Las últimas semanas he tenido ocasión de conversar con unos cuantos empresarios de Internet. He visto de todo. Empresarios con mucho dinero en la caja, otros con suficiente liquidez, otros sin un duro y viviendo de trabajillos aquí o allí.

Hay resignación, pero es especial. La impresión generalizada es que hemos iniciado la famosa travesía del desierto, de cuya duración, todo el mundo especula pero nadie tiene ni idea. Lo más llamativo con este panorama, es la patológica tendencia al optimismo de los emprendedores de internet, acompañado por una leve predisposición a verse a sí mismos como mártires por la causa. Un clásico bastante habitual.

La fuente de optimismo patológico (no confundir con el cansino optimismo zapateril) es esa idea utópica de El Dorado o de la intención de cambiar el mundo. Lícito pero imposible. Da igual, “moriremos con las botas puestas”, con una predisposición romántica que haría palidecer al propio Cándido de Voltaire.

Pero que nadie me malinterprete. No tengo ninguna duda que hoy, numerosas empresas de Internet, podrían ser tomadas como referente de gestión por muchas empresas en general. Sé que muchos escépticos pondrán cara de asombro y considerarán esta afirmación como una imbecilidad absoluta. Allá ellos.

Las empresas de Internet tienen algunas fortalezas destacables. Por enumerar algunas: Lo que es internetizable, ya está internetizado. Los costes de estructura, super ajustados. Dominio de las técnicas de marketing online. Los ingresos, a defenderlos con uñas y dientes desde la trinchera. La irreverencia de mirar al mercado con descaro. Un tempo de ejecución infinitamente más rápido….Pero por encima de todo esa cierta “indiferencia ante lo imposible” (David Vise dixit) ¿Más?

Con lo que está cayendo, veo más miedo en los rostros de muchos empresarios con negocios tradicionales, que en la mayoría de empresarios de Internet (incluso startups). “Será que no nunca han vivido una crisis” me apuntaban desde el “lado tradicional”. Pues francamente, no quisiera estar en la piel de un empresario o directivo de empresas del sector inmobiliario, o de la construcción, ni en restauración, ni tener nada que ver con la automoción…o ¿qué tal la banca?

Sea por desconocimiento, por pura ignorancia o porque salieron rebotados durante la crisis puntocom, continuo encontrándome con profesionales y empresarios, que miran con extraña cara de desdén –mezcla de arrogancia y prepotencia- a los empresarios digitales. “Son unos niñatos”, añaden en un tono ligeramente borde.

Cierto es, como dice Luis Martín de Cabiedes (el business angel de referencia), que “en internet es el único lugar donde tres indocumentados pueden hacer algo realmente grande”. Frase tan cierta como punzante.

De las penurias de hoy, probablemente surgirán las empresas líderes de pasado mañana. Son proyectos fibrosos, sin grasa, prestos a alcanzar el soñado éxito. Lo mejor es que son conscientes que pueden perecer, pero no se arrugan. Lo dicho, “el optimista tiene siempre un proyecto; el pesimista, una excusa”.

Hoy, más que nunca, aplica lo que en su día comentó el Sr. Churcill: “Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa”.

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