
En un momento histórico marcado por la polarización social, el aislamiento digital y la creciente desconfianza entre personas, la obra “Era de idiotas” del filósofo David Pastor Vico emerge como una voz crítica y necesaria. Esta obra llega en un contexto donde la pandemia ha intensificado tendencias sociales preocupantes: el repliegue hacia lo individual, la sustitución de conexiones humanas por interacciones digitales, y la progresiva pérdida de habilidades sociales básicas, especialmente entre las nuevas generaciones.
La relevancia de este ensayo radica precisamente en su capacidad para articular y dar nombre a malestares colectivos que muchos experimentamos pero pocos se atreven a señalar. En una época donde la autoayuda superficial y el optimismo tóxico dominan las estanterías, Pastor Vico opta por un enfoque incómodo pero honesto: confrontarnos con las consecuencias de haber priorizado sistemáticamente el «yo» sobre el «nosotros». Su análisis no solo diagnostica los síntomas de nuestra desconexión social, sino que propone alternativas concretas basadas en la recuperación de la confianza interpersonal y el fortalecimiento de vínculos comunitarios.
El concepto de «idiota» y su evolución histórica
El provocador título del libro recupera el significado original del término «idiota» en la Grecia clásica, donde no constituía un insulto sino una categoría social específica: el ciudadano que rechazaba participar en los asuntos públicos y se centraba exclusivamente en sus intereses personales1. Esta etimología resulta reveladora: «idiota» proviene del griego «idiotēs», que significa «persona privada» o «particular», en contraposición a quien participa activamente en la vida pública.
Pastor Vico traza la evolución histórica de este concepto. Durante el periodo latino, el «idiota» pasó a ser quien no participaba en la vida política, mientras que en el Medievo se aplicaba a quienes no compartían la idea predominante de Dios. Finalmente, el término adquirió la connotación actual relacionada con una merma psicológica. Esta transformación semántica refleja cómo ha cambiado nuestra percepción de la responsabilidad social a lo largo del tiempo.
El autor argumenta que hoy vivimos en una auténtica «era de idiotas» porque hemos normalizado el individualismo extremo, convirtiendo en virtud lo que antiguamente se consideraba una carencia cívica. Como él mismo afirma en una entrevista: «Nos hemos vuelto tan idiotas que, ahora, nos vemos obligados a reinventar lo obvio, el hilo negro y redescubrir el Mediterráneo. Obvio es que los niños jueguen en la calle y vayan solos al colegio».
La paradoja tecnológica: hiperconectados pero solos
Uno de los diagnósticos más certeros del libro apunta a la contradicción fundamental de nuestra era: disponemos de tecnologías de comunicación sin precedentes, pero experimentamos niveles de soledad y desconexión emocional alarmantes1. Las pantallas que supuestamente nos acercan están creando abismos entre nosotros.
Pastor Vico ilustra esta dinámica con ejemplos cotidianos, como nuestra obsesión por documentar cada momento en redes sociales1. Esa necesidad constante de proyectar una imagen de felicidad termina ocultando el vacío emocional que muchos experimentan en privado. Es una crítica directa y dolorosamente reconocible para cualquiera que haya sentido la presión de estar «bien» frente a los demás, incluso cuando no lo está.
Esta paradoja se manifiesta en múltiples dimensiones. Los adolescentes pasan horas en redes sociales pero reportan sentirse profundamente incomprendidos. Las familias comparten espacio físico mientras cada miembro navega en su propio universo digital. Las relaciones de pareja se inician y terminan con un simple deslizamiento de dedo. El contacto humano directo, con su riqueza de matices no verbales, se desvanece ante la comodidad de la comunicación mediada por dispositivos.
La adicción a las pantallas no solo afecta nuestras relaciones, sino también capacidades cognitivas fundamentales. Como señala el autor, el uso excesivo de tecnologías hace perder «cálculo mental o capacidad de lectura y de comprensión». Estamos creando generaciones con graves déficits en habilidades que durante siglos fueron el fundamento del desarrollo humano.
El deterioro de las habilidades sociales básicas
Quizás uno de los análisis más inquietantes del libro se refiere a cómo las nuevas generaciones están creciendo con graves carencias en su desarrollo social. Pastor Vico advierte que los «nuevos idiotas» serán las generaciones de escolares de Educación Primaria, que están «perdiendo sus habilidades sociales» porque «parece que nos da miedo la calle» y «nosotros mismos no confiamos ni en nuestros vecinos».
Esta realidad contrasta dramáticamente con la infancia de generaciones anteriores, donde los juegos callejeros espontáneos constituían verdaderas escuelas de socialización. En esos espacios informales, los niños aprendían a negociar reglas, resolver conflictos, incluir a otros, respetar turnos y desarrollar empatía. Hoy, como señala el autor, «los alumnos no llegan al colegio en óptimas condiciones, llegan mutilados porque no han desarrollados las habilidades que da el juego con los amigos, como llegar a acuerdos, ser respetuosos».
El miedo generalizado al espacio público y la desconfianza hacia los vecinos reflejan un círculo vicioso: cuanto menos nos relacionamos con nuestro entorno inmediato, más amenazante nos parece. Las actividades extraescolares estructuradas, aunque valiosas, no pueden reemplazar el aprendizaje social que surge de la interacción libre y espontánea entre pares. Como critica Pastor Vico: «Nuestros hijos ven a unos niños 2 o 3 horas una vez a la semana y luego se van a sus casas y no les vuelven a ver».
La pérdida de la conciencia colectiva
«Comenzamos a convertirnos en idiotas cuando asumimos que éramos clase media y no era verdad», afirma provocadoramente Pastor Vico. Esta observación apunta a un fenómeno crucial: la disolución de identidades colectivas que anteriormente proporcionaban sentido de pertenencia y capacidad de acción conjunta.
El autor explica cómo en los años 90, «de repente, grandes barrios obreros pasaron, de un año a otro, a ser de clase media, pero con una casa con el mismo número de habitaciones, sin ascensor y con el mismo coche». Esta narrativa de la «clase media» ha funcionado como un espejismo que oculta realidades económicas más complejas y dificulta la identificación de intereses comunes.
Al perder la conciencia de clase, perdimos también herramientas conceptuales para entender nuestra posición en estructuras sociales más amplias y para organizarnos colectivamente frente a problemas compartidos. Como señala Pastor Vico, «desapareció la conciencia de clase, que es lo que históricamente nos ha permitido desarrollarnos». Esta atomización social no es accidental sino funcional a un sistema económico que prospera cuando los individuos compiten entre sí en lugar de cooperar.
El consumismo como sustituto de conexiones humanas
Otro aspecto fundamental del análisis de Pastor Vico es cómo el sistema económico nos empuja a buscar en el consumo soluciones a problemas esencialmente relacionales y emocionales. Estamos inmersos «en un sistema económico que alimenta el consumismo como solución rápida a nuestros problemas»1. Compramos, poseemos y acumulamos en un intento fútil de llenar vacíos que solo las conexiones humanas auténticas pueden satisfacer.
Esta dinámica se manifiesta en patrones como las compras compulsivas, la búsqueda constante del último modelo de smartphone, o la acumulación de experiencias compartibles en redes sociales pero no verdaderamente vividas. El capitalismo contemporáneo ha perfeccionado el arte de crear necesidades artificiales mientras nos aleja de nuestras necesidades humanas más básicas: pertenencia, reconocimiento y afecto genuino.
La publicidad explota magistralmente esta vulnerabilidad, prometiendo que un producto o servicio proporcionará la felicidad, estatus o conexión que anhelamos. Sin embargo, como señala Pastor Vico, ningún objeto o experiencia comprada puede llenar el vacío de un abrazo auténtico o una conversación significativa.
Propuestas para recuperar nuestra humanidad
«Era de idiotas» no se limita a diagnosticar problemas; también ofrece caminos para superarlos. El subtítulo del libro, «Educar en la confianza para crecer en sana convivencia», revela la importancia que Pastor Vico otorga a la confianza como fundamento de cualquier proyecto de regeneración social.
Educar en la confianza
La confianza interpersonal ha alcanzado mínimos históricos en muchas sociedades contemporáneas. Revertir esta tendencia requiere esfuerzos conscientes para crear espacios donde la confianza pueda florecer. El libro constituye «una necesaria reivindicación de la confianza, la solidaridad y el pensamiento crítico frente al individualismo y la ignorancia».
Pastor Vico hace «un alegato en favor de los vínculos, el tiempo compartido y la comunión como antídoto a esta era de idiotas en la que vivimos todos». Esta recuperación de la confianza implica revalorizar interacciones cara a cara regulares, crear oportunidades para la colaboración intergeneracional y desarrollar mecanismos comunitarios para resolver conflictos.
Fortalecer vínculos comunitarios
El autor aboga por revitalizar espacios de socialización que han ido desapareciendo del paisaje urbano. En este sentido, «reivindica el contacto con el entorno más cercano» como antídoto al aislamiento. Las plazas públicas, los mercados locales, los centros comunitarios y otros lugares de encuentro informal son esenciales para tejer el tejido social.
Reformar la educación
El sistema educativo actual a menudo reproduce y refuerza el individualismo que caracteriza a la sociedad. Pastor Vico propone transformar las escuelas en verdaderos «espacios de socialización» donde se fomente «el trabajo en equipo, como ocurre en países como Finlandia, donde se da clase cuarenta minutos y otros veinte son de trabajo o tutorías, y donde se fortalecen los vínculos de amistad».
El autor enfatiza la importancia de «desarrollar el pensamiento crítico gracias al pensamiento del otro», sugiriendo un modelo educativo donde el diálogo y el debate sean centrales. También advierte contra el uso excesivo de pantallas en el ámbito educativo, ya que «si el niño va al colegio y le ponen una tablet, el efecto legitimador a los padres de mantener la misma pantalla en casa está hecho».
Recuperar la dimensión filosófica activa
Finalmente, Pastor Vico nos recuerda que la filosofía no debería ser un ejercicio abstracto reservado a la academia, sino una práctica vital que nos ayude a cuestionar lo establecido y a imaginar alternativas. Retomando el legado de siglos pasados, donde el filósofo no solo era un analista y crítico de la realidad, sino también un agente de cambio social en la academia y en las calles, Vico asume este papel con irreverencia y pasión.
Una llamada a la acción colectiva
«Era de idiotas» constituye, en esencia, una reivindicación de la confianza, la solidaridad y el pensamiento crítico frente al individualismo y la ignorancia. Su tono provocador busca «remover conciencias» y contribuir a «hacer un mundo mejor».
El mensaje central del libro resuena con particular urgencia en tiempos de crisis múltiples: climática, democrática, sanitaria. Estas crisis no pueden resolverse desde el individualismo que nos ha convertido en «idiotas» contemporáneos. Requieren precisamente lo que hemos ido perdiendo: capacidad de acción colectiva, confianza mutua y compromiso con el bien común.
La obra de Pastor Vico nos recuerda que somos, por naturaleza, seres sociales. Nuestra supervivencia como especie y nuestro florecimiento como individuos han dependido siempre de la cooperación. Al recuperar esta dimensión comunitaria no estamos adoptando un nuevo modo de vida, sino reconectando con lo más profundamente humano que hay en nosotros.
Como afirma el autor, «estamos fabricando animales cada vez menos humanos, solitarios, egoístas, acríticos y manipulables, y yendo contra nuestra propia naturaleza». «Era de idiotas» nos ofrece tanto un espejo donde reconocer nuestras contradicciones como una brújula para orientarnos hacia una sociedad más humana y solidaria. La pregunta que nos plantea es tan simple como desafiante: ¿seguiremos siendo «idiotas» en el sentido clásico o recuperaremos nuestra capacidad de pensar y actuar juntos?