Ya estamos en pleno regreso a la normalidad de cada curso. Los niños al cole y los adultos a multiplicarse. La futbolitis que todo lo contamina, los políticos que se desperezan de sus largas vacaciones a golpe de titular, las primeras lluvias que avisan del fin del verano. Como siempre.

Pero no todo está siendo igual. En esta rentrée he empezado socialmente perezoso. Menos activo que de costumbre. Hasta ahora lo había sido, más por instinto que por planificación. Como un “tenía la necesidad de ello”.

Ahora mismo es parecido, pero algo distinto. Con muchos matices. Hay menos necesidad de post y menos tuits. Incluso muchos días sin post y algunos días “casi” sin Twitter. “¿Que me estará pasando?” “¿Será normal?” formará parte del síndrome post-vacacional. Francamente no lo sé.

Puede que haya sido la coincidencia y el encadenamiento de problemas con el PC doméstico, el móvil y el portátil profesional. Una terrible triada, capaz de convertir en ludita al más techie de los “dospuntocero”.

Unos problemas de bricolage tecnológico -algunos de ellos posteados aquí- que me han demostrado lo increíblemente frágil que es todo este tinglado. Lo único certero es que me han robado bastante de mi escaso tiempo disponible. La reacción natural, de entrada, es la necesidad terapéutica de pasar más horas offline…antes que arrojar algo o alguien por la ventana.

O simplemente puede que haya decidido dedicar menos tiempo a los social media y más tiempo a mi entorno inmediato (familia y amigos) y a mis proyectos. Qué bastante atención y energía reclaman. ¿Será eso?

O puede que me esté volviendo más reservado. Y que la asimetría observada en algunas conversaciones, me haga replantear ciertas cosas.

O porque estoy saturado de tanto 2.0

O quizás sea la sensación que no tengo nada interesante que compartir ¿quién sabe?

Si pierdo followers o visitantes a mi blog, lo lamentaré, pero no pasará nada. Creo que mi ego podrá soportarlo. Al fin y al cabo, mañana volverá a salir el sol y a principios de mes seguiré pagando la dichosa hipoteca.

Sea lo que sea, tengo claro que es el instinto quien me pide racionalizar esfuerzos. Esto significa ajustar el esfuerzo. Implica bajar notablemente el ritmo y centrarme en aquello más importante y prioritario. ¿Hasta cuando? en realidad no lo sé. Quizás porque ahora mismo, más que nunca, siento la necesidad de mantener algunos silencios (¿conversar menos?) y hacer más.

Suena un poco raro, …pero ¿me explico?

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