Tras una reciente cena con unos amigos bien conectados con esa sociedad aburguesada de Cayenne, segundas y terceras residencias, tuve la confirmación de que ese mundo opulento y tradicional está siendo arrasado por el tsunami de la crisis.

Es lo que tiene esta crisis tan posmoderna que “el miedo a la catástrofe convive con la normalidad cotidiana”. Será que el temor no nos atenaza lo suficiente para impedir abalanzarnos a por una entrada para el concierto de U2. Eso sí, todavía no sabemos si la situación actual tendrá forma de L, de U o de V, aunque ya nos olemos que nada volverá a ser como antes.

Los hay que se han quedado bloqueados, desorientados y desubicados. Sin brújula posible. Curioso porque su mundo de cosas tangibles, de gente seria, de convenciones sociales y de industrias tradicionales, se está desvaneciendo. La presunta solidez de algunos sectores, negocios y empresas, se ha ido al traste rápidamente.

En cambio “mi mundo” de intangibles, de pequeños y medianos proyectos empresariales, de Internet, el de la permanente economía de guerra, aquel que en algunas ocasiones casi se mofaban y siempre ninguneaban, sigue. Es cierto que tan complicado como siempre, pero sigue. Más vivo que nunca, hervidero de ideas e iniciativas. Optimismo a pesar de todo.

Para entender el contraste y observar las diferencias, basta con acercarse a algún evento en el Círculo Ecuestre (esto no lo he vivido, me lo han contado), o al Círculo de Economía (esto sí que lo he experimentado). Luego es necesario participar y oxigenarse en un Iniciador, un Cava & Twitts o un First Tuesday.

Tal como escribe Raimon Ribera (“El futuro es vuestro”) uno tiene bastante claro quien ha provocado la crisis, quien se ha beneficiado y quien asumirá protagonismo por salir de ella. ¿Sociedades distintas? Lo parece.

Existe el riesgo de instalarnos en la cultura de buscar culpables, debemos evitarlo. Mejor apostar y promover la cultura de la aspiración. No sin antes tomar precauciones ¿qué tal una vacunación masiva contra el “síndrome del funcionario”?

Resetear a personas cuya máxima aspiración es encontrar el sueño de la estabilidad que tuvieron sus padres, no es sencillo. La gente tiene miedo. Odia los cambios y más cuando son imprevisibles. Allí sigue el espejismo contemporáneo de la estabilidad, del que urge despertar. Puede decirse más alto pero no más claro: la estabilidad ya no existe.

Algunos se horrorizan. Otros ponen cara de circunstancias. Lo prioritario es que alguien explique y persuada al tercer eslabón de nuestra sociedad, aquellos que conforman ese grupo de “rebeldes del bienestar” y les lea la cartilla. De buen rollo. Ese numeroso e importante grupo, a favor o en contra de Bolonia, aunque indignen al resto con su incomprensible comportamiento, hay que recuperarlos.

Ellos, que no han causado la crisis, sospechan que la estabilidad soñada ya es historia. Tienen razón y es comprensible su malestar, pero deberían entender que sin ellos no hay futuro, su futuro.

Por favor ¿alguien les puede explicar y convencer que la única forma de salir de este agujero está en lo de siempre: esfuerzo, innovación y espíritu empresarial?

¿Sería una herejía incorporar esas “materias” como asignaturas obligatorias desde la ESO hasta los últimos cursos en la universidad?

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