The Network State llega en un momento perfecto, casi 25 años después de que Davidson y Rees-Mogg anticiparan en El Individuo Soberano la transición hacia una sociedad basada en la información. Balaji Srinivasan publica este libro cuando sus predicciones se están materializando: el trabajo remoto se ha vuelto normal, las criptomonedas sacuden el sistema financiero tradicional y las comunidades digitales tienen cada vez más poder real.

El libro cobra sentido especialmente ahora, cuando la gente confía cada vez menos en gobiernos e instituciones tradicionales, mientras las tecnologías descentralizadas avanzan a pasos agigantados. Si El Individuo Soberano predijo el empoderamiento individual a través de la tecnología, Srinivasan va más allá: propone una nueva forma de organización que nace en lo digital antes de materializarse en el mundo físico.

Lo más provocador del libro es su tesis central: las comunidades en línea pueden evolucionar hasta convertirse en verdaderos estados reconocidos internacionalmente. La idea no suena tan descabellada cuando vemos que algunas redes sociales tienen más usuarios que la población de muchos países, y que la tecnología blockchain ya permite formas de organización que antes eran imposibles.

Srinivasan no se queda en la teoría. Ofrece un plan paso a paso para crear estos nuevos estados, mezclando tecnología blockchain, organización social y teoría política. En un momento donde mucha gente busca alternativas a las estructuras de poder tradicionales, The Network State aparece como la materialización práctica de aquella «cuarta etapa de la sociedad humana» que Davidson y Rees-Mogg vislumbraron.

The Network State with Balaji Srinivasan

La anatomía de un Estado en Red: Una nueva forma de organización social

Imagina una nación que nace en internet antes de existir en el mundo físico. Así es como Srinivasan concibe el Estado en Red: una revolución en la forma de organizarnos como sociedad. A diferencia de los países tradicionales que nacen del territorio, este nuevo modelo arranca en el mundo digital, donde una comunidad se une primero por sus ideas y valores compartidos.

Lo fascinante es cómo esta comunidad digital evoluciona. Todo comienza con una red social unida por lo que Srinivasan llama una «innovación moral» – una visión compartida del mundo que actúa como pegamento social. Esta red necesita cuatro ingredientes clave para funcionar: una comunidad digital vibrante y cohesionada, un liderazgo claro, su propia economía basada en criptomonedas, y un sistema de gobierno que utiliza contratos inteligentes para tomar decisiones.

Pero aquí viene lo revolucionario: cuando esta comunidad madura, comienza a expandirse al mundo físico. Imagina pequeñas comunidades físicas distribuidas por todo el planeta, como islas de un archipiélago, conectadas por tecnología blockchain y financiadas colectivamente por sus miembros. Es como si Internet pudiera materializarse en espacios reales, creando una nueva forma de país que existe tanto en el mundo digital como en el físico.

La columna vertebral de todo este sistema es la tecnología blockchain, que actúa como un notario digital automatizado. Registra quién es quién, qué pertenece a quién, y cómo se toman las decisiones. Es como tener una constitución viva que se actualiza en tiempo real. El objetivo final es ambicioso: crear una entidad política tan ágil como una startup pero tan legítima como un estado tradicional, unida no por fronteras geográficas sino por una visión compartida del futuro.

Del Bit al Estado: La construcción de una nueva sociedad digital

Todo empieza con una chispa en internet. El proceso que Srinivasan describe para crear un Estado en Red es tan revolucionario como natural en nuestra era digital. La base es sencilla: personas de todo el mundo se encuentran en línea, unidas por una visión común del futuro y valores compartidos. Es el equivalente moderno de las antiguas ágoras griegas, pero en el espacio digital.

Esta comunidad inicial evoluciona como un organismo vivo. El verdadero arte está en convertir una red suelta de individuos en un colectivo cohesionado y coordinado. Es como ver crecer una ciudad: primero hay personas aisladas, luego vecindarios, y finalmente una metrópolis vibrante. La confianza se construye capa a capa, con interacciones que fluyen naturalmente entre lo digital y lo físico, tejiendo una red de relaciones humanas cada vez más densa y significativa.

Cuando la comunidad alcanza cierta madurez, da el salto al mundo físico. Los miembros ponen en común sus recursos para adquirir espacios reales. Estos lugares, dispersos por el globo como puntos en un mapa estelar, se convierten en centros neurálgicos de la red. La tecnología blockchain los une en una estructura coherente, creando un nuevo tipo de territorio que existe simultáneamente en lo digital y lo físico.

El proceso culmina con dos movimientos estratégicos: primero, el desarrollo tangible de la comunidad, documentado con precisión milimétrica en la blockchain – un registro histórico imposible de alterar. Y finalmente, el paso más audaz: la búsqueda de reconocimiento diplomático. Es aquí donde esta nueva forma de organización social demuestra que una comunidad nacida en internet puede evolucionar hasta convertirse en una entidad política tan legítima como cualquier estado tradicional, pero más adaptada a nuestro mundo interconectado.

El corazón del Estado en Red: La innovación moral

En el núcleo de cada Estado en Red late una idea revolucionaria. Srinivasan la llama «Un Mandamiento»: una propuesta ética que sacude los cimientos de cómo entendemos la sociedad. No se trata de un simple manifiesto o un conjunto de normas, sino de una visión completamente nueva sobre cómo podríamos vivir juntos.

Esta innovación moral funciona como un faro en la niebla, atrayendo a personas que comparten una misma visión del mundo. Puede ser una forma radicalmente distinta de entender la educación, un nuevo paradigma sobre la sostenibilidad, o una revolución en la manera de organizar el trabajo y la producción. Lo esencial es que esta idea central debe ser lo suficientemente profunda para generar todo un sistema de valores y, a la vez, práctica para aplicarse en el día a día.

La belleza de este concepto reside en su capacidad para crear vínculos sociales auténticos. Mientras que en los estados tradicionales la ciudadanía viene dada por nacimiento o herencia, en un Estado en Red surge de una elección consciente y voluntaria. Es un nuevo contrato social donde cada persona elige formar parte de una comunidad que refleja sus convicciones más profundas.

En la práctica, esta innovación moral transforma cada aspecto de la vida comunitaria. Una comunidad centrada en la longevidad, por ejemplo, no solo desarrollaría políticas de salud específicas, sino que crearía toda una cultura que permearía desde la planificación urbana hasta los hábitos sociales. Otra comunidad enfocada en la descarbonización radical reinventaría por completo las formas de vida y trabajo para minimizar el impacto ambiental.

El «Un Mandamiento» actúa también como un filtro natural: quienes no comparten estos valores fundamentales simplemente no se unirán a la comunidad. Este proceso de autoselección garantiza una cohesión social orgánica y duradera, fundamental para la viabilidad a largo plazo del Estado en Red. El resultado es una comunidad genuinamente alineada en sus valores y propósitos vitales, capaz de innovar y evolucionar manteniendo su esencia intacta.

Blockchain: El sistema operativo de los Nuevos Estados

La blockchain no es solo tecnología en el Estado en Red: es su espina dorsal. Srinivasan la presenta como la infraestructura que hace posible una nueva forma de organización social, transformando ideas que antes parecían utópicas en realidades técnicamente viables.

El papel de la blockchain va mucho más allá de las criptomonedas. Funciona como un registro público, permanente e inviolable de la vida comunitaria. Cada ciudadano posee una identidad digital única y verificable, un pasaporte del siglo XXI que sirve tanto en el mundo digital como en el físico. Este sistema permite que los miembros participen en votaciones, tomen decisiones colectivas y gestionen los asuntos de la comunidad con total transparencia.

La economía del Estado en Red cobra vida mediante su propia criptomoneda. Esta moneda nativa no solo facilita el comercio interno, sino que permite desarrollar políticas económicas innovadoras: desde sistemas de incentivos automáticos hasta mecanismos de financiación colectiva para proyectos comunes. Los contratos inteligentes automatizan los acuerdos y las políticas, eliminando intermediarios y reduciendo costos.

La verdadera revolución está en la gobernanza. Cada decisión y transacción queda grabada de forma inmutable. Las votaciones son transparentes, los resultados verificables, los presupuestos se gestionan automáticamente y las políticas se ejecutan mediante contratos inteligentes imposibles de manipular. Esta nueva forma de gobierno no depende de la confianza en instituciones centralizadas, sino en código y matemáticas.

La expansión física del Estado en Red también se apoya en la blockchain. Las campañas de crowdfunding para comprar propiedades se gestionan con total transparencia, y los derechos de propiedad quedan registrados de forma permanente. Los diferentes espacios físicos se coordinan mediante contratos inteligentes, creando una red de lugares que funcionan como un único organismo, unidos por esta infraestructura digital que nunca duerme.

Más allá del Estado-Nación: Una nueva forma de organización social

El Estado en Red que propone Srinivasan representa una ruptura total con la organización política que conocemos. Mientras Francia, España o Japón surgieron de guerras, conquistas y accidentes históricos, este nuevo modelo nace de la voluntad consciente de sus miembros y de una visión compartida del futuro.

La diferencia más visible está en el territorio. Los países que conocemos son como piezas de un puzzle gigante, con fronteras fijas y continuas. El Estado en Red funciona de forma radicalmente distinta: sus espacios físicos pueden estar en Barcelona, Singapur y Buenos Aires a la vez, conectados por una red digital y unidos por valores comunes, no por líneas en un mapa.

La ciudadanía da un vuelco completo. Si en los estados tradicionales viene dada por nacimiento o residencia, en un Estado en Red es una elección activa basada en valores compartidos. Los miembros pueden pertenecer a varias comunidades según sus intereses y convicciones, rompiendo con la idea de lealtad única a un solo estado.

El poder y la gobernanza también se transforman. Los estados actuales mantienen el monopolio de la fuerza en su territorio. Los Estados en Red operan por consenso y contratos inteligentes, con una autoridad que nace de la participación voluntaria. Su jurisdicción no depende del territorio sino de las personas, siguiendo a sus miembros allá donde vayan.

La economía rompe moldes. Frente al control estatal tradicional de moneda y finanzas dentro de fronteras cerradas, los Estados en Red utilizan criptomonedas y sistemas financieros que fluyen libremente por el mundo. Esta estructura permite una adaptabilidad imposible en los sistemas tradicionales.

La soberanía cobra un nuevo sentido. Ya no se trata del control absoluto sobre un territorio, sino de la capacidad de una comunidad para autogobernarse y alcanzar sus metas colectivas, sin importar dónde estén físicamente sus miembros. Es una soberanía fluida, que evoluciona con las necesidades de su comunidad y se adapta al mundo digital del siglo XXI.

Los puntos débiles del Estado en Red

La propuesta de Srinivasan suena revolucionaria, pero tropieza con problemas serios que no podemos ignorar. El más evidente es su carácter elitista: solo una pequeña parte de la población mundial tiene los medios económicos y el conocimiento tecnológico para participar en estos estados digitales. En lugar de democratizar el acceso al poder político, podría crear una nueva clase privilegiada de ciudadanos digitales, dejando atrás a la mayoría de la población mundial.

La cuestión de los servicios básicos queda en el aire. ¿Quién se encargará de la educación, la salud o la seguridad? Los estados tradicionales, con todos sus defectos, han desarrollado durante siglos sistemas para proporcionar estos servicios. Los Estados en Red parecen esquivar esta responsabilidad fundamental, centrándose más en aspectos tecnológicos que en necesidades humanas básicas.

Hay algo inquietante en el poder que acumularían los fundadores de estos estados. La historia nos ha enseñado que la concentración de poder, sea en reyes, dictadores o CEO’s, raramente termina bien. La idea de «monarcas corporativos» dirigiendo estos estados digitales suena peligrosamente similar a las estructuras de poder que supuestamente intentan superar.

Los problemas técnicos son otro dolor de cabeza. Las blockchain actuales son lentas y costosas cuando manejan grandes volúmenes de transacciones. Un estado necesita procesar millones de interacciones diarias de forma rápida y eficiente. La tecnología actual simplemente no está a la altura de este desafío.

La resistencia de los estados tradicionales será feroz. Ningún gobierno va a quedarse de brazos cruzados viendo cómo surge una forma alternativa de organización que podría amenazar su poder y sus ingresos fiscales. La batalla legal y diplomática será intensa.

Quizás lo más preocupante es el riesgo de crear sociedades cada vez más fragmentadas. Si cada grupo ideológico forma su propio estado digital, podríamos acabar en un mundo de burbujas aisladas donde nadie habla con quien piensa diferente. La polarización actual de las redes sociales nos da una pista de lo que podría suceder a mayor escala.

El próximo capítulo de la organización social

La propuesta de Srinivasan sobre el futuro de los Estados en Red es provocadora y radical. El mundo actual ya muestra señales claras de cambio: las fronteras físicas se desdibujan mientras las comunidades digitales ganan poder y relevancia. No es casualidad que algunas plataformas digitales tengan más usuarios activos que la población de muchos países.

La transformación está ocurriendo ante nuestros ojos. Las criptomonedas desafían el control estatal del dinero, las comunidades en línea desarrollan sus propias reglas y culturas, y el trabajo remoto se ha convertido en la nueva normalidad para millones de personas. Para Srinivasan, estos son los primeros pasos hacia una revolución en la forma de organizarnos como sociedad.

Tres elementos están acelerando este cambio: la tecnología blockchain ha madurado, la confianza en los estados tradicionales se erosiona, y el trabajo remoto ha demostrado que la proximidad física ya no es necesaria para la colaboración efectiva. Esta tormenta perfecta crea las condiciones para el surgimiento de nuevas formas de organización social. Los Estados en Red no buscan eliminar a los estados tradicionales, sino ofrecer una alternativa para quienes buscan algo diferente.

El futuro que dibuja es diverso y flexible. Las personas podrían pertenecer a varios Estados en Red simultáneamente, cada uno especializado en diferentes aspectos: salud, educación, desarrollo profesional. Esta especialización permitiría niveles de innovación y eficiencia que los estados tradicionales, obligados a ser generalistas, no pueden alcanzar.

La soberanía se volverá más personal y dinámica. Los Estados en Red competirán por atraer ciudadanos ofreciendo mejores servicios y sistemas de gobierno. Las fronteras serán más conceptuales que físicas, y la ciudadanía se convertirá en una elección consciente, no en un accidente geográfico.

La tecnología será crucial pero no determinante. Blockchain y criptomonedas son solo herramientas. La verdadera revolución vendrá de la capacidad de estas comunidades para crear nuevas formas de organización que respondan mejor a las necesidades de las personas en la era digital. El futuro está abierto, y los Estados en Red podrían ser el siguiente paso en la evolución de la organización humana.