
Mientras el planeta se enfrenta a crisis climáticas, políticas y sanitarias sin precedentes, una nueva narrativa ha capturado la imaginación pública: la promesa de que los multimillonarios más ricos del mundo nos salvarán conquistando el espacio. Elon Musk sueña con colonizar Marte, Jeff Bezos planea trasladar a millones de personas a hábitats orbitales, y ambos se presentan como visionarios que asegurarán el futuro de la humanidad.
Pero ¿qué hay detrás de esta retórica salvacionista? Mary-Jane Rubenstein, filósofa de la ciencia y la religión en la Universidad de Wesleyan, ofrece una respuesta inquietante en su libro Astrotopia: The Dangerous Religion of the Corporate Space Race. Su análisis revela que esta nueva carrera espacial no es tan nueva como parece, y que sus implicaciones van mucho más allá de la tecnología y la exploración.
La era NewSpace: ¿salvación o repetición histórica?
Lo que Rubenstein llama la era «NewSpace» se caracteriza por la colaboración entre gobiernos y empresarios privados para explotar el cosmos. Aunque Musk y Bezos tienen visiones diferentes – uno busca hacer a la humanidad «multiplanetaria» mientras el otro imagina ciudades flotantes cerca de la Tierra – ambos comparten algo fundamental: la creencia de que la salvación humana pasa por la conquista espacial.
Esta urgencia casi apocalíptica no es casual. Musk ha declarado repetidamente que debemos convertirnos en una especie multiplanetaria para sobrevivir a eventos de extinción. Pero esta retórica de supervivencia plantea preguntas incómodas: ¿quién decide quién merece salvarse? ¿Quién tiene el poder de determinar el futuro de la humanidad?
Como describe Rubenstein con cierta exasperación, estos dos magnates presentan esencialmente dos utopías: «joder la Tierra y ocupar Marte» versus «salvar la Tierra perforando el universo. Ambas visiones comparten una premisa problemática: que podemos resolver nuestros problemas terrestres mediante la explotación espacial.
Mitos antiguos con ropaje futurista
Rubenstein identifica tres mitos centrales que sustentan estos proyectos espaciales: el crecimiento sin límites, la energía sin culpa y la salvación en un mundo completamente nuevo. Aunque se presentan como ideas revolucionarias, estos conceptos tienen siglos de antigüedad y han justificado históricamente proyectos de conquista y colonización.
El mito del crecimiento infinito resulta especialmente problemático. Los mismos sistemas económicos que han provocado la crisis climática terrestre ahora se proponen como soluciones para el espacio. Es como si hubiéramos aprendido que nuestra casa se está incendiando y, en lugar de apagar el fuego, decidiéramos buscar otra casa para quemar.
La ausencia de marcos regulatorios robustos para la actividad espacial privada significa que los mismos actores que han contribuido significativamente a la degradación ambiental terrestre ahora tienen libertad para extender sus operaciones al cosmos. Esta situación plantea preguntas urgentes sobre gobernanza, responsabilidad y justicia en el contexto espacial.
Mesías tecnológicos y narrativas religiosas
Uno de los aspectos más fascinantes del análisis de Rubenstein es cómo estos proyectos espaciales adoptan un lenguaje cuasi-religioso. Musk y Bezos no se presentan simplemente como empresarios, sino como mesías tecnológicos que ofrecen salvación a los elegidos ante el apocalipsis inminente.
Esta retórica evoca deliberadamente imágenes bíblicas del éxodo y la tierra prometida1. Cuando Musk habla de hacer a la humanidad «multiplanetaria», está articulando una visión donde él mismo se posiciona como el líder que guiará a la humanidad hacia una nueva tierra prometida. No es casualidad que utilice este lenguaje: conecta con narrativas profundamente arraigadas en la cultura occidental sobre salvación y destino manifiesto.
Rubenstein demuestra convincentemente que NASA y los políticos estadounidenses utilizaron un lenguaje imperialista cristiano para justificar las misiones Apollo. Un ejemplo prominente es la lectura que hizo la tripulación del Apollo 8 en 1968 durante su vuelo a la Luna del pasaje del Génesis sobre la creación de Dios de la Tierra y la llegada de la luz. Como señala Rubenstein, la referencia a un texto religioso en lugar de uno económico o político indica una continuación de la creencia en la misión divina de Estados Unidos, que también sirve para ungir el cosmos como propiedad estadounidense encomendada por Dios.
Ecos del colonialismo en el espacio
Quizás la contribución más valiosa del libro sea su demostración de los paralelismos entre la actual carrera espacial y el colonialismo europeo histórico. Los conquistadores del pasado también justificaron sus empresas con narrativas de progreso, civilización y salvación. Prometían llevar la luz a tierras «oscuras» y elevar a pueblos «primitivos».
Hoy, los nuevos conquistadores del espacio emplean un lenguaje sorprendentemente similar, hablando de llevar la vida y la civilización a mundos «muertos» y «vacíos». Cuando Donald Trump describió la misión Artemis como el «destino manifiesto de América en las estrellas», no estaba siendo metafórico: estaba revelando la continuidad ideológica entre la expansión territorial del siglo XIX y los proyectos espaciales actuales.
Esta continuidad no es meramente retórica. Las estructuras de poder, las jerarquías sociales y las lógicas económicas que impulsan la exploración espacial contemporánea replican aquellas que sustentaron el colonialismo histórico. Solo han cambiado la escala y el territorio, no los principios fundamentales.
En el tercer capítulo de su libro, Rubenstein analiza la compleja y en algunos aspectos absurda filosofía detrás del entendimiento europeo y americano de los derechos de propiedad. Cita el caso de Dennis Hope, quien se declaró propietario de la Luna y otros planetas en 1980, y luego comenzó a vender parcelas de tierra en la Luna y otros planetas a millones de personas hasta el día de hoy.
El problema del escape planetario
Rubenstein cuestiona una premisa fundamental de estos proyectos: la idea de que podemos resolver nuestros problemas terrestres escapando al espacio12. Como ella señala, «no vamos a salvarnos encontrando más mundos que devastar y más recursos que saquear». Si conquistamos el espacio de la misma manera que hemos conquistado la Tierra, simplemente exportaremos nuestro sistema destructivo a una escala cósmica.
Esta crítica va al corazón de una contradicción fundamental. Mientras la exploración espacial corporativa se presenta como solución a los problemas terrestres, evita abordar las causas estructurales de estos problemas. En lugar de transformar los sistemas que han creado las crisis actuales, propone escapar de ellas.
Además, estos proyectos están diseñados para una élite económica. Los viajes espaciales de turismo, los planes de colonización marciana y los hábitats orbitales no son para todos1. Esto plantea preguntas profundas sobre quién tiene derecho al espacio y quién será incluido en estas visiones del futuro humano.
Rubenstein expone la naturaleza ficticia del concepto del cosmos como un activo y patrimonio de toda la humanidad. Como señala, analizando el Tratado del Espacio Exterior y el Tratado de la Luna, ofrecen una igualdad ilusoria, porque no limitan la libertad real que poseen solo unas pocas potencias espaciales.
¿Es posible una exploración espacial ética?
Rubenstein no se limita a la crítica. También ofrece una visión alternativa: encontrar formas de explorar el espacio que privilegien el cuidado cósmico sobre el beneficio económico. Esta aproximación implicaría una exploración espacial que evite el daño y la violencia, priorizando el conocimiento sobre la ganancia.
Una de sus ideas más provocativas es la consideración de que los cuerpos celestiales podrían tener derechos fundamentales propios. Esta perspectiva desafía la mentalidad extractivista que ve la Luna, Marte y otros planetas simplemente como recursos a explotar. Países como Ecuador y Bolivia ya han otorgado derechos constitucionales a la naturaleza; ¿por qué no extender este concepto al espacio?
En las secciones finales del libro, Rubenstein propone una «revolución panteísta» que reconozca lo divino como presente en todo el cosmos. Si adoptáramos esta perspectiva, nuestras acciones en el espacio adquirirían dimensiones éticas y espirituales que van mucho más allá de consideraciones técnicas o económicas.
Un cambio de perspectiva necesario
El libro invita a un cambio fundamental: pasar de preguntarnos «cómo el espacio nos pertenece» a «cómo nosotros pertenecemos al espacio». Esta inversión conceptual, inspirada en la observación de Carl Sagan de que estamos hechos de «materia estelar», sugiere una relación más humilde con el cosmos.
Como observa Rubenstein, otras formas de vivir están aquí mismo, ante nuestros ojos. Si las tomáramos en serio en la Tierra, podrían enseñarnos cómo explorar el espacio sin saquearlo, cómo habitar nuevas tierras sin explotarlas, y cómo valorar el conocimiento y las relaciones por encima del beneficio económico.
Las comunidades indígenas y otras culturas han desarrollado relaciones sostenibles con sus entornos durante milenios. Estas tradiciones ofrecen modelos alternativos que podrían informar enfoques más éticos para la actividad espacial.
Una invitación urgente a la reflexión
«Astrotopia» funciona como una herramienta de concienciación crítica, dirigiéndose tanto a académicos como al público general. Rubenstein demuestra la importancia de mantener una perspectiva crítica frente a las narrativas dominantes sobre el progreso tecnológico y la exploración espacial.
Como advierte la autora, si estos magnates del espacio tienen éxito, el espacio exterior – «una vez el material de posibilidades infinitas» – se convertirá en «solo otro teatro de codicia y guerra». El libro nos recuerda que antes de buscar nuevos mundos que habitar, debemos reflexionar sobre cómo habitamos el nuestro y qué tipo de futuro queremos construir.
¿Realmente queremos exportar nuestros problemas terrestres al espacio, o podemos imaginar formas más justas y sostenibles de explorar el cosmos? La obra de Rubenstein es una invitación urgente a reimaginar nuestra relación con el universo desde una perspectiva más ética, sostenible y verdaderamente humana. En una época donde los multimillonarios se presentan como salvadores cósmicos, necesitamos más que nunca voces críticas que nos ayuden a evaluar estos proyectos con la seriedad y el escepticismo que merecen.