Uno mis objetivos de aprendizaje es tratar de entender mejor el mundo y a las personas. Después de las lecturas de Greene (Las Leyes de la Naturaleza Humana), Lakoff y Haidt (Marcos mentales y manipulación emocional), tenía mucho interés por ‘Los peligros de la moralidad’ de Pablo Malo. Un título que encaja muy bien con la percepción de dictadura de lo políticamente correcto que respiro desde hace tiempo en todos los ámbitos.

El libro no defrauda, su lectura está a la altura de las expectativas del título. Pablo Malo, que es psiquiatra experto en Psicología Evolucionista, ha escrito un libro apoyándose en investigaciones biológicas y en el saber filosófico. Necesario para entender mejor en el mundo en que vivimos. Un libro extraordinariamente bien argumentado y documentado (solo por su bibliografía ya merece la pena).

Aquí os comparto algunas de las ideas que me llevo, pero os recomiendo una lectura sosegada del libro.

La moral es un problema

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Esta es la tesis principal del libro: tenemos un problema con la moralidad en el mundo actual. Para entender el problema que vivimos y tratar de solucionarlo es importante entender cuál es el origen de la moralidad y cuáles fueron las presiones evolutivas que lo formaron y qué función tiene en las sociedades humanas. Expone las principales teorías evolucionistas sobre el origen de la moral y cómo convergen todas en la que la moralidad es un conjunto de soluciones culturales y biológicas para solucionar problemas de cooperación y de convivencia en la sociedad humana. El autor nos descubre que los seres humanos tenemos una plantilla, un modelo cognitivo de serie que nos indica lo que es una transgresión moral y que tiene dos resortes que son la intención y el dolor.

Como explica el autor, las creencias han sido contratadas por el cerebro para una tarea concreta, proporcionar una información precisa acerca el mundo. Necesitamos saber dónde hay leones o si una planta es venenosa (cosas a evitar), también con quien se puede ligar (porque está libre), etc. son “creencia funcionales”. Cuanto más nos ciegue una idea, más necesidad tengamos de hablar de ella, más emociones nos genere, más posibilidades que sea una “creencia social”.

Siguiendo con esa plantilla que nos viene de serie, nos facilita un “encasillamiento moral” de la gente. Donde catalogamos a la personas como agente moral intencional y un paciente moral que sufre (la acción del agente). Y no se puede ser dos cosas a la vez.

El proceso de moralización

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Entender el proceso de moralización es básico para entender el proceso por lo que algo que antes era neutro moralmente (comer carne o fumar) pasa a ser incluido en la esfera moral. La psicología humana es compleja y existen elementos que, aunque no son directamente morales, tiene una especial influencia como son el estatus y la reputación. Necesitamos saber qué lugar ocupan en nuestra mente para luego entender bien los fenómenos del postureo o exhibicionismo moral, o los linchamientos y las cazas de brujas de las redes sociales. Gran parte de lo que hacemos, dice el autor, lo hacemos de cara a la galería para señalar a los demás nuestra virtud. La moral -nuestro sentido del bien y el mal- es una arma de doble filo porque es la causa de todo lo bueno que hay en nosotros y de lo malo. Una de las consecuencia de esto es acaba convirtiéndose en un “separador” de personas: Ellos y Nosotros.

El lado oscuro de la moralidad: Ellos o nosotros

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El lado oscuro de la moralidad se podría sintetizar con “El mundo del Ellos y el Nosotros”. La eterna tendencia a dividir el mundo a causa del tribalismo moral e ideológico. La división del Ellos/Nosotros crea una frontera moral. El tribalismo intrasocietal está poniendo en peligro el propio funcionamiento de nuestras instituciones. La discriminación, el odio y la guerra contra el diferente y el “enemigo” impregnan toda la historia humana. Es necesario entender esta división y su relación con la moral si queremos diagnosticarlo adecuadamente para encontrar una solución. En este apartado dos elementos significativos: la empatía y la lealtad. Una emoción ancestral pero que suele ser una “emoción parroquial”, sentimos más empatía por los “nuestros” que por los “extraños”. El sentido de pertenencia es esencial. En la división Ellos/Nosotros el fenómeno de valor moral de la lealtad está por encima del valor moral de la honestidad. Solo se puede ser leal a un grupo.

La frase de Jorge Wagensberg “Estar a favor une menos que estar en contra” es una síntesis excelente.

Pandemia de moralidad

En la moralidad del mundo moderno uno de los fenómenos de mayor impacto, no es solo el esfuerzo de construir un mundo mejor, sino de el deseo y la necesidad de parecer virtuosos a los demás, de señalar nuestra integridad moral a los otros. Es lo que Pablo Malo define, muy atinadamente, como “pandemia de moralidad”. Esta pandemia tiene muchos ingredientes que conforman nuestro universo moral. La multitud de canales de interacción se han convertido, en sí mismo en capaces de lo mejor y de lo peor. Las redes sociales pueden tener más poder que los (también denostados) tribunales de justicia. Es imposible no pensar en la difamación ritual, la cultura de la cancelación, la cultura del victimismo, el exhibicionismo moral o la hipersensibilidad al daño.

Cultura del victimismo

En Occidente hemos transitado de una cultura del honor (que la reputación de lo que haces sea honorable, se era sensible a los insultos y cada uno se sacaba las castañas del fuego) a un cultura de la dignidad (hay una autoridad fuerte y un sistema legal que funciona y las disputas se resuelven de forma civilizada) a una cultura del victimismo.

El victimismo es, según el autor, una forma de atraer simpatías. Ser víctima confiere un estatus más elevado (se rebaja el estatus del ofensor) de manera que se produce una cierta espiral de victimismo para ver quién es más víctima del que las redes sociales son un amplificador colosal. El auge del victimismo solo se puede entender paralelo a la hipersensibilidad al daño. Ha augmentado la sensibilidad a las experiencias y conductas negativas, y se tiene más en cuenta los daños por omisión, ya no por comisión, acentuándose los criterios subjetivos. El número de personas que se encasillan como víctimas y que pierden su capacidad de ser agentes morales para ser solo pacientes morales. En paralelo hemos visto la dilución de formas cada vez más leves (agresión -> microagresión -> ¿nano agresión?) generando cada vez más acusaciones injustificadas. La caza de brujas y la difamación ritual se han generalizado.

Difamación ritual

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Las difamaciones se han estudiado en profundidad. Siguen un patrón predecible y estereotipado. Su poder reside completamente en su capacidad de intimidar y aterrorizar. No tiene nada de inocente ni casual. Como toda campaña de propaganda y desinformación (todo el mundo debería leer ‘Ciberguerra’ de Yolanda Quintana) es ejecutada mediante la manipulación de palabras y símbolos. Importante: no se usa para persuadir sino para castigar. Su motor es esencialmente emocional. La gente se indigna cuando cree que una norma moral ha sido violada. Las redes sociales son un excelente caldo de cultivo para que se dispare la emociones como la ira, retroalimentándose a base de comentarios, retuits y likes.

Cultura de la cancelación

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Otra de las consecuencias de la indignación moral es lo que el autor llama cultura de la cancelación. Que es el acto de tratar de censurar, silenciar o expulsar al supuesto “agresor moral”. Algo que los medios de comunicación tradicionales han practicado desde siempre. Dentro de esta “epidemia de moralidad”, el exhibicionismo moral contribuye al discurso (o ruido) moral, alimentando muchos egos y vanidades. Las razones por la que la cultura de la cancelación es tan eficaz son: aumenta el estatus social (de quien lo practica) y reduce el de los enemigos; refuerza los vínculos sociales con el «nosotros» y obliga a posicionarse; y produce recompensas sociales inmediatas y gratificantes. Solo hay que pasearse a diario por twitter o LinkedIn para comprobarlo.

Aceleración de la moralidad

Esta epidemia de moralidad o dictadura de la virtud que poco a poco está afectando a todas las esferas de nuestras vidas, no solo la política, sino el mundo laboral, la ciencia, … todo. Y todo esto sucede a gran velocidad. Porque el autor también destaca la aceleración de la moralidad. Nuevos valores son desplazados enseguida por nuevos mandamientos. Cuando cumples con los requisitos aparecen nuevas exigencias a las que responder y adaptarse. Agotador.

A menos religión, más moralidad

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Esta vendría a ser la conclusión. La existencia de esta dictadura de la virtud actual viene del abandono progresivo de la religión tradicional. El argumento es que la Biblia y otros textos religiosos, otorgaban una cierta estabilidad moral. Hasta la aparición de la imprenta la autoridad moral estaba centralizada en la Iglesia de Roma. La secuencia es clara: Primero la imprenta empezó a erosionar (afortunadamente) la autoridad moral de la Iglesia, después los medios de comunicación masivos (que controlaban unos cuantos) y finalmente Internet… que no nos trajo al descentralización que unos cuántos nos imaginábamos (ver La ética del hacker y el espíritu de la era de la información de Pekka Himanen). Por tanto, tenemos dos moralidades: la religión y los medios masivos.

Ganadores del conflicto moral

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La nueva moralidad no es casual, ni aleatoria. Los medios masivos tienen sus propios intereses y abrazan determinados valores. No olvidemos que solo el pensamiento crítico nos hace un poco libres. Los ganadores digitales (ver El negocio digital con nuestra memoria de pez) son las que sacan más provecho del conflicto moral y de nuestras debilidades. La indignación moral vende. Los medios digitales explican en gran parte la gran explosión moral que vivimos. Se amplifica y polariza el contenido moral activa una tecla de la naturaleza humana: hace visible la virtud propia ante los miembros del grupo mientras se trata de deshumanizar a “Ellos”.

La izquierda política

El autor se arriesga, y aunque admite que es difícil generalizar (cito literalmente) “la presión moral en el mundo actual procede principalmente de la izquierda política”. Una afirmación que conecta con la aparición de diferentes movimientos agrupados dentro de la llamada “teoría de la justicia social” que incluye ideologías como la teoría poscolonial, la teoría queer, el feminismo interseccional, estudios de género, el “wokismo”, etc.

La moralización como respuesta de la COVID-19

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El autor también alude a los efectos coadyuvantes de la otra pandemia. Sin duda ha contribuido al proceso de moralización, tal como ha sucedido históricamente con otras pandemias. En cierta medida, se ha pasado de culpabilizar al virus a tratar de culpabilizar a los ciudadanos.

Durante la pandemia hemos podido comprobar como muchos confundían la obligación de la Administración de garantizar atención hospitalaria y seguridad sanitaria, poniendo todos los medios para vacunar cuanto antes a toda la población, con una ausencia absoluta de responsabilidad individual. ¿El resultado? La justificación era que la persistencia de la pandemia era a causa de la irresponsabilidad de la ciudadanía, por tanto, la solución: la responsabilidad personal.

Conclusión sobre ‘Los peligros de la moralidad’

La tesis principal del libro es que la moralidad es un arma de doble filo. Sea cual sea tu moral, tienes un lado oscuro que separa y hace daño a “ellos”. Esto es importante para que miremos con otros ojos a nuestro alrededor y actuemos en consecuencia. Hay algunas recomendaciones prácticas que podemos implantar hoy mismo: ahorrar ese tuit, esa respuesta o ese like. Y sobre todo ser consciente y activar la luz roja de peligro cuando activamos el “modo moral”.  

Imagen de mohamed Hassan en Pixabay

Si la moral afecta a la conducta de los demás (alto riesgo de sufrir de “superioridad moral”), otra de las recomendaciones del autor es alejar la moralidad de la política. La moralidad justifica el statu quo, mantiene estructuras jerárquicas y tiende al autoritarismo. No olvidemos que la moralidad promueve guerras y genocidios. La democracia, dice el autor, requiere una humildad epistemológica que no es compatible con la superioridad moral que genera la moralización. Cuando crees que tus oponentes no están equivocados, que simplemente son el mal, has dejado de política y empezando a hacer religión.

Necesitamos, evolutivamente hablando, satisfacer el hambre espiritual y moral de la naturaleza de nuestra mente moral humana (producto de la evolución) y la necesidad de visibilizar nuestra moralidad. Queda la duda de quién podrá ocupar la función de “marcapasos moral” que tenía la religión. Mientras no tengamos la alternativa, el camino a seguir sugerido es el de la empatía, mejor interacción con “Ellos”, cambiar el lenguaje cuando nos referimos a “ellos”, mayor ejemplo de los líderes, crítica sincera, nadie tiene la última palabra, más evidencias y más ciencia…

Por último, hay que recordar que la moralidad es un medio, no un fin. Pablo Malo lo tiene claro: necesitamos menos moralidad y no más.

Imagen de Tumisu en Pixabay 

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