Durante estos días de desconexión he tenido ocasión de ponerme al día con algunas lecturas pendientes. Una de ellas era el número 300 del suplemento cultura/s de LaVanguardia, número monográfico titulado “Barcelona|s”, dedicado a la ciudad y su relato.

Me encanta Barcelona, pero esto no me impide ser crítico con el discurso oficial. La tematización de la ciudad y del buenismo oficial reinante (también llamado happy flower power). No me parece nada bien la forma en que ha sucumbido al lobby hotelero y comercial. Demasiado cartón piedra.

Más allá de la estrategia común -que reclama Sergio Vila-Sanjuán- entre el Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat y ayuntamientos del área metropolitana, me parece más interesante el poder y la iniciativa empresarial que sigue haciendo de Barcelona una ciudad de creación. Hasta el punto, que tal como describía en su estudio Lausén, las industrias culturales representan el 20% de su producto interior bruto.

Personalmente creo que se están dando algunas circunstancias –no previstas y no planificadas- como es la inmigración, que lo están favoreciendo.

Lo cierto es que en una sola década 1997 a 2007 Barcelona ha pasado de tener una población extranjera de 30 mil a más de 250 mil extranjeros censados. Algo así como del 1,9% al 15,6% del padrón oficial… (¿Cuánto será el real?).

Este fenómeno, que está produciendo una diversidad y un mestizaje muy interesantes, espero seguirá alimentando la tradición de la (gran)ciudad como un foco intenso en creación e innovación. Algo tan directo y concreto como afirmar que la población extranjera favorece al sector quinario. Entendiendo por sector quinario, las actividades creativas e innovadoras relacionadas con la industria cultural, los servicios sanitarios, científicos y educativos entendido en términos amplios.

Lo curioso es que este empuje del –supuesto- modelo Barcelona en el ámbito del sector quinario se ha producido sin el liderazgo de las instituciones.

Esa es una excelente noticia. Porque cuando el poder, intenta teorizar sobre el supuesto modelo, desconfío. Creo que, como cita Joan Ramon Resina, “La ciudad se fue estructurando y posteriormente alguien lo descubrió y teorizó”.

Algo que apostilla Xavier Antich refiriéndose a Barcelona como “algo difuso e incontrolado, nadie puede arrogarse el mérito del diseño de esta nueva arquitectura ni de la música de esta partitura colectiva que, ahora, son ya nuestras”.

Por más que algunos se empeñen a demonizarla, (la gran)Barcelona es –con todos sus defectos- un lugar de convivencia de identidades, lenguas culturas, más allá del tópico bilingüismo.

Contra un cierto pesimismo y unas dosis excesivas de ensimismamiento narcisista, que como atina señalar Enric Juliana “Después de dieciséis años de luchas intestinas de la élite catalana” el resultado es que “Barcelona ya no se siente tan diferente [del resto de España]”, sigo viendo el vaso medio lleno.

Aquí hay las oportunidades que hay. Algunas (turismo) peligrosamente sobre explotadas. Otras, como “la ciudad del conocimiento”, empleada con profusión -como cita Ferran Mascarell- sólo como eslogan… Una realidad económicamente sostenible y la esperanza de futuro.

Afortunadamente creo que en Barcelona se está produciendo un relevo generacional empresarial silencioso. No hacen ruido porque viven y trabajan ajenos a las elites habituales, los etiquetados de la “sociedad civil”. Tienen sus proyectos propios. Seguro que a todos nos vienen numerosos nombres de emprendedores y empresarios, que están levantando o han levantado pequeños emporios empresariales.

La inmensa mayoría de ellos pertenecen al sector quinario. Son el presente y el futuro de una realidad. Miran más allá, discuten menos y hacen más…rápidamente.

Y seguramente no se preguntan permanentemente sobre si hay un modelo Barcelona, cuando quizás lo pertinente es hacerlo.

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