Uno de los grandes méritos del libro es explicar, sin rodeos, cómo funciona de verdad nuestro sistema monetario. Una de sus revelaciones más incómodas: el 80% del dinero en circulación no lo crea la Reserva Federal, sino los bancos comerciales. Cada vez que un banco concede un préstamo, no está reutilizando depósitos: está creando dinero nuevo, literalmente «de la nada», en forma de depósitos bancarios.

Este fenómeno —poco comprendido incluso entre quienes trabajan en el sector financiero— convierte a los bancos en «ahorradores fantasma»: actores capaces de financiar proyectos sin que nadie tenga que renunciar previamente al consumo. Un mecanismo potente… y muy mal comprendido.

Los autores insisten en que esta capacidad de creación de dinero es uno de los grandes hechos olvidados de la economía moderna. No es un mero detalle técnico, sino el corazón mismo del sistema financiero. Sin bancos que creen dinero, la economía no puede crecer.

Y, sin embargo, esta función crítica ha sido ignorada por gran parte del pensamiento económico dominante, que sigue tratando al sistema bancario como si fuera solo un intermediario entre ahorradores e inversores. El libro desmonta esta idea con claridad, revelando una verdad incómoda: los bancos no intermedian, crean.

Una Fed sin brújula

Para entender cómo llegamos hasta aquí, los autores retroceden a 2008. Según Sekerke y Hanke, la gran crisis financiera rompió el sistema monetario, y las políticas posteriores —lejos de repararlo— lo desfiguraron aún más. ¿El gran error? Abandonar la teoría cuantitativa del dinero.

En lugar de vigilar la expansión de la oferta monetaria, la Fed ha centrado toda su atención en los tipos de interés, ignorando el volumen real de dinero en la economía. Una estrategia —argumentan— tan miope como pilotar un avión mirando solo el horizonte, sin mirar el altímetro.

El resultado ha sido una montaña rusa monetaria: durante la pandemia, se inundó el sistema con liquidez, inflando precios de activos como inmuebles o acciones. Luego, cuando la inflación se disparó, se aplicaron subidas agresivas de tipos sin reparar en el daño sobre la economía real.

Los autores señalan que, al ignorar la masa monetaria y centrarse en instrumentos indirectos, la Fed perdió el control sobre los efectos reales de sus decisiones. Y eso se ha traducido en una inflación que castiga a los más vulnerables, alimenta burbujas financieras y aumenta la incertidumbre.

Incluso ahora, mientras los bancos centrales intentan proyectar una imagen de control, los desequilibrios persisten. Making Money Work sostiene que hasta que no se recupere el control consciente sobre la cantidad total de dinero en circulación, no habrá solución sostenible a los males estructurales de nuestras economías.

El espejismo de la estabilidad

Uno de los datos más reveladores del libro: en enero de 2020, los multimillonarios estadounidenses poseían el 14% de la riqueza del país (en relación al PIB). Hoy, ese porcentaje supera el 21%. ¿Qué ha pasado? Una transferencia de riqueza masiva —y perfectamente predecible— resultado de una política monetaria que castigó a la clase media y benefició a los grandes patrimonios.

Durante los años posteriores al COVID, la combinación de tipos bajos, liquidez ilimitada y compras de activos por parte de los bancos centrales disparó el valor de los activos financieros, donde están concentradas las fortunas. Mientras tanto, los salarios se estancaban y el acceso a la vivienda se volvía cada vez más difícil.

El libro lo deja claro: no fue un accidente. Las distorsiones generadas por las políticas monetarias expansivas beneficiaron a unos pocos e hicieron más difícil la vida de muchos. Y cuando se intentó corregir el rumbo, se hizo con brusquedad, provocando aún más daño.

Un sistema bancario atrapado

Los bancos, que deberían ser el motor del crecimiento económico, han sido convertidos en instituciones excesivamente reguladas y con poco margen de acción. Después de la crisis de 2008, la reacción regulatoria —comprensible en parte— acabó yendo demasiado lejos.

Normativas como Dodd-Frank, Basel III y especialmente el Ratio de Apalancamiento Suplementario (SLR), han limitado la capacidad de los bancos para hacer su trabajo esencial: conceder crédito. En lugar de incentivar una banca más prudente pero activa, se les ha obligado a acumular capital incluso contra activos de muy bajo riesgo, como los bonos del Tesoro.

Como resultado, el crecimiento de los préstamos bancarios es anémico, muy por debajo de lo que necesitaría una economía vibrante. Y eso ha tenido un impacto directo en el crecimiento, la inversión productiva y la creación de empleo.

Lo más paradójico, como señalan los autores, es que esta presión regulatoria ha empujado a los bancos a refugiarse en actividades menos útiles socialmente, pero más rentables y menos reguladas: la especulación financiera y la gestión de activos. Así, el sistema financiero se ha alejado aún más de su función principal: financiar la economía real.

Tres patas, no una: una visión más amplia de la política monetaria

La mayoría de análisis se centran en la Reserva Federal. Pero los autores argumentan que eso es un error. La política monetaria —insisten— no puede entenderse sin integrar también la regulación bancaria y la política fiscal. Es un sistema de tres patas, donde cada una afecta a las demás.

Si la Fed expande la base monetaria pero la regulación impide a los bancos prestar, el estímulo se queda a medio camino. Si el gobierno gasta más pero los bancos no canalizan crédito a la economía productiva, el déficit se convierte en deuda improductiva. Necesitamos un enfoque sistémico, no compartimentos estancos.

Este planteamiento no es solo teórico. En el contexto actual, ayuda a entender por qué tantas políticas bienintencionadas han tenido efectos decepcionantes. La política monetaria sin bancos activos es un oxímoron.

Dos reformas estructurales urgentes

Frente a este panorama, Sekerke y Hanke no se limitan a criticar. Proponen dos reformas estructurales claras:

  1. Separar la banca comercial de la banca de inversión. La banca universal ha creado un conflicto de intereses interno: los bancos priorizan actividades financieras de corto plazo con mayor rentabilidad, en lugar de conceder crédito a largo plazo. Dividir ambos negocios —como antes de la derogación de Glass-Steagall— permitiría restaurar el rol esencial de la banca comercial.
  2. Revisar la regulación bancaria. Las actuales ponderaciones de riesgo son, según los autores, mal calibradas, arbitrarias y contraproducentes. Permitir que los bancos utilicen su conocimiento para establecer niveles de reserva más racionales podría reactivar la concesión de crédito sin comprometer la estabilidad.

Estas propuestas, lejos de ser radicales, buscan devolver a los bancos su rol como impulsores del crecimiento económico, permitiendo que la política monetaria vuelva a tener efecto real sobre la economía.

El regalo olvidado de la banca

Una de las ideas más potentes del libro es el reconocimiento de un «regalo» que ofrece el sistema bancario: su capacidad de crear dinero permite financiar inversión sin necesidad de ahorro previo. Es un mecanismo único, no replicable por ningún otro intermediario financiero.

Cuando un inversor compra acciones o bonos, utiliza recursos que ya existen y que, por tanto, no se destinan al consumo. Pero cuando un banco concede un préstamo, está creando poder adquisitivo nuevo, sin necesidad de que alguien deje de gastar. Esta característica, olvidada por muchos economistas y reguladores, es fundamental para entender el potencial —y también los riesgos— del sistema bancario moderno.

En esencia, esta capacidad convierte a la banca en una máquina de crecimiento potencial. Pero si se regula mal —demasiado laxo o demasiado estricto— puede provocar burbujas o parálisis. Por eso, el libro insiste en que el verdadero reto no es eliminar este poder, sino saber usarlo bien.

Voces que respaldan

El libro ha sido recibido con entusiasmo por varias figuras clave. Jacques de Larosière lo compara favorablemente con la obra de Keynes. Charles Goodhart destaca su capacidad para desafiar la ortodoxia monetaria. Harald Uhlig lo califica como una «contribución necesaria y refrescante».

Y no solo los académicos. El Secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, ha puesto sobre la mesa la reforma del SLR como «prioridad máxima», con el respaldo de figuras como Jamie Dimon, CEO de JPMorgan. El debate sobre el papel de los bancos y la política monetaria está más vivo que nunca.

Más allá del diagnóstico: una hoja de ruta para actuar

Lo que diferencia a Making Money Work de otros libros económicos es su combinación de rigor analítico y propuestas concretas. No se limita a denunciar errores pasados: plantea un camino para corregirlos. Y lo hace sin tecnicismos innecesarios, con un lenguaje claro y argumentos sólidos.

El mensaje central es incómodo, pero necesario: la política monetaria se ha descarrilado, y la única manera de recuperarla es volver a poner el dinero en el centro del análisis. Solo así podremos diseñar políticas que no solo estabilicen los precios, sino que promuevan crecimiento sostenible e inclusión.

En este sentido, el libro también plantea una cuestión filosófica: ¿queremos que el dinero esté al servicio de la economía real, o de la ingeniería financiera? ¿Queremos bancos que ayuden a emprendedores, familias y empresas, o instituciones centradas en maximizar rentabilidades para accionistas en el corto plazo?

Una lectura urgente

Making Money Work es más que un ensayo económico. Es una advertencia, una lección de historia reciente, y una propuesta valiente para el futuro. Nos recuerda que el dinero no es un asunto técnico reservado a banqueros centrales: es el motor de nuestras sociedades, y entender cómo funciona es más urgente que nunca.

Para quienes quieran comprender por qué la economía parece haber perdido el rumbo —y qué podemos hacer para corregirlo—, este libro es una lectura obligatoria.

Porque, al final, como decía el famoso ladrón Willie Sutton cuando le preguntaron por qué robaba bancos: «Porque ahí es donde está el dinero». Y, como nos recuerdan Hanke y Sekerke, ahí es también donde empieza la solución.