Tengo bastante comprobado que una gran mayoría de los electrodomésticos de mi casa (lavadora, frigorífico, etc..) duran de media diez años. Otros ni eso. Cuando se estropean, hacer venir al técnico para hacer el presupuesto de su posible reparación puede costarte tranquilamente unos 25€ y luego suerte con el coste de la reparación. El caso de las impresoras es más evidente. Al final, en lugar de arreglar, compramos uno nuevo y nos deshacemos del “obsoleto”.

Existe la creencia popular que antes los electrodomésticos de consumo masivo, duraban más. No es una sensación, es una realidad y se denomina obsolescencia programada (también obsolescencia planificada). Se trata de “la determinación, planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o empresa de servicios, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio.

No se trata de una leyenda urbana, fue desarrollada por primera vez en la década de 1920 cuando un grupo de empresarios se dieron cuenta de que cuanto más duraban sus productos, menos dinero ganaban ellos.

Thomas Alva Edison quería crear una bombilla que iluminara el mayor tiempo posible. En 1881 puso a la venta una que duraba 1.500 horas. En 1924 se inventó otra de 2.500 horas, pero el poderoso lobby Phoebus, presionó para limitar la duración de las bombillas. En los años cuarenta consiguió fijar un límite de 1.000 horas. Y así nació lo que se llama la obsolescencia programada, la reducción deliberada de la vida de un producto para incrementar su consumo. Desde entonces, los fabricantes han diseñado sus productos para fallar.

Culpar a la tecnología es el recurso fácil. La cuestión es nuestra falta de sensibilidad, la voracidad empresarial y que nadie se ha tomado esa bandera como argumento para un consumo más responsable a la hora de elegir marca de una determinada categoría de productos.

El fragmento de video pertenece al documental “Comprar, tirar, comprar” estrenado en TV3 (en enero se verá en TVE), dirigido por la alemana Cosima Dannoritzer y producido por Media 3.14 y Article Z, en coproducción con la televisión autonómica catalana, TVE y Arte France. En el documental denuncia esta práctica común en la sociedad de consumo. Un largo conflicto que implica tecnología, ética y seguramente la necesidad de alumbrar otro tipo de capitalismo.

Algún día los fabricantes de marcas de electrónica de consumo usarán argumentos de no-obsolescencia, de mantenimiento a largo plazo, de reciclaje. Quizás ocurra, cuando alguno de esos vertederos de productos “obsoletos”, en lugar de ubicarlos en lugares remotos de África, los tengamos cerca de donde vivimos, de las escuelas de nuestros hijos o cerca de los huertos donde cultivamos.

A la espera de que llegue ese momento, me parece un buen momento y un buen lugar para empezar a cambiar de actitud, empezando por nosotros… después se apuntarán las marcas.

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