Tanto mi trayectoria profesional como la docencia durante estos últimos, ligada a temas de marketing y a su digitalización, me han permitido ser testigo de la evolución de sus profesionales.

Desde los prehistóricos comienzos hasta hoy, ha llovido bastante. No es mi intención contarte ninguna batallita, pero en los últimos meses se nota una angustia especial en los profesionales de marketing por no perder el “tren digital”.

Lógico, pensarás. Lo que en la prehistoria fue una mezcla de visión y romanticismo, posteriormente otorgaba pátina de modernidad, hoy se ha convertido en un must. Sea por el grado de madurez o por la exigencia de los tiempos, hay que ajustar presupuesto y pescar a donde va tu público en la arena digital. Buscar eficacia se le puede llamar.

La presión por estar al día en cuestiones de marketing digital, no es opcional. Como convencido digital, observo caras de sufrimiento. Demasiada angustia por conocer el último gadget, la última aplicación social,.. Nos frustramos cuando demostramos poca destreza en su uso. Temor por la obsolescencia de nuestros conocimientos, etc.

También se ve mucha precipitación. Demasiado seguidismo. Excesiva pose y prisa por usar –aunque sea torpemente- lo último. Con la eterna confusión de que lo último, es sinónimo de lo mejor o lo más apropiado.

Hay fiebre por instrumentalizar. Por lo táctico, por el corto plazo. Como me reflexionaba sabiamente Josep-Maria Fàbregas, hay un “enséñame a usar el bolígrafo”, en lugar de un “enséñame a escribir”.

Se confunde velocidad con corto plazo. A lo táctico e instrumental, se le acaba dando rango estratégico. Y luego pasa lo que pasa.

Se sabe usar Google Analytics, hacer una acción de SEM, dinamizar un grupo en Facebook, o que es la Realidad Aumentada, pero no hay capacidad de definir un posicionamiento de marca. O entender que es una segmentación. O en el peor de los casos, saber definir correctamente unos objetivos de comunicación. Algo peligroso para el profesional…y para la compañía para la que trabaja.

Sé que no son tiempos sosegados, de mucha planificación, de reflexión estratégica. En esta vorágine hay una actitud comprensible pero sorprendente y peligrosa. En esa fiebre digitalizadora por estar a la vanguardia surge el automatismo de (casi) despreciar lo que es tradicional. Al grito de estar a la última, se ningunean los fundamentos del propio marketing. El futuro es digital, pero no excluyente.

Una de las ventajas de peinar canas, tener cierta experiencia docente y recorrido en empresas de diferentes perfiles, es tomar conciencia de la evolución de las personas, y su voluntad por aprender y desaprender.

Como me comentaba Josep-Maria Fàbregas “Saber que no sabes (lo suficiente)” es el primer paso para tener la actitud adecuada e imprescindible para aprender.

Sé que esto puede provocar rechazo a algunos machos alfa digitales. Especialmente a aquellos que en su apriorismo desprecian todo lo que viene de los veteranos porque “se creen que lo saben todo”.

Es cierto que hay directivos de marketing en algunas empresas utilizando técnicas obsoletas (analfabetos digitales) y que podemos pensar que no cambiarán porque están de vuelta de todo. Es su problema.

De la misma forma, hay profesionales vigorosos que están al día y a la última en algunos aspectos del marketing digital, con un gran dominio sobre instrumentos y técnicas digitales específicas, que creen saberlo todo (analfabetos analógicos) y desprecian cualquier cosa que suene a fundamentos de marketing o que pueda venir de alguien con quince años de experiencia.

Puede que hayan técnicas de hace tres años, que hoy son obsoletas. Pero de la misma forma hay prácticas y metodologías de hace quince, que siguen siendo imprescindibles. O técnicas que hoy nos parecen lo último e indispensable y que probablemente dentro de un par de años nadie se acordará. ¿Quién se acuerda del WAP, de Second-Life,…?

Hagámonos un favor, evitemos dejarnos llevar por el pecado de la arrogancia digital, porque es demasiado fácil sucumbir y caer en el analfabetismo analógico. La experiencia demuestra que con fundamentalismos digitales el vuelo es gallináceo. Y puestos a elucubrar, no sé que es más peligroso si un analfabeto analógico o analfabeto digital.


Probablemente ambos.


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