Ser padre de dos adolescentes es una “profesión” difícil. Como dice Trina Milán, la generación de los que ahora son adolescentes son “miembros socialmente activos de una sociedad que cambia a ritmo de bit”. Son consecuencia de una sociedad donde la tecnología va un paso por delante de la escuela, la política,…pero también de la familia.

Los esfuerzos de los padres por dedicar el tiempo de calidad a los hijos, es un reto continuo. Entre jornadas profesionales sin-fin y un agotamiento más que razonable al llegar a casa, no es sencillo tener la energía, paciencia y la concentración necesaria con la prole.

Además, los hijos en general, pero los adolescentes en particular, vienen sin manual de instrucciones. Nuestra experiencia vital de poco sirve. Comparar nuestra lejana adolescencia donde no había Internet, ni consolas, ni móviles, ni… con la actual, suena un poco a guasa.

El tiempo familiar para charlar –sin mediar ningún dispositivo electrónico por el medio- es escaso. A los adolescentes hay que sacarles la información con sacacorchos. No me considero un ejemplo de nada, pero creo que la costumbre de compartir desayuno y cena familiar es un acierto. La verdad es que pocos momentos más hay para una charla más o menos tranquila. A menudo hay que armarse de paciencia o adoptar una actitud casi zen, pero es lo que hay.

Decía que no me siento ejemplo de nada, pero me siento satisfecho, especialmente después de ver la actitud de algunos padres de mi entorno, con la vida regalada (en lo material) que ofrecen a sus hijos, oliendo totalmente a compensación por déficit de acompañamiento de los hijos.

Mis trifulcas familiares he tenido que aguantar, para intentar minimizar el efecto de esas compensaciones anómalas de otros padres. Desde “lo suspendo casi todo, pero voy igualmente de Semana Blanca”, hasta comprarle un iPhone al hijo o autorizar y no supervisar “cenas con los amigos en un restaurante un sábado por la noche”. Quizás sea un anticuado o peque de intransigente. No lo sé, pero me da lo mismo. A falta de un “manual” sigo la intuición y el sentido común.

Para los que ejercen de padres de adolescentes recomiendo la lectura de “Los rebeldes del bienestar, claves para la comunicación con los nuevos adolescentes”. Un interesante libro de Jordi Royo, que no es un manual, pero da algunas claves para ese encuentro generacional.

Desde luego nadie puede aventurar cómo evolucionará el adolescente. El pronóstico es complejo. En ocasiones puede tener poco que ver con la foto-finish del momento actual. Pero si los padres no asumimos el rol que nos toca, sí que elevamos el potencial de configurar “un ser pasivo, hedonista y egocéntrico”. Un resultado más que probable cuando los hemos convertido en los principales beneficiarios de “todo y más” sin esperar pedirles nada ni ningún esfuerzo a cambio.

Que el estilo educativo familiar y que la autoridad moral (suena a rancio, lo sé) sea la adecuada, no garantiza nada. Ni tan siquiera evita situaciones de crisis o conflictos diversos. Pero digamos que otorga mayor posibilidades de éxito en esta compleja etapa vital de tránsito hacia la edad adulta.

Por más que no lo parezca, las conversaciones con mi hija instruyéndola en el uso de Facebook (una vez recuperado de mi shock inicial), valen su peso en oro. Aunque luego no me quiera “agregar” como amigo suyo…

O las conversaciones con mi hijo sobre los diálogos de Cálico, o sobre los lances del juego sea el Tribalwars, GTA IV o el Pro Evolution. A los que siempre me ganará y que no evita que sean algunos de los grandes causantes de los clásicos “tira-y-aflojas” familiares, tan habituales como difíciles de compatibilizar con el tiempo de estudio.

En definitiva se trata de una fantástica etapa, donde los padres aprendemos lo que es tener hijos adolescentes en plena era digital, haciendo así un bonito e interesante 2 en 1.

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