Hace unos días era testigo involuntario de una conversación en el que dos madres con hijos en edad adolescente, se hacían mutuamente la pregunta de “¿ya sabe tu hijo para lo que quiere estudiar?”. En otros tiempos las respuestas previsibles ante este tipo de pregunta ‘antigua’, quizás habría sido responder según los cánones más convencionales de ‘para abogado’, ‘…médico’..

No pude evitar entrometerme en la conversación, respondiendo espontáneamente algo así como: “tranquilas, estudien lo que estudien les servirá de poco para cuando les llegue su momento profesional, todavía no hay estudios para profesiones que seguramente ni existen”.

Hay que seguir estudiando, pero estudiar tampoco es garantía de nada. La culpa no la tiene exclusivamente la poca sincronía entre estudios y el mercado laboral. Lo cierto es que la incursión de los veinteañeros en el mundo laboral les ha convertido en nuevos pobres. Su situación económica está por debajo de la que tenían en el hogar paterno, pese a tener mejor formación que sus progenitores. La formación se alarga y se masifica. Durante años vendieron que la formación te hacía avanzar personal y socialmente, pero esta premisa ya no funciona cuando la formación es masiva, porque baja su precio en el mercado.

Los números son elocuentes. La realidad es que el 50% de los jóvenes tarda más de un año en encontrar empleo tras estudiar, aunque un 28% encontró empleo en menos de un mes. Todo esto según datos difundidos este miércoles por el INE a partir de la Encuesta de Población Activa (EPA) de 2009.

Desde luego que aquí no entramos a discutir sobre el sueldo, porque parece previsible (mileuristas y gracias). Encontrar empleo es una cosa, ‘haciendo qué’ es algo distinto. El 23,6% de los jóvenes que comenzó a trabajar cuando concluyó sus estudios lo hizo como trabajador de servicios de restauración y vendedores de comercio, un 17,2% como artesanos y empleados de la industria, construcción y minería, y un 15,7% desempeñó la categoría de no cualificado. Por cierto, sólo el 5,2% se convirtieron en emprendedores trabajando por cuenta propia.

Tomando la foto del mercado laboral con otra perspectiva, el panorama es igual de complejo. Ya van unos cuantos años dedicados a la docencia. Cada vez veo que tienen menos sentido los “acumuladores de conocimientos” y los “coleccionistas de títulos”, cuya única meta es justamente esa. Un deporte peligroso, porque a menudo se convierte en un boomerang, capacitándolos sólo con una dosis extra de arrogancia y superioridad, que es justo lo contrario de lo que busca un empleador hoy en día. Un problema de actitud que les impide encontrar cualquier otra posición distinta a la que su orgullo les dicta.

Esos príncipes y princesas, cargados con sus títulos, tienen un problema serio. Los empleos chollo son muy escasos y la pirámide de la empleabilidad se ha adelgazado (y mucho) en la base, pero también se ha afilado más, en los proximidades de la cima. El buen empleo y la estabilidad, ya no conjugan. Es utopía.

Los títulos, los idiomas, la experiencia, los conocimientos son un ‘must’ pero a los “culos gordos mentales» (no físicos) cada vez les costará más encontrar su sitio. Sin arriesgar y sin mucho esfuerzo, no hay sitio en el que puedan caber. Ni comprando títulos. ¿Alguien les explicará la verdad?


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