Esto no es un epitafio, sólo un post de impotencia y rabia. De cuando experimentas una situación límite, tienes la solución lo suficientemente cerca para verla, pero demasiado lejos para alcanzarla.
Siendo justo, quizás deba empezar por admitir nuestros propios errores. El principal fue iniciar la aventura sin tener toda la inversión necesaria garantizada. Ingenuos, confiábamos resolverlo por el camino, pero ¿quién se iba imaginar lo que posteriormente ha sucedido? Los demás errores, en los dos últimos años, han sido por no haber tomado determinadas decisiones cuando tocaba.
En el pasado más reciente, hace sólo unos meses, los tres socios de Nikodemo decidimos poner toda la carne en el asador. Aumentamos la apuesta al límite, conscientes que si la apuesta fallaba corríamos un gran riesgo. Sin ninguna duda, nuestra ilusión, mezclada por la confianza en nuestras posibilidades y la ambición de abordar algo importante como empujar la transformación de una industria, nos ha llevado al punto que nos ha llevado.
Ahora estamos peleando para desatascar la situación financiera, pero las posibilidades de salvarla con financiación externa
La sensación de impotencia es máxima. Hemos iniciado una segunda ronda de financiación con inversores, buscando aceleradamente socios que quieran apostar por un proyecto como el de Nikodemo. Evidentemente el tiempo no corre a nuestro favor y la sorpresa ha sido mayúscula. El panorama general de posibles socios industriales es muy delicado. Hablamos de compañías de largo recorrido, que están en aprietos más o menos serios. Algunas en aprietos importantes, pero ya se sabe que cuando el problema es millonario, el problema es de otro.
Excuso enumerar los proyectos que hemos desarrollado a lo largo de estos últimos años. Todos con importante inversión, algunos con posibilidades de convertirse en referencia de la industria. Un título honorífico, vacío y un poco amargo. Los numerosos premios y galardones de innovación, creatividad, esas entrevistas, esos halagos, los aplausos, ahora resultan extrañamente lejanos y un tanto inverosímiles.
Nuestro partner financiero ofrece su ayuda, pero es insustancial, hueca de lo fundamental. Porque en realidad se desentiende entre excusas de no entender suficiente nuestro negocio (dos años después) o que no puede hacer nada con la ortodoxia de sus oficinas bancarias, con las que parece que además de compartir marca, comparte su aversión al riesgo.
Quizás la ironía de todo es que encontrándonos al final de la dura travesía, con nuestros mejores proyectos en liza y a punto de firmar nuestros contratos más importantes, la gasolina necesaria para concluir la travesía, la tengamos retenida (pignorada) por nuestro propio partner financiero. Cuesta imaginarme una situación más surrealista.
Somos mayores de edad y puesto que nadie nos ha obligado a hacer nada que no quisiéramos, somos responsables de nuestros errores. Para bien o para mal, lo conseguido es, conscientemente, el resultado de muchas ganas, esfuerzo e ilusión. Abriendo senda en un territorio imposible y poco explorado. Saliéndonos constantemente del camino trazado por otros, rompiendo normas y dando algún pisotón involuntario de vez en cuando. Tratando de cambiar el mundo nos hemos ganado algo de reputación. Pero esa audacia tiene precio.
Encajar Nikodemo en el traje del sistema es complicado. Y como sigo pensando que es un proyecto ganador, a veces pienso que soy yo quien no sabe hacerlo mejor. Si mi recompensa por la dura travesía
Un último detalle me queda añadir. Lo digo sin ápice de arrogancia y arrepentimiento. Sea cual sea el próximo capítulo de esta travesía, volvería a intentarlo… bueno, aunque cambiando algunos detalles de la historia.
Próximamente el desenlace.