Ayer tuve un almuerzo con amigos de mi entorno profesional. En un momento de la conversación apareció el problema de la falta de espíritu de sacrificio de muchos de los profesionales. Concepto empleado un poco como cajón de sastre al que podríamos añadir falta de compromiso, ausencia de ambición, de afán de superación,…

Todo ello en contraposición a la precariedad laboral, a los problemas de la conciliación en la vida profesional y la vida personal. Tema de alta sensibilidad y políticamente delicado.

A modo ilustrativo conté la anécdota de la becaria que prefiere irse de vacaciones el mes de agosto antes que incorporarse en plantilla.

Es curioso constatar como muchos, entre los que me incluyo, hemos intentado y en algunos casos nos hemos acercado a esa nueva moral del trabajo fundamentada en el valor de la creatividad, intentando combinar la pasión con la libertad. No gestionar la empresa sólo con la hoja Excel. Dónde el dinero deja de ser un valor en sí mismo y el beneficio se cifra en metas como el valor social, el desafío intelectual y profesional, la transparencia y la franqueza.

Una filosofía muy atractiva sobretodo en contraposición a la hegemónica ética protestante y el espíritu del capitalismo. Max Weber defendía ya hace más de un siglo la laboriosidad diligente, la aceptación de la rutina, el valor del dinero y la preocupación por la cuenta de resultados….

Contrariamente al pensamiento habitual, creo que no sólo es un problema de las nuevas generaciones de profesionales que se están incorporando al mundo profesional. El problema siempre ha existido. Quizás ahora se amplifique ante las “tentaciones” de una vida más fácil, más cómoda, … más ociosa.

La gente tiene todo el derecho a quejarse de la precariedad laboral. Por que realmente existe. Pero también es cierto que en determinados entornos profesionales (de mayor valor añadido) muchos profesionales no tienen razón.
Por que el que busca encuentra. Hoy hay más información y conocimientos que nunca, al alcance de casi todos. Mayor preparación en todos los sentidos. Se viaja más que nunca. Hay más oportunidades profesionales. Aquí y en el extranjero. Aún así, el problema sigue latente.

Mi temor es que probablemente se acentuará en el futuro. Me explico. Lo cierto es que –y hablo en primera persona- hoy la frontera entre la vida profesional y la vida personal ha desaparecido. Las responsabilidades no son de jornadas de 8 horas, si no de 24×7. Me temo que esto generará inevitablemente mayores roces y conflictos entre las dos concepciones. Al final ¿qué es? ¿Falta de espíritu de sacrificio o hay que tender hacia una nueva ética del trabajo?.

No lo sé. Pero nadie está obligado. Un buen colega y amigo me dijo hace tiempo: “si no estás de acuerdo con algo, inténtalo cambiar. Si después de intentarlo no lo consigues, sólo tienes dos opciones: lárgate o cállate”.

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