Durante la tarde del domingo nos dedicamos a la agradable tarea de llevar a mi hija y a mi hijo a sus respectivos destinos de colonias estivales.

Escribo este post no pensando en estas dos próximas semanas “sin niños”, si no acerca de un anécdota intrascendente.

Mientras desembarcábamos a nuestra respectiva prole en cada uno de sus destinos, se nos entregó a los respectivos padres el “Reglamento de régimen interno de los participantes”.

En él se especifica muy claramente (en negrita y en una fuente de mínimo 18) que llevar teléfono móvil se considera falta leve. De hecho es una falta cuya gravedad se equipara a supuestos del estilo de “a no respetar el descanso del resto”, “no mantener en orden la habitación”, o “no desarrollar las tareas asignadas por los monitores”…

Si viviéramos en Finlandia o especialmente en Japón, no sé se podría prohibir “llevar” el móvil.

Aunque admito que en un momento en que casi la mitad de la humanidad usa móvil, o dónde la salida al mercado del iPhone levanta pasiones y casi fanatismo, quizás sea recomendable y muy sensato un poco de sosiego y desconexión durante unos días.

Entiendo y cumplo la prohibición de no hablar por el móvil mientras conduzco, o cuando estoy en un avión no enciendo el móvil hasta que no autorizan a ello,…. Eso lo entiendo porque hay un riesgo real. Por eso reconozco que me sentiría más cómodo si en lugar de “prohibir llevarlo”, se restringiera su uso o se marcaran unas normas de uso.

El resto ya es responsabilidad de cada uno y de su supuesto saber estar. Hace pocos días tuve que exigir –lamentablemente- a un asistente a una importante reunión que apagara o silenciara su teléfono móvil. Era la segunda vez que interrumpía la sesión.

Ojalá fuéramos capaces de educar mejor –al menos en esto- a nuestros hijos. Y tal vez, aplicarnos el cuento a nosotros mismos. Quizás entonces deje de prohibirse “llevar” el móvil. O quizás pase a ser falta grave…

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