¿Donde está la seguridad para el inversor? ¿En el ladrillo, en los Bancos? En la Bolsa? Dicen que el dinero es conservador, le gusta la tranquilidad y pocos sobresaltos. Quizás ha llegado el momento de cambiar ese paradigma. Así se concluye después de leer el artículo de Rubén J. Lapetra (‘De la huelga a la revolución emprendedora’) en el que afirma que “cualquier ahorrador español hubiese estado más seguro fuera del sistema financiero, invirtiendo su dinero en jóvenes empresas en lugar de entramparse en colocaciones de participaciones preferentes, acciones de ‘dinosaurios’ bancarios o pagarés de dudosa solvencia”.

¿Recortes a escote? O selectivos?. Una organización, obligada a adelgazar por una pesada mochila económica del pasado, en forma de deuda o costes de estructura pesados, ¿debe aplicar el mismo ‘criterio excel’ a los negocios maduros y a los emergentes? Para ponerlo más fácil ¿tiene que recortar por igual a los nuevos proyectos que a los tradicionales? Ahora formulo la pregunta de otra forma ¿a quienes cuesta más de atraer o retener? O ¿quiénes son el futuro de la organización?

Startup-ízate. Las organizaciones tienen que tomar decisiones valientes. En tiempos de supervivencia, la solidaridad mal entendida, puede provocar que todos sean arrastrados y nadie se salve. Las situaciones complejas, requieren soluciones extremas… Por eso, las organizaciones, al igual que nuestras vidas profesionales, deberían empezar a gestionarse como startups (‘Interactividad y emprendedores en el #SWSX 2012’). Para quienes no estén familiarizados con las implicaciones que ello supone merece la pena tirar de la definición de Eric Ries: “Startup es una institución humana diseñada para crear un nuevo producto o servicio en unas condiciones de extrema incertidumbre”.

Los nuevos profesionales –también las organizaciones- deben ver su existencia como una evolución continua. Deben trabajar su proyecto personal como si fuese una startup. Deben planificar y desarrollar su carrera profesional en base a establecer metas, conseguir networking y asumir riesgos inteligentes con procesos radicales de innovación”.

Sin dogmas, con irreverencia. Saul Singer (‘Start-up nation’) cuando habla de la cultura emprededora israelí “La irreverencia es el fundamento de nuestra cultura innovadora: incompatible con los dogmas”. Una cultura que la llevan incluso a su propio ejército, en el que “no se mantienen las formas jerárquicas como en otros. Y de los oficiales, esperamos más que obediencia: deben tener iniciativa. Queremos ganar, no ser perdedores obedientes”.

Fracasado es quien no lo ha intentado. Por último, y volviendo a Rubén Lapetra, convendría empezar a reformular la esencia de la tradicional aversión española al riesgo y –especialmente- al fracaso. En EEUU, Steve Cae quien fracasó al intentar la mayor fusión de la historia de Internet (AOL y Time Warner), años más tarde lidera la nueva ola emprendedora. «En EEUU la tolerancia al fracaso es parte fundamental de su dinamismo económico«. Aquí deberíamos aprender de esto y empezar a considerar fracasado a quien nunca lo ha intentado.

Ahora que ya sabemos que la seguridad solo es una percepción, y en muchas ocasiones solo un espejismo, parece que la startup-ización no es una apuesta de riesgo, es el único camino al futuro.

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