En un momento histórico caracterizado por la hipercomunicación, el exhibicionismo moral y la mercantilización de los valores, la obra de Jorge Freire «La banalidad del bien» emerge como un faro de lucidez crítica. Publicada originalmente en 2023 por Páginas de Espuma, esta obra se inserta en una tradición de pensamiento crítico que busca desvelar las contradicciones de nuestra época.

La relevancia de este ensayo radica precisamente en su capacidad para nombrar y analizar fenómenos que experimentamos cotidianamente pero que rara vez sometemos a escrutinio: la transformación de las virtudes en valores de mercado, la sustitución de la acción por la exhibición, y la degradación del espacio público como lugar de deliberación genuina. En tiempos donde las redes sociales premian la ostentación de bondad y donde el activismo digital parece haber reemplazado al compromiso real, Freire nos ofrece herramientas conceptuales para comprender cómo hemos llegado hasta aquí y, quizás más importante, cómo podríamos recuperar un sentido auténtico del bien.

El diagnóstico de una sociedad enferma de buenismo

Freire parte de una inversión brillante del concepto acuñado por Hannah Arendt sobre «la banalidad del mal». Si Arendt nos mostró cómo el mal puede surgir de la mediocridad burocrática y la ausencia de pensamiento, Freire nos revela algo igualmente perturbador: el bien, cuando se banaliza, deja de ser bien para convertirse en su simulacro. Como señala en las primeras páginas de su obra: «La banalidad del bien no implica que el bien sea banal, sino todo lo contrario: que lo banal nunca puede ser bueno».

El diagnóstico que ofrece resulta inquietante. Nuestra sociedad contemporánea ha sustituido las virtudes clásicas por valores vacíos, intercambiables, que funcionan más como signos de estatus que como principios rectores de conducta. La buena acción ya no vale por sí misma, sino por los «me gusta» que genera; la compasión se ha diluido en una empatía superficial que no compromete a nada; el coraje ha sido reemplazado por la molicie complaciente; y la concordia social ha degenerado en un asepticismo que rehúye cualquier conflicto necesario.

¿Cuántas veces vemos en redes sociales a personas exhibiendo sus donaciones, su activismo o su compromiso con causas nobles? El problema no está en las causas, que pueden ser legítimas, sino en la transformación de la virtud en espectáculo. Como apunta Freire, «si haces una buena acción, no deberías llevar una orquesta detrás».

La banalidad del bien. Con Jorge Freire

Del bien al buenismo: la degradación de la virtud

Quizás uno de los conceptos más potentes que desarrolla Freire es la distinción entre el bien auténtico y lo que denomina «buenismo». Cuando el bien se desconecta de la vida buena, de la praxis concreta, queda reducido a una retórica vacía, a un conjunto de gestos y palabras que simulan bondad sin encarnarla realmente.

Este buenismo se caracteriza por una «retórica meliflua y camastrona» que inunda el discurso público. Lo vemos en políticos que prometen paraísos sin ofrecer soluciones concretas, en corporaciones que abrazan causas sociales mientras mantienen prácticas cuestionables, o en individuos que exhiben su supuesta bondad en redes sociales mientras su conducta cotidiana contradice esos mismos valores.

El buenismo opera mediante una lógica perversa: prioriza el decir sobre el hacer, la apariencia sobre la sustancia, la exhibición sobre la acción. En nuestra sociedad actual, parece más importante proclamar públicamente los valores correctos que vivirlos en silencio. Esta inversión resulta fatal para la vida moral, pues convierte la virtud en un mero signo de distinción social.

Freire lo expresa con claridad cuando afirma que «cuando el bien no se sustancia en la vida buena, no queda sino buenismo». Esta frase condensa una de las tesis centrales del libro: el buenismo es lo que queda cuando abandonamos la aspiración a una vida buena en sentido pleno, conformándonos con sus signos exteriores.

El capitalismo anímico: cuando los valores se convierten en mercancía

Otro concepto fundamental en la obra de Freire es el de «capitalismo anímico». Con este término, el autor describe cómo el sistema económico contemporáneo ha colonizado también la esfera moral, convirtiendo los valores y las virtudes en productos comercializables.

Este capitalismo anímico se caracteriza por valores mercuriales como «disrupción, volatilidad, incertidumbre» que impiden el arraigo y fomentan una cultura de la agitación permanente. En este contexto, los bienes morales se transforman en mercancías, en productos que pueden comprarse y venderse en el mercado de la reputación social.

Las empresas venden «bienes disfrazados de Bien», ofreciendo productos que prometen no solo satisfacer necesidades materiales sino también elevar moralmente a quien los consume. El ciudadano, por su parte, se convierte en «publicista de sí mismo», gestionando su imagen moral como quien gestiona una marca comercial.

Esta mercantilización de la virtud tiene consecuencias devastadoras. Por un lado, vacía de contenido real los valores, reduciéndolos a meros signos intercambiables. Por otro, genera una inflación moral donde las palabras pierden su significado a fuerza de ser utilizadas como eslóganes publicitarios.

Como señala Freire en una entrevista, «me da la sensación de que, al impedirse de forma material la edificación de una vida buena, lo único que nos queda son esos valores mercuriales que vienen a sustituir la virtud. Ese buenismo y esa moralina que, en vez de hacer de la necesidad virtud, hace de la necesidad, valores».

La abolición del conflicto: cuando el consenso mata el pensamiento

Uno de los mecanismos más sutiles de la banalización del bien que Freire identifica es la «abolición del conflicto». Nuestra sociedad contemporánea parece obsesionada con evitar cualquier forma de confrontación, cualquier disenso que pueda perturbar la superficie lisa de un consenso artificial.

Esta tendencia a evitar el conflicto necesario para el crecimiento moral conduce a un asepticismo social que impide abordar problemas reales. El debate público genuino es sustituido por intercambios superficiales donde nadie cuestiona realmente los fundamentos de las posiciones en juego. La democracia auténtica, que requiere del conflicto de ideas para prosperar, se degrada en un simulacro donde el consenso forzado reemplaza a la deliberación honesta.

El problema de esta abolición del conflicto es que impide el pensamiento crítico. Como ya señaló Hegel, es precisamente a través de la negación, del conflicto, como avanza el pensamiento. Al eliminar la posibilidad del disenso, se elimina también la posibilidad de un progreso moral auténtico.

La hiperpolitización y el hipersentimentalismo: dos caras de la misma moneda

Freire identifica dos tendencias aparentemente contradictorias pero que, en realidad, son complementarias en la banalización del bien: la hiperpolitización y el hipersentimentalismo.

La hiperpolitización consiste en convertir cualquier asunto, por trivial que sea, en objeto de debate político. Todo se vuelve político, desde lo que comemos hasta cómo nos vestimos. Esta tendencia, lejos de fortalecer la vida política, la debilita, pues diluye las cuestiones verdaderamente importantes en un mar de polémicas intrascendentes.

Por otro lado, el hipersentimentalismo reduce todo debate moral o político a una cuestión de sentimientos. Ya no importa tanto la verdad o la justicia de una posición como la intensidad emocional con que se defiende. Los argumentos ceden su lugar a las emociones, y el debate racional es sustituido por la exhibición de indignación o compasión.

Estas dos tendencias, aparentemente opuestas, convergen en un mismo punto: la degradación del espacio público como lugar de deliberación racional. Tanto la hiperpolitización como el hipersentimentalismo impiden un debate sereno y razonado sobre cuestiones fundamentales, sustituyéndolo por un espectáculo donde lo que importa es la intensidad de la representación, no su contenido.

La diferencia entre valores y virtudes

Una distinción crucial en el pensamiento de Freire es la que establece entre valores y virtudes. En una entrevista, cuando le preguntan por la dedicatoria de su libro donde elogia «la virtud que hace regalos», responde: «Esta frase de la virtud que hace regalos es de Nietzsche, pero hay una muy bonita en el Evangelio: ‘salía virtud de él y sanaba a los demás’. Habla de Jesús, pero en realidad la virtud es siempre algo contagioso para bien, no es algo que te puedes guardar para ti».

En contraste, los valores «son una especie de chatarrita que tú puedes almacenar, que tú puedes enseñar a las visitas como si abrieras un arcón y enseñas joyas: ‘oye, mira qué valores tan bonitos tengo'». Esta metáfora ilustra perfectamente la diferencia: mientras las virtudes son disposiciones estables del carácter que se manifiestan en acciones concretas y benefician a los demás, los valores son como posesiones que se exhiben pero que no necesariamente transforman la conducta.

La sociedad contemporánea ha sustituido las virtudes por valores, y con ello ha perdido la capacidad de generar un bien auténtico. Los valores pueden proclamarse sin que impliquen ningún compromiso real; las virtudes, en cambio, exigen una transformación profunda del carácter y se manifiestan necesariamente en acciones concretas.

La estructura del ensayo

«La banalidad del bien» está estructurado en seis partes bien definidas que abordan distintos aspectos de la banalización del bien en nuestra sociedad. A través de estas secciones, Freire estudia:

  1. El bien especulativo
  2. La abolición del conflicto
  3. El higienismo moral
  4. La trivialización de la virtud
  5. La conciencia
  6. La vida pública

Esta estructura permite al autor desarrollar su análisis de manera sistemática, abordando tanto los aspectos teóricos como las manifestaciones concretas de la banalización del bien en distintos ámbitos de la vida social.

La recuperación de las virtudes: un camino hacia la autenticidad

Frente a este panorama desalentador, Freire no se limita a la crítica, sino que propone un camino de recuperación. Este camino pasa por redescubrir las virtudes auténticas frente a los valores vacíos, por reivindicar la praxis sobre la retórica, la acción concreta sobre la palabra hueca.

Las virtudes clásicas -prudencia, justicia, fortaleza, templanza- ofrecen un marco más sólido que los valores líquidos de nuestra época. A diferencia de estos últimos, las virtudes no son meros signos de distinción social, sino disposiciones estables del carácter que se manifiestan en acciones concretas.

Recuperar el pudor en las buenas acciones es otro de los antídotos que propone Freire contra la banalización del bien. En una sociedad obsesionada con la exhibición, el pudor aparece como una virtud revolucionaria. No se trata de ocultar el bien, sino de evitar convertirlo en espectáculo, en instrumento de autopromoción.

Freire también aboga por recuperar el conflicto necesario para el crecimiento moral. Frente al asepticismo que caracteriza gran parte del debate público contemporáneo, propone recuperar la capacidad de disentir, de confrontar ideas, como condición necesaria para un progreso moral auténtico.

Conclusión: más allá del buenismo

«La banalidad del bien» constituye una crítica incisiva a la sociedad contemporánea donde las virtudes han sido reemplazadas por valores vacíos, donde la apariencia de bondad prevalece sobre las acciones genuinamente buenas, y donde el exhibicionismo moral ha suplantado a la virtud auténtica.

La tesis central del libro, que «la banalidad del bien no implica que el bien sea banal, sino todo lo contrario: que lo banal nunca puede ser bueno», nos invita a repensar nuestra relación con el bien, a abandonar el buenismo superficial y a recuperar un sentido auténtico de la virtud.

En un mundo donde la bondad se ha convertido en espectáculo, donde las buenas acciones se miden por los «me gusta» que generan, y donde los valores se exhiben como signos de distinción social, la propuesta de Freire resulta revolucionaria: recuperar la virtud como disposición estable del carácter, como práctica concreta que no necesita exhibirse para ser real.

Como señala el propio autor, «la banalidad del bien empieza con la sofisticación, con el énfasis en la palabra y la trivialización de la praxis». Frente a esta banalización, Freire nos invita a recuperar la praxis, la acción concreta, como manifestación auténtica del bien.

En definitiva, «La banalidad del bien» no es solo un diagnóstico de los males de nuestra época, sino también una invitación a recuperar un sentido auténtico de la virtud, a abandonar el buenismo superficial y a construir una vida buena en sentido pleno. En un mundo dominado por la apariencia, la propuesta de Freire resulta tan necesaria como revolucionaria: recuperar la sustancia frente al simulacro, la virtud frente al valor, la acción frente a la exhibición.