
En febrero de 2025, la editorial Ariel publicó «Seres sintientes«, un fascinante trabajo de Jackie Higgins que está transformando nuestra comprensión de la percepción sensorial. Este libro plantea una premisa tan simple como revolucionaria: los humanos captamos apenas una fracción minúscula de la realidad que nos rodea, mientras que numerosas especies animales acceden a dimensiones del mundo completamente invisibles para nosotros.
Más allá de los cinco sentidos: una realidad fragmentada
La tradición aristotélica nos ha limitado durante siglos a considerar solo cinco sentidos básicos. Sin embargo, Higgins revela que los científicos contemporáneos debaten sobre la existencia de entre 12 y 33 sentidos diferentes en los humanos, dependiendo de cómo se clasifiquen. El neurocientífico Christian Jarrett, citado en el libro, sugiere que solo la visión humana podría subdividirse en cuatro sentidos distintos si la clasificamos según los fotorreceptores.
Esta revelación resulta inquietante: si hemos simplificado tanto nuestra propia capacidad sensorial, ¿qué otras percepciones estamos ignorando? La respuesta de Higgins es contundente: estamos «anestesiados» frente a la realidad, captando apenas «diez trillonésimas partes del espectro electromagnético» con nuestra visión.
El bestiario sensorial: trece ventanas a mundos desconocidos
La estructura del libro resulta particularmente efectiva al presentar trece ejemplos de animales con capacidades sensoriales extraordinarias. Cada especie funciona como una ventana hacia dimensiones de la realidad que permanecen ocultas para nosotros:
El sabueso, con sus cientos de millones de receptores olfativos, percibe un paisaje de olores tan rico y detallado como el paisaje visual que nosotros experimentamos. Donde los humanos vemos un simple rastro de hierba pisada, el sabueso percibe una compleja historia olfativa con información sobre quién pasó, cuándo, en qué estado emocional y hacia dónde se dirigía.
La araña tejedora de esferas posee ojos que integran espacio y tiempo de manera asombrosa, permitiéndole calcular trayectorias y momentos precisos para capturar presas en movimiento. Su percepción desafía nuestra separación conceptual entre estas dimensiones.
El guepardo, cuya precisión auditiva le permite una coordinación perfecta durante la caza, localiza presas y obstáculos mediante un sistema auditivo finamente calibrado que complementa su famosa velocidad.
Quizás uno de los ejemplos más fascinantes es el camarón mantis, poseedor del sistema visual más complejo conocido en la naturaleza. Este pequeño crustáceo percibe la luz ultravioleta y la luz polarizada tanto regular como circularmente, accediendo a información visual que para nosotros resulta completamente invisible. Su cerebro procesa un espectro cromático tan vasto que supera cualquier tecnología humana actual.
La subjetividad de lo que llamamos «realidad»
Higgins no se limita a catalogar estas maravillas sensoriales, sino que utiliza estos ejemplos para cuestionar nuestra concepción de la realidad objetiva. El color, nos recuerda, «no está ahí fuera en el mundo, sino dentro de nosotros». Esta afirmación se ilustra perfectamente con el famoso debate del vestido de 2015, donde algunas personas veían un vestido «azul y negro» mientras otras lo veían «blanco y dorado».
Este fenómeno demuestra que incluso entre humanos, con sistemas visuales prácticamente idénticos, la percepción puede variar dramáticamente. ¿Qué ocurre entonces cuando comparamos nuestra experiencia con la de especies cuyas capacidades sensoriales difieren radicalmente de las nuestras?
Los mecanismos biológicos de la percepción
El libro explica con claridad los fundamentos biológicos de la percepción. Por ejemplo, describe cómo la visión comienza cuando los fotones de luz atraviesan la pupila hasta alcanzar los fotorreceptores de la retina. Allí, impactan contra una proteína sensible a la luz llamada opsina, desencadenando una cascada de reacciones químicas que culminan en una señal eléctrica transmitida al cerebro.
Sin embargo, Higgins señala una paradoja fundamental: aunque comprendemos estos mecanismos físicos, «los científicos siguen sabiendo muy poco sobre cómo las células nerviosas dan lugar a la experiencia interior: sobre cómo lo tangible se vuelve intangible». Este misterio, conocido como el «problema difícil de la consciencia», permanece como uno de los grandes enigmas de la neurociencia.
Potenciales sensoriales inexplorados
Una de las ideas más provocadoras del libro sugiere que los humanos poseemos capacidades sensoriales que no aprovechamos plenamente. Higgins cita investigaciones que indican que podríamos tener sentidos dormidos o subdesarrollados que otras especies han perfeccionado.
Por ejemplo, algunos estudios sugieren que los humanos podríamos tener una capacidad rudimentaria para detectar campos magnéticos, similar a la que utilizan las aves migratorias para orientarse. Esta capacidad, aunque presente, permanecería mayormente inactiva en nuestra especie por falta de desarrollo evolutivo o cultural.
La conexión entre sensación y emoción
El título «Seres sintientes» juega deliberadamente con la doble acepción de la palabra: ser sintiente implica tanto la capacidad de sentir físicamente (sensación) como emocionalmente (sentimiento). Higgins explora esta conexión fundamental, sugiriendo que nuestra capacidad de experimentar emociones está íntimamente ligada a nuestra capacidad de percibir el mundo físico.
Esta perspectiva tiene profundas implicaciones éticas, especialmente en nuestra relación con otras especies. Si reconocemos que los animales no solo perciben el mundo de maneras complejas sino que también experimentan emociones asociadas a esas percepciones, nuestra responsabilidad hacia ellos adquiere una nueva dimensión.
Una invitación a expandir nuestra percepción
Siguiendo la sugerencia de Richard Dawkins de que «podemos recuperar ese sentido de hallarnos en un mundo nuevo mirándolo de una manera inusual», Higgins nos invita a expandir nuestra percepción a través del conocimiento de cómo otros seres experimentan el mundo.
El libro sugiere que, aunque estemos limitados por nuestra biología, podemos enriquecer nuestra experiencia de la realidad mediante la comprensión y apreciación de las capacidades sensoriales de otras especies. Esta expansión perceptiva no requiere modificaciones físicas, sino un cambio de perspectiva que nos permita imaginar y considerar dimensiones de la realidad que normalmente ignoramos.
Implicaciones para la tecnología y el futuro
Las investigaciones presentadas por Higgins tienen aplicaciones prácticas fascinantes. Los científicos están desarrollando tecnologías inspiradas en las capacidades sensoriales de diversas especies, desde sistemas de navegación basados en la ecolocalización de los murciélagos hasta dispositivos de detección química inspirados en el olfato canino.
Estas innovaciones biomimeticas podrían permitirnos acceder tecnológicamente a aspectos de la realidad que biológicamente nos están vedados, expandiendo artificialmente nuestro rango perceptivo.
La humildad epistemológica como conclusión
Quizás la lección más valiosa de «Seres sintientes» sea la humildad epistemológica. Al reconocer que «percibimos menos de lo que la realidad ofrece», el libro nos invita a cuestionar nuestras certezas sobre el mundo y a mantener una mente abierta ante lo desconocido.
Esta humildad resulta especialmente relevante en una era donde la tecnología nos permite manipular aspectos de la realidad que ni siquiera podemos percibir directamente. Desde las ondas de radio hasta la radiación ultravioleta, interactuamos constantemente con fenómenos que escapan a nuestra percepción inmediata.
«Seres sintientes» nos recuerda que la realidad es mucho más rica, compleja y multidimensional de lo que nuestros limitados sentidos nos permiten experimentar. Y en ese reconocimiento hay tanto una invitación a la curiosidad como un llamado a la cautela: el mundo contiene maravillas y peligros que pueden permanecer invisibles para nosotros, pero no para otras formas de vida con las que compartimos el planeta.