Hace unos días recibí la notificación de Hacienda (vía de “apremio”) informando del impago de las cuotas camerales de los años 2005 y 2006. Me quedé pálido y se me hizo un nudo en el estómago.

En mi tremenda ignorancia, mi primera reacción fue que “se deben haber equivocado, yo jamás me he asociado a ninguna cámara de comercio”. ¡Qué iluso!

Luego me informé y descubrí -con enfado- la obligatoriedad del pago de la cuota a las cámaras de comercio. Es un impuesto más, que se paga y se calla. Lógicamente sin esperar nada a cambio. Vamos, lo normal en pleno siglo XXI.

Para resumirlo de forma llana, paga toda empresa y empresario que haya presentado beneficios. Las cantidades no son insignificantes y encima con los recargos, menos.

Desde luego, nunca he recibido ningún servicio (ni tan siquiera recuerdo factura, liquidación o comunicación alguna) de “mi” Cámara de Comercio ¿Casualidad, circunstancial, habitual? No lo sé.

Sinceramente, nunca me ha había preocupado de lo que hacían las Cámaras de Comercio. Seguro que hacen actividades y cosas interesantes. Según leo “defiende los intereses generales de las empresas y ofrece servicios a empresas y emprendedores para responder a sus necesidades y ayudarles a mejorar su competitividad”. Tan interesante como etéreo, pero lleno de buenas intenciones.

Sigo. “Avalada por su dilatada historia y su amplia oferta de servicios, se ha convertido en un punto de referencia de primer orden en el panorama socioeconómico del país». «Potenciamos, defendemos e impulsamos el desarrollo económico y empresarial. Somos una de las instituciones más representativas de la sociedad civil catalana y un punto de referencia de primer orden en el panorama socioeconómico del país”.

Seguramente con este discurso grandilocuente debería sentirme orgulloso de contribuir a semejante causa. Pero al final, a lo que suena es a mantener –obligatoriamente- unos determinados sillones de una parte de la llamada “sociedad civil”. Esa que supuestamente nos representan (ahora sé que también les pago) donde siempre aparecen los mismos rostros, en los mismos sitios, diciendo las mismas cosas.

Un magnífico retablo del siglo pasado, o del anterior. Supongo que entrañable para algunos, pero obsoleto, caduco, rancio e injustificable para la mayoría. Quiero tener libertad para asociarme, con quien quiera y cuando quiera.

Señores de la Cámara de Comercio, dejen de sablear a empresarios y autónomos. O en su defecto ofrezcan –de una vez- algún servicio de valor, que se perciba como tal.

Hasta ahora, mi relación con las cámaras de comercio era de indiferencia, ahora ya no.

PD. Recomiendo la lectura de la
entrevista a Leopoldo Abadía (“Prohíbete lamentarte de la crisis y actúa, invéntate algo) cuando le preguntan “¿Qué le diría al ministro Solbes? Respuesta de Leopoldo Abadía “!Cuántos millones de euros del presupuesto distraídos en organismos de relleno!”

Post relacionados: