Se trata del papilomavirus y no es un virus informático. Es el virus del papiloma humano. Personalmente desconocía la existencia de este virus, hasta hace unas pocas semanas, momento en el que tuvimos que vacunar a mi hija adolescente ante la sensación de urgencia creada por la industria farmacéutica con la inestimable ayuda de ginecólogos y pediatras.

Una combinación comercialmente super eficaz tal como apunta María Valero en su -muy recomendable- artículo (“La vacuna contra el papiloma virus humano el triunfo del marketing”). Este virus, que se transmite vía sexual provoca infecciones, que aunque la mayoría desaparecen solas “si la infección persiste y no es detectada a tiempo puede acabar provocando un tumor maligno en el cuello del útero”.

Como explica el artículo “un tipo de tumor casi desconocido (y minoritario) pasa a ser protagonista de una gran campaña de marketing”. No es que sea la primera vez que esto sucede, pero sí quizás han coincidido una serie de circunstancias que han favorecido la difusión y el “exitazo” comercial de la operación dada la sensación de pánico y urgencia que se ha creado alrededor de la dichosa vacuna. La amenaza latente es que “o vacunas a tu hija o corre un riesgo muy elevado de contraer cáncer de cérvix”. Muy bestia.

El gran éxito (al menos en España) es que recientemente el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud (SNS) ha dado luz verde a su inclusión en el calendario vacunal. O sea que el sistema sanitario público, pagará el coste de la vacuna contra el virus del papiloma humano y los que queden fuera del perfil de edad que marca el sistema sanitario, les tocará rascarse el bolsillo … o ser malos padres.

El asunto del dinero no es baladí, porque (!oh, casualidad!) el coste de la terapia está disparado (más de 300 €), siendo mucho más cara que una vacuna cualquiera de otro tipo. Un hecho relevante que dejará las maltrechas finanzas de la Salud Pública (se calcula que más de 4.000 millones de euros!)…, y de los asustados padres, temblando.

En el trasfondo está lo más importante, “las dudas más que razonables sobre su eventual capacidad y eficiencia para prevenir un número sanitariamente relevante de muertes por cáncer de cérvix en mujeres, comparado con las actuales prácticas preventivas” infinitamente más baratas.

Las compañías farmacéuticas tienen que ganar dinero, están en su derecho. Pero el resto de los mortales también tenemos el derecho de denunciar si determinadas prácticas nos parecen éticas o no. Más aún en la Era 2.0, donde cualquier planteamiento de marketing 1.0 chirría y cruje escandalosamente.

Estamos hablando de una campaña orquestada a nivel internacional y aunque parece una ironía que lo denuncie un marketiniano, como profesional del marketing, como ciudadano contribuyente y –especialmente- como padre, este tipo de estrategias me parecen indignantes.

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