Aunque tengo “mi Nikodemo” (felizmente junto a los socios fundadores), mis amigos saben que me encanta escuchar a gente con nuevos proyectos. Tengo la debilidad de ilusionarme fácilmente con los nuevos proyectos. Y de echar un cable, si puedo. Dicen que soy demasiado altruista y que tendría que hacerlo de forma más interesada, pero estoy convencido que mi karma mejora…

Me estimula y aprendo al escuchar nuevos productos o planteamientos ambiciosos en los que a menudo imagino enormes posibilidades. A veces incluso he cometido el error de “casi” convencer a alguien que emprendiera su proyecto propio. También me he dejado seducir por proyectos de los que he acabado saliendo por piernas…

De todo se aprende. Especialmente a escuchar. Algo en lo que intento disciplinarme. Incluso a morderme la lengua y –por supuesto- a no meter la pata. El emprendedor o empresario siempre busca franqueza. Si alguien no es capaz de convencerme, en una conversación de café, de las posibilidades de su proyecto, poco futuro le veo.

Como cuenta Pedro Nueno (“Emprendedor hacia el 2020”), los emprendedores tienen que ser imprescindiblemente “hábiles maestros de inspirar confianza”. Y añade “deben tener habilidad y aplomo para embarcar en sus proyectos a conservadores capitalistas”. Si no convencen a un público predispuesto a ilusionarse, malo.

Ahí los emprendedores-cocineros suelen tener un problema. Dominan técnicamente y a la perfección su actividad, pero suelen ser regulares “inspiradores de confianza”. Una cosa es argumentar tu producto o servicio y otra, vender tu proyecto. No es exactamente lo mismo.

Muchos asienten con el “estoy cómodo como autoempleo”, otros tienen el dilema de “¿Y si me complico la vida?”. Muchos acaban en la “marginalidad relativa” en palabras de Nueno.

Al parecer, si incluimos los que tienen su propia micro-empresa, a los que son free-lance o no dependen de ningún jefe, estaríamos hablando -según Nueno- del 30% de los que tienen 15 años o más de carrera profesional. Eso es mucho.

Ese es justamente el gran reto de esos proyectos. ¿Crecer más? ¿Arriesgar más? ¿Cómo lo gestiono? ¿Fichar a un gestor? ¿Quién? De dónde saco el dinero para pagarle?…

Para Nueno, aunque no acabo de compartir exactamente, “cuando alguien se hace emprendedor tiene dos peligros: fracasar y otro más grave, que es caer en la marginalidad. Estadísticamente hablando quien decide ser su propio jefe acaba en la mayoría de las ocasiones sin pena ni gloria”.

Es un dilema importante para los emprendedores. No sólo renunciar a un trocito de tu compañía, a veces incluso la posibilidad de perder el control en un futuro. La obsesión por mantener el control de la propiedad es lo que lleva en demasiadas ocasiones, no tanto a “caer en la marginalidad” (a veces muy feliz desde el punto de vista vital), sino a que se les pase el arroz y sean protagonistas del declive de su propio proyecto.

Seas “marginal” o no, creo que todos los emprendedores y empresarios deberían (deberíamos) tener nuestro hermano/a mayor. Así me lo hizo ver un amigo que vive en una de esas fases de desarrollo. Porque aunque seas totalmente feliz, siempre se necesita a alguien de absoluta confianza con quien contrastar planteamientos, a quien acudir para que te intente abrir alguna puerta o simplemente pedir consejo de vez en cuando. Llorar se debe venir “llorado” de casa…

Post relacionados: