Tengo una amiga que es un tesoro. Ha sido protagonista involuntaria de algunos de mis post. Está entre desilusionada, confusa, asustada y bastante cabreada… y sobre todo está en el paro. Hoy es mi musa. Su caso me parece un buen punto de partida –citando a Jeremy Rifkin– para ilustrar que el “trabajo” como tradicionalmente lo entendíamos, ha entrado en una permanente decadencia.

Lo cierto es que el grado de exigencia al trabajador moderno es cada vez mayor. Se le pide un enorme esfuerzo de adaptabilidad y capacitación para poder participar del proceso productivo. Eso o formar parte del creciente número de trabajadores con pocas perspectivas de futuro y todavía menos esperanzas de conseguir un trabajo aceptable en un mundo más automatizado y competitivo.

Los que peinamos algunas canas y hemos experimentado unas cuantas decepciones, sabemos que ese es un reto al que nosotros (y nuestros hijos) deberemos enfrentarnos durante el resto de nuestras vidas.

Vivimos en una sociedad que nos atiborra de conocimientos técnicos, pero que no nos forma emocionalmente ante esa especie de “apocalipsis permanente”

Cada vez cuesta más volverse a ilusionar. Los que somos inquietos y hemos luchado en varias trincheras sabemos lo que cuesta volver a enamorarte de un equipo, de un proyecto. Las decepciones hacen daño. Más cuando son inesperadas.

El económico es más o menos fácil de resolver. El social es complicado. El daño puramente emocional es importante. No nos forman ni en la escuela ni en la universidad. Tampoco hay vacuna. Nadie sale indemne. El tamaño de la decepción es directamente proporcional al grado de implicación y esfuerzo en el proyecto. Duele.

No nos engañemos, reiniciar el motor con veintipocos años tiene un coste, con treinta_y_algo deja alguna cicatriz. Pasados los cuarenta, hay que ir con cuidado para no engancharse al Prozac.

Escoger por donde empezar no es sencillo ¿y ahora qué? Si vienes de la trinchera, no hay problema, porque en ella seguirás. El problema surge cuando toca abandonar la zona de confort…

Me comentaba una head-hunter, especializada en coaching de directivos, las dificultades en esos procesos de reseteo. Con independencia del curriculum e incluso de la solvencia (lógicamente con problemas económicos el desastre es mayúsculo), cuesta volver a reubicarse y situarse de nuevo. Muchos no lo consiguen.

Quizás, como dice Rifkin, “deberíamos empezar a plantearnos la existencia de la era del posmercado, la era que estamos empezando a vivir: pensar en formas alternativas a los planteamientos más habituales en torno al trabajo, poner en marcha nuevos modelos de generación de ingresos y de reparto del poder; y generar una mayor confianza en el tercer sector, que a su vez deberá permitir la reconstrucción de nuestras comunidades y nuestras culturas

Aunque parezca una contradicción, en época de incertidumbre funciona mejor el foco en la innovación y el espíritu emprendedor. Desde luego no es tiempo para débiles. Ni para automatismos serviles y resultones. Eso o formar parte de esa masa de trabajadores sin futuro. Elije.

Visión positiva de la vida, ganas de construir y no de dejarse arrastrar. Interés en escribirte tu propio guión, no que te lo dicten. Me temo que todo eso no viene de “serie”. Son capacidades, actitudes,..que hay que desaprender y aprender. No consigo acordarme del autor, pero sí de la frase, “no importa las veces que caes, sino las que te levantas”.

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