Almorzaba ayer con un amigo y ex compañero. Nos vemos poco, pero cuando quedamos la charla es intensa y el almuerzo se hace corto. Es un profesional de Internet convencido. Ha sido emprendedor y ahora es directivo de un importante grupo. Reflexionaba si al final, en lo digital, las cosas van menos rápidas de lo que nos parece. Aducía que los que estamos muy metidos, a menudo perdemos de perspectiva la situación real de la digitalización y su avance.

Compartíamos que hay una parte de razón en ese síndrome que sufrimos con más o menos intensidad. Nos quejamos de la rapidez del cambio, pero en realidad disfrutamos con el mismo. De hecho no nos importaría que fuera más rápido.

No todo es perfecto. Las cifras indican que la penetración del uso de Internet se va consolidando, aunque todavía seguimos sin hallar el santo grial en cuanto a modelo de negocio. Pero la realidad es que Internet está ahí y sigue creciendo.

Personalmente me fastidia esa tendencia a estereotipar a los que hacemos un uso personal y profesional de la red. Parece que el gran problema es la piratería, los hackers, la pornografía. Y en el lado de lo “legal”, o eres un freak o vas de gurú. Cuando en realidad el auténtico fenómeno es la universalidad y capilaridad de uso, se obsesionan en etiquetar y cartografiar de forma poco afortunada.

Desde luego hay sitio para gente normal que vive intensamente la Red. A los que nunca nos hemos considerado nada, pero nos gusta escribir y compartir reflexiones, te acusan de vanidad compulsiva porque te “pavoneas permanentemente en tu blog”. O cuesta hacer creer a los de tu propia generación, un uso las redes sociales sin intención de ligar…

Reaccionamos con asomo e indignación cuando descubrimos que según el estudio ‘Nothing But Net’ de J.P. Morgan, el 38% de tiempo dedicado a medios de comunicación se pasa en la red, mientras que los anunciantes sólo destinan el 8% a los medios digitales. Ese desequilibrio, esa injusticia en el reparto de la tarta publicitaria, nos indigna. Lo denunciamos, lo tuiteamos con pasión, lo retuiteamos con interés.

Es cierto que nos entusiasma lo que hacemos y con quien lo compartimos. Usamos twitter en el teléfono móvil con absoluta normalidad y nos miran como niños haciendo travesuras. Veo la misma expresión cuando hace quince años (uff!) me conectaba a Internet o hace siete invitaba a mis contactos profesionales a LinkedIn.

Y entonces ocurre una anécdota que llama mi atención. En medio de un Telenotícies de TV3 van y emiten un reportaje sobre las redes sociales, en el que hablan de la supremacía -en cuanto a uso- de las mujeres, etc… El reportaje sorprende no tanto por la novedad de la noticia, sino por el aspecto físico de la protagonista escogida (¿al azar?). Piercing, corte de pelo especial, aro en la nariz, aspecto andrógino, etc… Look un poco “Lisbeth Salander” para entendernos.

“¿Habrá gente normal en Internet?” habrán pensado algunos padres y madres, acongojados porque su prole se relacione con esa gente a través de las redes sociales.

Pero puede que sea mi susceptibilidad la que me traiciona. Seguramente soy yo el rarito, quien todavía no se ha acostumbrado a esas prácticas. Aunque al final, ser rarito tiene muchas ventajas. Entre ellas no asustarse (y comprender a la perfección) cuando tu hija de quince años, que no lleva aro en la nariz, te dice que pasa de la peli familiar y que prefiere seguir viendo en su ordenador sus series preferidas en ‘Series Yonkis.

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