El fin de semana estuve viendo “El Libro de Eli”. No me convenció. O mejor dicho, me gustaron algunos pocos detalles pero no lo suficiente para el aprobado. Al fin y al cabo, aunque siendo un western de ciencia-ficción postcalíptico con Denzel Washington de protagonista debería ser suficientemente atractivo, me quedo con el original de la saga MadMax. Lo lamento, soy un clásico.

La película no pasará a la historia del cine y el final es un “sin comentarios”. En el fondo se trata de un largometraje saturado de metáforas medio religiosas, medio políticas bastante vacías. En la forma, algunas escenas de lucha y una cargante uso de la cámara lenta con un excesivo protagonismo de las gafas de Eli (Denzel Washington). Se trata de unas Oakley -modelo Inmate para ser más exactos-. Y sí, es un poco descarado.

Pero no quería hablar de la película, ni del product placement, sino de Carnegie (Gary Oldman) el villano protagonista. Lo reconozco, me encantan los malos. Éste es una mezcla de padrino déspota autoproclamado gran jefe en un pueblo de ladrones, pistoleros y otros detritus humanos. El tal Carnegie, desea conseguir a toda costa un ejemplar de la Biblia que tan fielmente protege Eli, el protagonista bueno.

El citado villano tiene un emporio postapocalíptico basado en el trueque y fundamentado en tres elementos que le dan el poder: controla el yacimiento de agua, tiene una guardia pretoriana leal y es dueño de diversos negocios, entre ellos la cantina del pueblo.

Carnegie es un tipo ambicioso, quiere expandir sus negocios “Este pueblecito sólo es el principio, voy a expandirme y necesito la ayuda experta de alguien como tú”, refiriéndose a Eli. Un caminante, imperturbable y experto en artes marciales, guardián del libro que tan obsesivamente busca el villano empresario. Un libro con el que pretende manipular el mundo a su antojo y dominarlo absolutamente. Es la Biblia y se trata del último ejemplar.

Mismo elemento (la Biblia) y objetivos contradictorios. Para los “malos” se trata de manipular el mundo. Para los “buenos” hacer el bien y construir un mundo mejor. La historia de siempre, ahora con un emprendedor villano y un bueno que es una especie de caballero Jedi a lo MadMax y con Oakley.

No hay moneda, ni bancos, pero como dice el protagonista en un ataque de moralina con sabor a homilía, han aprendido a valorar las cosas. Antes (del Apocalipsis) “teníamos más de lo que necesitábamos. No sabíamos lo que era valioso y lo que no. Tirábamos cosas por las que ahora la gente se mataría”. Entre tantas carencias surge el genuino carácter humano. Unos luchan por sobrevivir, otros para expandirse, otros controlar el mundo o otros para enseñar a los ignorantes.

Ahora ya lo sabemos, después del Apocalipsis, surgirán los emprendedores. Y probablemente, seguirá habiendo Biblias.

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