Numerosos medios recordaban ayer a la vista de las imágenes violentas, que Barcelona es una ciudad de tradición violenta. La historia habla de Barcelona como ciudad de las bombas y del ‘pistolerismo’ desde finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX.

Se me encoge el estómago con la columna Antoni Puigverd (‘Tres tristes tigres’) envuelta de pesimismo para los no formamos parte ni de los vándalos anarquistas ni de esa ‘clase obrera’ que “ha convertido la queja y demagogia en su modus vivendi”, pero no comparto ese estoicismo fatalista del “no podemos hacer nada”.

Barcelona tiene su lado positivo y un enorme potencial, aprovechémoslo. Es una ciudad intensa. Capaz de cosas extraordinarias (clima, espíritu emprendedor, visión smart city, economía saneada, atractiva,…) y de lo no tan bueno.

Queramos o no, Barcelona es un laboratorio social urbano que anticipa y perfila lo que acabará sucediendo en otras grandes ciudades. Esa es la realidad de la ciudad. Sorprende que una ciudad tan admirada, dentro y fuera, tenga esos contrastes. Los acontecimientos de ayer demuestran que es una ciudad distinta.

La versión de Barcelona apocalíptica de ayer, a lo Mad_Max es un problema. Ahora ya no hay la excusa de la permisividad del Tripartit con la tibieza, casi simpatía, del sector más “happyflower”. La amplificación de actos vandálicos tiene un efecto llamada. Los próximos días se debatirá si los Mossos d’Esquadra han sido permisivos o demasiados duros, si tenían que haber actuado antes o con más contundencia. La verdad es que no quisiera estar en su piel ni en la de sus responsables. La policía ni tiene capacidades precognitivas, ni ninguna unidad de Precrimen a lo Minority Report con la prevenir la espontaneidad y el refinamiento técnico y táctico con la que actúan los vándalos urbanos.

Puede que a algún descerebrado le dé poca importancia a los 200.000 euros de desperfectos en mobiliario urbano. El coste que le tocará asumir al sector privado, seguro que multiplica por mucho esa cifra. El precio de volver a ser foco mediático a causa de este anarquismo vandálico es incalculable.

Lástima que los actos vandálicos de unos algunos sindicalistas y de muchos indeseables, tape la otra realidad. La de miles de ciudadanos que ayer trabajamos con la normalidad que nos brindaron nuestros conciudadanos ejemplares.

Los verdaderos héroes de ayer fueron –fuimos- los que ejercimos nuestros derechos de forma pacífica y constructiva. Unos haciendo huelga –que no comparto-, otros ejerciendo el derecho de tirar adelante nuestros proyectos.

Barcelona es una ciudad viva, intensa y abierta. La agitación produce reacciones, pero la resiliencia urbana de Barcelona es enorme. Su metabolismo urbano es capaz de digerir esto y mucho más. Capaz de ser el escenario de violencia, pero también de ser el lugar al que vienen fabricantes de coche o marcas de moda, para inspirarse. Una ciudad capaz de ser referencia como smart city o de ser el foco mundial de la telefonía móvil. Una ciudad capaz de ser la mayor cuna de emprendedores del sur de Europa o de tener una de las mayores playas urbanas del mundo. Todo esto es Barcelona. Lo que no es, ni gris ni griega.

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