Cuando sea mayor quiero ser Social Business Manager

Me acaba de suceder. Ya he visto un primer curso «certificado» de social business manager. Se confirma por tanto, que la híper inflación de etiquetas y títulos, es galopante. Su fecundidad es enorme y el fenómeno es casi tan repetido y previsible como las colecciones por fascículos de cada septiembre. Hinchamos la nómina de las organizaciones, de especialistas y expertos, con la esperanza de ser algo más cool y súper avanzado, que nos diferencie de la competencia (de servicios profesionales) o con la intención de resultados a corto plazo, cuando todos sabemos que hay más espejismos y cartón piedra, que milagros. Es la eterna canción. Seguimos fabricando expertos ultra sofisticados, para organizaciones en pañales, digitalmente hablando.

El social business no es un reto tecnológico. Nunca lo fue. Lo que empezó con la consideración del uso más o menos intensivo, interno y externo, de herramientas 2.0 y/o medios sociales más allá del marketing y la comunicación, está incrementando su exigencia. En realidad su significado no adquiere suficiente relevancia hasta que no se reconoce su rol estratégico en las organizaciones.

¿Qué significa un ‘rol estratégico’ en la organización? Poner a las personas en el centro de todo. Dentro y fuera. No solo para promocionar o vender, también para colaborar con clientes, socios y proveedores. Compartir, innovar, atender, medir, recomendar, conversar, influir,… son los verbos que conjugan con el social business. Y si esto es así, ‘ético’ es el adjetivo que mejor lo acompaña. En manos del comité de dirección, son palabras mayores y escurridizas, que quizás encontrarán mejor acomodo en el consejo de administración.

Esto no es juego. No va de campañas publicitarias. Hay que ser humilde, honesto y sincero de entrada. Aquí no sirven los pre test ni los post test. Para obtener un retorno real y no morir en el intento, la actitud ‘social’ no puede ser una pose, ni cosmética corporativa. No se aceptan imposturas y muchos menos los impostores.

Nos gustaría cambiar las cosas rápidamente y abrazar el social business sin más dilación, pero sé por experiencia que los cambios estratégicos, los profundos, los de cultura corporativa -y éste lo es-  exigen tiempo, un momento adecuado, esfuerzo, así como grandes dosis de paciencia para alinear voluntades e intereses. Diseñar e implantar una estrategia de social business, requiere todo eso y algo más que un certificado.

Sabemos que no solucionaremos el mundo, pero los próximos días 6 y 7 de marzo, en Foxize School debatiremos acerca del Social Business, en Barcelona y Madrid, respectivamente. Estás invitad@. No esperes mucho para apuntarte, es gratis pero las plazas son limitadas.

Para Barcelona apúntate aquí

Para Madrid, aquí

 

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2 comentarios

  1. Estic d’acord amb tu, i crec que la tobada és molt interessant. M’acabo d’apuntar a lamde barcelona
    A veure si ens veiem (retrobem, més ben dit)

    Salut!
    Jordi

  2. «la actitud ‘social’ no puede ser una pose, ni cosmética corporativa!»

    Y, sin embargo, es el pan nuestro de cada día, querido amigo. Lo «social» fue adoptado por la publicidad y el marketing para hacer lo mismo que hacía por otros medios. Es decir, me monto una tele para mi (con la jodida pega que tener la misma cobertura, es un sueño) y no me interesa demasiado más.

    Tengo curiosidad por ver lo que va a pasar: cuando el número de fans no baje pero se esfume su actividad cuando dejas de patricinar un deporte, cuando se den cuenta que el email funciona bastante mejor que un post en Facebook en términos de lo que quiera que sea conversión. O, cuando sin ir más lejos, la credibilidad de esas marcas y agencias tan creativas y que ponen al mundo a hacer likes se desgaste como las de los políticos: nadie parece darse cuenta que la transparencia forzosa del mundo red termina penetrando por todos los rincones.

    Efectivamente, cuando a Twitter se le llamaba una red de microblogging (uno piensa que fue la ignorancia periodística la que mutó la percpeción) todo lo que ahora es fiesta estaba basada en un manifiesto de ética y transformación: el Cluetrain. La cosa es si eso volverá. O si era inevitable. O si la predicción del declive definitivo de la comunicación de masas se hace realidad y no queda más remedio que cultivar hasta con el último miembro de la organización cada micronicho que tienes delante.

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