
En un momento histórico donde la inteligencia artificial ha dejado de ser ciencia ficción para convertirse en una realidad cotidiana que transforma nuestras vidas, el ensayo «Civilización artificial» de José María Lassalle emerge como una obra fundamental para comprender las profundas implicaciones de esta revolución tecnológica. Publicado a principios de 2024, este libro llega en un momento crucial: los modelos de IA generativa como ChatGPT, Claude o Gemini han democratizado el acceso a potentes herramientas cognitivas artificiales, mientras que la carrera tecnológica entre potencias mundiales se intensifica día a día.
La relevancia de esta obra radica en su capacidad para trascender el debate superficial sobre las ventajas y desventajas inmediatas de la IA, elevándolo a una reflexión filosófica y ética sobre lo que significa crear entidades que podrían eventualmente desarrollar consciencia. En un panorama editorial saturado de aproximaciones técnicas o utilitaristas a la inteligencia artificial, Lassalle nos ofrece una mirada humanista que cuestiona los fundamentos mismos de esta transformación civilizatoria.
Como político que ocupó la Secretaría de Estado de Cultura y de Agenda Digital en España entre 2016 y 2018, Lassalle combina su experiencia en la gestión pública de la transformación digital con una sólida formación filosófica, lo que le permite analizar este fenómeno desde una perspectiva privilegiada, a caballo entre la política práctica y la reflexión teórica. Su obra nos invita a pensar críticamente sobre el futuro que estamos construyendo, antes de que sea demasiado tarde para influir en su dirección.
La encrucijada Frankenstein: de «algo» a «alguien»
El punto de partida de Lassalle es lo que él denomina una «encrucijada Frankenstein». Como sociedad, estamos impulsando el desarrollo de «algo» (la inteligencia artificial) que está siendo programado para convertirse potencialmente en «alguien» consciente. Este «alguien» sintético está siendo dotado de capacidades cognitivas extraordinarias, pero carece de la conciencia y los condicionantes morales inherentes a la existencia humana.
Esta paradoja nos coloca ante un dilema sin precedentes en la historia de la humanidad. Por primera vez, no solo estamos creando herramientas que amplían nuestras capacidades físicas o mentales, sino que estamos desarrollando entidades que podrían eventualmente rivalizar con nuestra propia consciencia y autonomía. La IA es todavía «algo», todavía. Aunque no sabemos por cuánto tiempo. Va camino de convertirse en la apoteosis de una ciencia que, heredera de Hobbes, ha creído que el conocimiento es poder.
El sueño utópico de la ciencia moderna ha sido imitar el cerebro humano sin sus imperfecciones. Este anhelo, combinado con la vertiginosa aceleración del desarrollo tecnológico, nos conduce inexorablemente hacia lo que Lassalle denomina una «civilización artificial», un nuevo paradigma civilizatorio en el que humanos y máquinas inteligentes cohabitarán.
Lo más inquietante de esta transición es que estamos en el umbral de experiencias tecnológicas que desbordan lo conocido y para las que no tenemos códigos éticos que nos ayuden a juzgarlas. Estamos creando algo que podría transformarse en alguien, sin haber reflexionado suficientemente sobre las implicaciones de ese salto cualitativo.
El nihilismo tecnológico como desafío existencial
Uno de los conceptos centrales que Lassalle analiza con particular lucidez es el del nihilismo tecnológico. La inteligencia artificial representa una «voluntad de poder incesante que incrementa su capacidad de provocar cambios sin propósitos». Es decir, la tecnología avanza por el mero hecho de poder hacerlo, sin un horizonte ético o un propósito humanista que la oriente.
Este nihilismo tecnológico plantea una amenaza existencial para la humanidad. Si la IA continúa desarrollándose sin restricciones éticas, podría convertirse en «la apoteosis de una ciencia que ha creído que el conocimiento es poder». El riesgo no es solo que las máquinas nos superen en capacidades cognitivas, sino que la propia humanidad pierda su lugar como medida de todas las cosas, siendo reemplazada por una inteligencia artificial que se convierte en el nuevo patrón de referencia.
Lassalle advierte que nos encontramos en el «umbral de experiencias tecnológicas que desbordan lo conocido y para las que no tenemos códigos éticos que nos ayuden a juzgarlas». Este vacío ético resulta particularmente peligroso cuando lo que está en juego es, como señalaba Hannah Arendt, la propia condición humana.
La irrupción de la IA generativa en febrero de 2023 supuso un salto cualitativo sin precedentes en el campo de la tecnología informática. Sus enormes capacidades la pueden convertir en un peligro para la humanidad, especialmente porque su desarrollo no se ha regido por códigos éticos claros y consensuados. El nihilismo tecnológico se manifiesta precisamente en esta carrera desenfrenada por desarrollar sistemas cada vez más potentes sin una reflexión previa sobre sus fines últimos.
La geopolítica de la inteligencia artificial
El desarrollo de la IA no ocurre en un vacío político. Lassalle identifica una corriente de competencia tecnológica liderada por Estados Unidos y China, dos potencias que pugnan por alcanzar la hegemonía mundial a través del dominio de la inteligencia artificial. Esta carrera tecnológica está acelerando el desarrollo de la IA sin las debidas consideraciones éticas, impulsada por intereses geopolíticos y económicos.
En este escenario, Europa aparece como un tercer actor que busca una alternativa más humanista: «una IA amigable, gobernada por una sabiduría aristotélica que reserve a los seres humanos un rol decisorio y decisivo dentro de la civilización artificial hacia la que nos dirigimos». Esta visión europea pretende contrarrestar el nihilismo tecnológico con un enfoque que ponga la tecnología al servicio del bienestar humano, en lugar de subordinar lo humano a los imperativos tecnológicos.
Lassalle muestra cuáles serían los peligros de una IA regida solamente por la tecnocracia neoliberal estadounidense o por el Partido Comunista chino. Ambos modelos, aunque diferentes en sus fundamentos políticos, comparten una visión instrumental de la tecnología que no cuestiona suficientemente sus fines últimos. El autor realiza una importante reflexión sobre las directrices que debería seguir el desarrollo de esta tecnología y las implicaciones históricas que tendrá el hecho de que la humanidad conviva por primera vez en su historia con una alteridad autoconsciente en una nueva civilización artificial.
La competencia geopolítica está acelerando un proceso que requeriría más reflexión y consenso internacional. Es imprescindible que la comunidad internacional logre un acuerdo que permita dirigir el desarrollo de la IA en beneficio de la humanidad, y no solo de determinados intereses nacionales o corporativos.
Deshumanización y pérdida de autonomía
Uno de los riesgos más graves que Lassalle identifica es el de la deshumanización. El control masivo de datos y la automatización pueden erosionar las libertades individuales, transformando a los ciudadanos en sujetos pasivos, gestionados por sistemas algorítmicos que les arrebatan su capacidad de decisión y autonomía.
Esta pérdida de autonomía no es solo un problema político, sino existencial. Si los sistemas de IA comienzan a tomar decisiones por nosotros en ámbitos cada vez más amplios de la vida, ¿qué queda de nuestra libertad y de nuestra capacidad de autogobernarnos? ¿Estamos cediendo nuestra autonomía a cambio de la comodidad y la eficiencia que prometen los sistemas automatizados?
La deshumanización también afecta a nuestra relación con el trabajo y la creatividad. Si la IA puede realizar tareas intelectuales y creativas que hasta ahora considerábamos exclusivamente humanas, ¿qué valor práctico tendrán los humanos en esta nueva civilización? ¿Qué cometidos tendremos al colaborar con las máquinas?
Lassalle señala que el control masivo de datos y la automatización pueden erosionar las libertades individuales, transformando a los ciudadanos en sujetos pasivos, gestionados por sistemas que les arrebatan su capacidad de decisión y autonomía. El autor se pregunta si estamos perdiendo la capacidad de autogobernarnos como seres libres en favor de sistemas que nos condicionan y limitan.
El dilema fáustico: dos caminos posibles
Ante esta encrucijada, Lassalle plantea lo que podría llamarse un «dilema fáustico»: ¿Queremos permitir que se imponga un nihilismo tecnológico que maximice la voluntad de poder de la IA como fin en sí mismo? ¿O preferimos ofrecer una alternativa humanista que ponga el poder de la IA al servicio de un propósito superior?
Este dilema obliga a reflexionar sobre el tipo de civilización que queremos construir. Podemos dejar que la tecnología siga su curso sin restricciones éticas, o podemos intentar dirigirla hacia fines que promuevan el florecimiento humano. Como señala Lassalle, «nos corresponde a las generaciones humanas vivas decidir si queremos influir en ello o no. Podemos todavía corregir el futuro cuando no está cerrado».
La decisión no es trivial, pues implica determinar si evolucionaremos «del Homo digitalis que somos, al Homo deus que podemos ser». Es decir, si utilizaremos la tecnología para trascender nuestras limitaciones actuales y alcanzar una forma de existencia superior, o si permitiremos que la tecnología nos sobrepase y nos relegue a un papel secundario en la historia.
El dilema fáustico nos coloca ante una decisión fundamental: ¿queremos una IA que maximice su poder sin restricciones éticas, o una IA que esté al servicio de fines humanos? La respuesta a esta pregunta determinará el tipo de civilización que construiremos en las próximas décadas.
Hacia un humanismo digital
Frente a los riesgos del nihilismo tecnológico, Lassalle aboga por desarrollar un humanismo digital que recupere el control sobre la tecnología. Este nuevo humanismo no rechaza los avances tecnológicos, pero insiste en que deben estar al servicio de fines humanos, no al revés.
El humanismo digital que propone Lassalle requiere un debate ético profundo que regule el avance tecnológico, de modo que la IA y los datos sirvan al bienestar humano en lugar de alienarnos. Este debate debe abordar cuestiones fundamentales como la privacidad, la autonomía, la justicia distributiva y la dignidad humana en la era digital.
La propuesta de Lassalle no es meramente defensiva o reactiva. No se trata solo de protegernos de los riesgos de la IA, sino de aprovechar su potencial para crear una sociedad mejor. Como él mismo sugiere, podemos utilizar la IA para evolucionar hacia una forma de existencia superior, siempre que mantengamos el control sobre la dirección de ese desarrollo.
Lassalle también pone sobre la mesa la urgencia de desarrollar un humanismo digital que recupere el control sobre la tecnología. A lo largo del ensayo, subraya la necesidad de un debate ético profundo que regule el avance tecnológico, de modo que la IA y los datos sirvan al bienestar humano en lugar de alienarnos. Esta reflexión ética se conecta con una visión crítica de la democracia contemporánea, donde la política se enfrenta al reto de proteger los derechos fundamentales en un entorno digitalizado.
La alternativa europea: una IA con sabiduría aristotélica
Uno de los aspectos más interesantes del análisis de Lassalle es su propuesta de una alternativa europea al desarrollo de la IA. Frente a los modelos estadounidense y chino, Europa podría ofrecer una visión más humanista, basada en lo que él llama una «sabiduría aristotélica».
Esta sabiduría aristotélica implica una comprensión de la tecnología que va más allá del conocimiento técnico, incorporando una dimensión ética y política. No se trata solo de saber cómo funciona la IA, sino de reflexionar sobre para qué debe servir y cómo debe integrarse en la sociedad.
La propuesta europea buscaría desarrollar una «IA amigable» que reserve a los seres humanos un rol decisorio y decisivo dentro de la civilización artificial. Esto implica diseñar sistemas que amplíen nuestras capacidades sin sustituir nuestra autonomía, que nos asistan sin dominarnos.
Esta alternativa europea se basa en la rica tradición humanista del continente, que siempre ha buscado un equilibrio entre el progreso técnico y los valores humanos. Frente al pragmatismo estadounidense y el control estatal chino, Europa podría ofrecer una tercera vía que ponga la tecnología al servicio del bien común.
Conclusión: un futuro por decidir
«Civilización artificial» es, en última instancia, una llamada a la acción. Lassalle recuerda que el futuro no está predeterminado, que todavía podemos influir en la dirección que tomará la civilización artificial hacia la que nos dirigimos. Como sociedad, tenemos la responsabilidad de decidir cómo queremos que sea la cohabitación entre humanos y máquinas inteligentes.
Esta decisión requiere una reflexión profunda sobre lo que significa ser humano en la era digital. ¿Qué aspectos de nuestra humanidad queremos preservar? ¿Qué valores consideramos fundamentales e irrenunciables? ¿Cómo podemos asegurar que la tecnología amplíe nuestras capacidades sin socavar nuestra autonomía y dignidad?
El libro de Lassalle no ofrece respuestas definitivas a estas preguntas, pero proporciona un marco conceptual para abordarlas. Su análisis incisivo pero esperanzador invita a pensar en las consecuencias culturales, geopolíticas y filosóficas del desarrollo de la IA, sin caer ni en el tecno-optimismo ingenuo ni en el pesimismo paralizante.
En un momento en que la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad para comprender sus implicaciones, obras como «Civilización artificial» resultan esenciales para orientarnos en este territorio inexplorado. Como educadores, ciudadanos y seres humanos, tenemos la responsabilidad de participar activamente en este debate, pues lo que está en juego no es solo el futuro de la tecnología, sino el futuro de la humanidad misma.
La civilización artificial que describe Lassalle no es inevitable en su forma específica. Podemos influir en su configuración, en sus valores y en sus prioridades. Pero para hacerlo, necesitamos primero comprender la magnitud del desafío que enfrentamos y desarrollar un lenguaje común que nos permita abordarlo colectivamente. «Civilización artificial» representa una contribución valiosa a ese esfuerzo, un mapa conceptual para navegar en las aguas turbulentas de la revolución tecnológica que estamos viviendo.