Finalmente la experiencia Emmona, fue corta pero intensa. El sábado a las 6:00h de la mañana, Toni, Ciriaco y yo junto con los cerca de 300 participantes, partíamos de Sant Joan de les Abadesses con la intención de completar esta ultra trail. Muy buen ambiente y tensión por el reto. Por delante un primer tramo de Sant Joan a Pardines de17,5 km y 1440m de desnivel positivo. Con una subida salvaje de 1200 en poco menos de 6 km en su tramo final, hasta alcanzar el Puig Estela.

Cuando ya llevábamos una hora de carrera, las sensaciones eran muy buenas. Avanzando sin forzar a bastantes participantes, que subían jadeando. Después de un tramo carenando, empezaba una bajada poco técnica pero pronunciada (-1.050 metros) hasta Pardines. Segundo control y primer avituallamiento.

La bajaba bien, fresco y fuerte. Corriendo con un ritmo alegre cuando, justo un instante después de pensar «lo bien que voy”, inexplicablemente tropecé (solito) en un tramo de ‘pista para tanques’ repleta de piedras, cayendo de bruces y aterrizando en seco. Con fuerte impacto contra el hombro derecho y parcialmente las costillas.

Aturdido por el morrón, la primera imagen fue ver sangre y sentir un fuerte dolor en el hombro derecho y pecho. Toni y otros participantes me ayudaron a levantarme y aún tengo presente sus caras de susto.

Como solo llevábamos unos escasos 16km no era cuestión de quedarnos allí parados, así que seguimos bajando, al trote, hasta el avituallamiento. Llegué apretando los dientes, medio grogui, cojeando y totalmente dolorido. Estaba nervioso. Un contratiempo que nos rompía el ritmo previsto. La sola posibilidad de no sacar partido al duro entrenamiento de ocho horas semanales durante los últimos tres meses, tras la marató de Barcelona, me ponía de muy mal humor.

En Pardines me dirigí directamente a la furgoneta de la Cruz Roja que estaba lleno de voluntarios con poco trabajo. Me lavaron las heridas, me aplicaron una buena dosis de betadine, mientras Toni me traía un bocadillo y agua. El pit stop tenía que ser súper rápido, «estilo ferrari». Los de CruzRoja se tomaron su tiempo, poniendo muy buena voluntad y elevadas dosis de paciencia con un tipo que comía/bebía mientras lo curaban.

Justo antes de poner el pie fuera de la furgoneta de la Cruz Roja, confiaba en subir corriendo el siguiente tramo hasta el Coll dels Tres Pics, a 10,5 kmde distancia y con 1.300m de desnivel positivo. Pero en cuanto puse el pie en el suelo, el panorama cambió radicalmente. Me dolía todo, gemelo, costillas, hombro, brazos,… “Esto no se puede acabar tan pronto” me repetía, así que me convencí que esas malas sensaciones desaparecerían una vez volviera a coger temperatura y ritmo.

Como supondrás, cuando ya llevaba un par de kilómetros (caminando) empezaba a pensar si no habría sido más inteligente quedarme y abandonar a Pardines. A pesar de todo decidí continuar. Al principio traté de trotar en los pocos tramos que llaneaba algo, pero el dolor en las costillas era intenso. «Caminaré» pensé. Al poco, el dolor era intenso incluso caminando. Los últimos kilómetros, una vez asimilé que abandonaría el próximo control, se me hicieron eternos.

Llegué al Coll dels Tres Pics  y fui directo a los de la organización con un «no puedo continuar, abandono«. No tenía ningún sentido intentar terminar con 80 kilómetros todavía por delante. Después comí un plato de pasta y bebí unos sorbos de Coca-Cola caliente.

Las casi dos horas siguientes, que fue el tiempo que tardé en llegar a Sant Joan de les Abadesses transcurrieron charlando con los otros corredores que también abandonaban. Uno de ellos, Joan Clofent quién ya completó la Emmona el año pasado, hacía unas pocas semanas que a sus 66 años se acababa de convertir en el español de más edad que había subido al Everest (con oxígeno) y de paso completaba el proyecto de jubilación, las Siete Cumbres. Subiendo a las cumbres más altas de cada continente. El Everest era su último objetivo. Joan se lamentaba, entre risas, que la Emmona era de las pocas carreras en nuestra geografía que permiten obtener 4 puntos para… la Ultra del Mont Blanc. “Todavía me queda tiempo” pensé.

A media tarde era recogido por mi esposa Anna, con una cara mezcla de preocupación y regañina. Parada en casa para ducharme y directo al hospital, sin opción a discutir. Los ánimos se tranquilizaron con el “nada roto” pero pesó en mi ánimo el “aumentará el dolor de las costillas y persistirá durante 5 semanas”.

Durante la noche y la madrugada, mientras trataba de evitar el dolor y descansar algo, iba mirando el móvil. Todavía con Toni y Ciriaco en carrera, tenía una mezcla de angustia y esperanza. El último mensaje de Toni era de las 2:30 de la madrugada cuando pasó por Ribes de Freser.

A las 9:00 de la mañana no he podido esperar más, por teléfono Toni con voz cansada, me ha respondido: lo ha conseguido después de 26 horas. Enorme. Por su parte, Ciriaco abandonó en Nuria. Enhorabuena también para él, por llegar allí, pero sobre todo por el coraje de intentarlo.

Mientras acabo de escribir estas líneas, siento una cierta sensación de vacío. Todo ha quedado en un doloroso susto, pero persiste una gran decepción de no haberlo conseguido después de tantas horas de esfuerzo. Por ahora, solo cuento los días que me faltan para reiniciar de nuevo el entreno. Mientras, ya empiezo a preparar el excel con el planning para la Cavalls del Vent. Me quedan quince semanas y unas semanas de vacaciones en la Val d’Aran que facilitarán el entreno en montaña.

Y sí, tengo una espina clavada que se llama Emmona 😉

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