El episodio sucedió el pasado lunes al mediodía. Me acerqué a El Corte Inglés a explorar sobre un (auto)regalo de Reyes: un reproductor/grabador multimedia.

Una vez en la planta de electrónica y después de dar un par de vueltas, localicé la zona de interés (los reproductores-grabadores TV). Allí estaban, más revueltos que ordenados, una gama bastante completa de marcas y modelos de grabadores, para casi todos los gustos y colores.

Estuve mirando modelo por modelo, durante un buen rato. Comparaba mentalmente las diferentes opciones y precios. Intentaba -más que conseguía- procesar la información. Al cabo de un rato se me acerca un señor, que muy educadamente me interrumpe y me pregunta si puede hacerme una consulta.

Le digo que sí, pero que yo también estoy mirando. Me hace la pregunta (¿conexión HDMI?), mientras estoy respondiendo se acerca otro individuo… que justo respondida la primera cuestión (sí HDMI 1080 HD), corrobora mi respuesta y añade otra duda respecto a ese modelo (disco duro de 640 GB incluido). En medio de ese foro espontáneo, se acerca otra persona para preguntar si se conecta o no la Red (sí, Ethernet y WLAN) y finalmente otros para cerciorarse que eso también funciona como decodificador de TDT.

Y así, un corrillo de cinco personas, totalmente espontáneo (¿2.0?) en la planta de electrónica de El Corte Inglés, charlando animadamente sobre un trasto/gadget electrónico (i-Recorder 1500 TDT de Inves) y sin esperanza de ser atendidos por algún experto del establecimiento.

Finalmente decidí comprarlo, en modo totalmente autoservicio, ya que visto el panorama, era imposible aspirar a más. Pero el episodio continuó…

Tuve que aguantar una espera poco habitual, en improvisada cola, de más de 10 minutos, para pagar. Los afanosos dependientes estaban allí, impertérritos y muy atareados, envolviendo –tranquilamente- las compras de los pacientes clientes. Mientras, la larga cola (nada que ver con la “teoría de la larga cola”), iba esperando estoicamente y con cara de ligero cabreo. El episodio continuó…

Nadie se puede imaginar la cara de sorpresa que puso la señora que iba delante de mí, en la cola, cuando le preguntó a uno de los “envuelve-regalos” cuál de los dos teclados que llevaba en las manos, le recomendaba. ¿Respuesta del dependiente? “pues no sé qué decirle señora”. “¿Cómo que no sabe que decirme?” respondió la señora, añadiendo un “¿No trabaja Usted aquí?” ¡Glupss!

La señora (más 1.0 que 2.0), con cara de estupor y rabia contenida, dejó tranquilamente los dos teclados encima del mostrador, y se fue, despidiéndose muy educadamente de los allí presentes.

Realmente la “culpa” fue de la señora. Tenía que haber localizado a algún otro cliente, con un teclado en la mano, y haberlo cosido a preguntas y dudas…

Pues eso, que algunos prefieren envolver los regalos en lugar de atender, orientar, argumentar ¿quizás vender? a los clientes. Otros prefieren (intentar)preguntar a los empleados de la marca. Otros –cada vez más- van por la vía práctica y segura, de compartir sus dudas y conocimientos con otros clientes.

Parece muy metafórico, pero no lo es. Es real como la vida misma.

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