Cerebro humano dividido en cálidos y fríos con un corazón latente en el centro.

No sé tú, pero yo tengo una relación complicada con la intuición. Me ha salvado más de una vez de cometer alguna estupidez, pero también me ha hecho dudar en instantes clave. Supongo que, como casi todos, he aprendido a valorar esa “corazonada” silenciosa que aparece, casi sin avisar, justo cuando más la necesito. Y justo de eso va el último libro del Dr. Mikel Alonso, El valor de la intuición.

Vivimos obsesionados con los datos, los informes y los análisis exhaustivos. El Excel manda tanto que nos olvidamos de escuchar lo que sentimos. Alonso, que sabe mucho de cerebros —y de personas—, defiende justo lo contrario: la intuición no solo importa, puede mejorar radicalmente cómo decidimos en la vida, en el trabajo y hasta cuando hacemos deporte. La intuición, dice, no es cosa de magia, ni de suerte. Es una capacidad sólida, entrenable y, sobre todo, profundamente humana.

¿Y si sentir también es pensar?

Todos hemos escuchado ese mantra de “decide con frialdad”. Pero la verdad es que por mucha lógica que apliquemos, el componente emocional sigue ahí, presente. Aprendemos, recordamos, y decidimos también a partir de emociones, aunque nos cueste admitirlo. La intuición, según Alonso, surge cuando juntamos experiencia, emoción y ese conocimiento personal que no siempre sabemos poner en palabras.

Las mejores decisiones no siempre tienen manual de instrucciones. Hay momentos en los que toca elegir rápido, con poco margen de maniobra y con demasiadas variables. Ahí, el instinto es el aliado inesperado. La ciencia lo respalda: en situaciones complejas, muchas veces las emociones y las intuiciones nos dan una pista más certera que el razonamiento lento.

¿La intuición se hereda o se aprende?

Aquí Alonso es contundente. La intuición no viene de fábrica, no es cuestión de suerte, ni está reservada a los genios. Se entrena, se cultiva. La clave está en la experiencia consciente, en saber ver patrones y en aprender de los errores (propios y ajenos). La intuición mejora cuanto más nos exponemos y cuanto más conocemos. Por eso no debería extrañarnos que personas con más bagaje tengan mejor “olfato” para decidir.

Las mujeres, dice la ciencia, tienden a tomar decisiones intuitivas más rápidas y precisas, pero ese don, como todos, exige práctica. Lo importante no es tener el talento, sino trabajarlo.
Y también está el factor emocional: el miedo, esa emoción que nos paraliza, puede disfrazarse de corazonada, pero suele ser un aviso para huir, no una verdadera intuición. Aprender a diferenciarlos es un arte que vale oro.

Deporte y trabajo: laboratorios de intuición

Alonso pone ejemplos del deporte porque, ahí sí, la intuición es todo. El futbolista no piensa, actúa. El tenista no calcula, anticipa. Pasa lo mismo en los negocios: el líder, el emprendedor, el creativo necesitan decidir con rapidez y precisión. El exceso de datos puede jugar en contra, saturar el cerebro racional y empañar la claridad. En cambio, cuando confían en su propio recorrido, esa intuición se convierte en su mejor guía.

Entrenar la intuición es un proceso que depende de la atención y el autoconocimiento, de saber cuándo fiarse del instinto y cuándo dejar paso a la razón. Cuando la tarea conecta con nuestro propósito —eso que nos hace vibrar—, la intuición fluye como si estuviéramos en nuestro propio festival de felicidad. Lo curioso es que, fuera de ese terreno fértil, la intuición tiende a apagarse, igual que la motivación.

Ganar errando: aprender a confiar (de verdad)

A veces la mejor decisión resulta de un error bien digerido. Alonso lo llama “errar con éxito”. Reconocer que la fallas no es el fin del mundo, sino la oportunidad perfecta para entrenar la intuición. Es en ese espacio de prueba y error donde de verdad aprendemos a confiar en lo que sentimos sin dejar de aprender de lo que pensamos.

El autocontrol, entendido como represión emocional, tampoco sirve. Lo que funciona es la gestión emocional: entender, aceptar, transformar. Cuando el miedo o la duda nos bloquean, conviene parar, escuchar y entender. Solo así el módulo intuitivo se mantiene activo y útil.

La motivación como gasolina de la intuición

El libro dedica páginas a la motivación. Y qué bien lo explica: cuando el motor es interno —curiosidad, aprendizaje, pasión—, la intuición se potencia. Si solo trabajamos por recompensa (dinero, reconocimiento), la intuición parece desconectarse. Y tiene lógica: el cerebro aprende mejor cuando disfruta, cuando siente que el esfuerzo tiene sentido.

Así que, si alguna vez te has sentido en estado de “flujo”, esa concentración total donde el tiempo se diluye, seguramente tu intuición estaba en modo turbo. Aprovechar esa energía interna es clave para tomar buenas decisiones, algo que tanto en el trabajo como en la vida marca la diferencia.

Intuición: integración y equilibrio

Para Alonso, la intuición es como un API (sí, aquí no resistí ponerlo): conecta emoción y razón. No sustituye ninguna de las dos, las hace trabajar en equipo. El proceso intuitivo tiene dos fases, una de percepción casi automática y otra integradora, donde “todo cuadra”. Ahí aparece la sensación de certeza tan familiar, esa seguridad tranquila que, aunque no puedas argumentar, te dice “por aquí sí”.

El problema es que la sociedad nos ha educado en el culto de lo racional. Si no lo puedes demostrar, no vale. Pero la realidad es otra: muchas de las grandes decisiones nacen del equilibrio entre lo que sabemos y lo que sentimos.

Ventaja adaptativa y supervivencia en tiempos de incertidumbre

En terrenos impredecibles, la intuición es mucho más que un adorno. Es supervivencia. Equipos que confían en sus sensaciones, que han interiorizado el aprendizaje, suelen reaccionar antes y mejor. Grandes profesionales —el chef, el desarrollador, el trader— no explican todo lo que hacen: simplemente lo sienten, lo saben. Reconocer y entrenar esa inteligencia silenciosa marca la diferencia.

Reconciliar cabeza y corazón

El valor de la intuición no es un libro de autoayuda, sino un manual para humanos completos. Alonso insiste: pensar solo con la cabeza es limitado; hacerlo solo con el corazón también. La clave está en saber integrarlos. Suena fácil, pero pocos lo hacen de verdad.

Quizá la revolución no esté en hacer más, sino en escuchar mejor. Recuperar la sensibilidad como herramienta estratégica, aprender a valorar las corazonadas como lo que son: el fruto maduro de años de experiencia, aprendizaje y gestión emocional.

La intuición existe, la ciencia la respalda y la experiencia la confirma. Y, por si quedaba duda, todos los que alguna vez hemos seguido el instinto sabemos que, en ocasiones, sentir es la forma más inteligente de pensar.