Leía la columna de Lluís Foix ‘Fanatismos en la red’. En el que cuenta que “las guerras del siglo XXI ya no serán exclusivas de los ejércitos, sino que se librarán en los campos de la cultura, las creencias, la desinformación y la propaganda que se difunden instantáneamente por todo el planeta”. Aún considerando acertada su afirmación, me temo que esconde una visión más bien pesimista de la nueva realidad, con un sesgo excesivo a la cara B de la red.

Seamos honestos, la red tiene un efecto democratizador, para lo bueno y lo malo. “Los países más poderosos están en igualdad de condiciones que un grupo de fanáticos”. El reciente caso del fanático religioso, el reverendo Terry Jones, que ha anunciado que quemará cientos de ejemplares del Corán a partir del 11 de septiembre para enviar un mensaje contra el «radicalismo» del Islam, es una prueba de ello. Un fenómeno nacido en la red y que ha encontrado en los medios tradicionales un enorme caja de resonancia.

La red no sólo nos haya traído nuevos canales y herramientas, nos está generando (cada vez más) nuevos comportamientos que aprovechan su poder multiplicador. Nadie está al margen, especialmente las marcas. Cuanto más importante sea y más visibilidad tenga, mayor riesgo. Una enorme multinacional puede tener problemas por la acción de un usuario en la red. Da igual que sea para denunciar una mala práctica, para quejarse por la calidad de producto o simplemente por diversión.

Dejando de lado a descerebrados como Terry Jones, los movimientos de usuarios suelen ser espontáneos, pero pueden acabar organizándose. Algunas reacciones espontáneas pueden brindar excelentes oportunidades a la marca. Hay que saber aprovecharlo, como el caso de aquel consumidor que decidió iniciar un blog (Me faltan letras) para quejarse de la ausencia de las letras «u» y «w» en los paquetes de Sopa de Letras de Pastas Gallo. La acción generó un buzz tremendo (blogs, menéame, prensa, radios…) y la compañía decidió ponerse manos a la obra y atender sus peticiones, mejoró producto y aprovechó repercusión en medios.

En cambio, los  movimientos organizados desde sus inicios son bastante más peligrosos para la marca. Ningunearlos o gestionarlos de forma inadecuada puede acabar generando una crisis importante (caso Greenpeace con KitKat de Nestlé).

El futuro también nos traerá interesantes luchas entre partidarios de una marca u otra. Hasta ahora sólo han sido los primeros escarceos (p.e. los partidos políticos ante unas elecciones), pero es de esperar que esas batallas se recrudezcan y se sofistiquen. Los antecedentes hacen preveer el uso de un complejo arsenal de aplicaciones y legiones de voluntarios y/o asalariados dispuestos a ejercer su influencia, volcar sus opiniones, dar ideas, desbocar su fanatismo… o simplemente recaudar fondos.

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