Diversos episodios de los últimos años refuerzan la sensación que vivimos en una sociedad demasiado influenciada por el nepotismo y no sólo en la esfera pública. Acontecimientos como los sucedidos el 29S me hacen pensar en la necesidad de recuperar el compromiso con esa meritocracia, un poco producto de la mitología norteamericana, donde un vendedor de hot-dogs puede ser el futuro propietario de una multinacional. Para algunos es un artefacto ideológico conservador, para otros es una de las vías de inspiración.

Sigo pensando que debería ser nuestra obligación, un acto de justicia, hacia aquellas personas que por sus esfuerzos y capacidades personales han salido adelante y han “triunfado”, que merecen -y ojalá acepten- obtener puestos destacados y relevantes en la economía y la sociedad.

En nuestra sociedad parece que sólo la excelencia en deportes o el famoseo son dignos de merecer el favor del público. Evidencia un problema importante en nuestro sistema de valores, que encima está éticamente lastrado y socialmente amplificado, al otorgarles cierta bula,en forma de vida más permisiva o de libertad moral.

Pero tampoco podemos caer en el error de la meritocracia buenrollista. Las políticas de igualdad de oportunidades para todos, nos ha traído la idea que cualquiera puede triunfar en esta vida. La educación pública, la democracia, los derechos humanos, etc., nos habría puestos a todos en la misma línea de salida. Habría igualdad de oportunidades para estudiar y para trabajar, y por eso, el que triunfa, sería por sus cualidades internas.

El problema es que aquí somos muy latinos, pasamos de puntillas por los deberes y confundimos derechos con privilegios. Eso acaba generando altas dosis de frustración y desengaño, y los perezosos, vividores y caraduras, reclaman igualdad de oportunidades.

En realidad creo vivimos en un engañosa sociedad de la igualdad. El dinero no llega para todos. Hay que priorizar y apostar. A los que creemos en el darwinismo se nos llega a acusar de “dureza de corazón”, pero ya va siendo hora que seamos un poco más pragmáticos y realistas con lo insostenible de la situación. Sea en el ámbito social o el económico. Seguimos viviendo de la cultura de la subvención y demasiado de cara a la galería, aunque nos vemos obligados –sin sonrojo alguno- a recortar drásticamente los presupuestos de I+D+i. Mientras los sindicatos claman por recuperar una lucha propia del siglo XIX, algunas de nuestras mentes más brillantes, preparan sus maletas en búsqueda de algún destino en el que apuesten más por el futuro.

Quizás esta sería una de las razones por las que España, pero también Europa, sigue perdiendo la batalla por atraer el talento.

Puede, como escribe Tony Judt en ‘Meritocrats’  (vía Antoni Vives), que estemos ante la incoherencia de la meritocracia: hay que dar a todos la oportunidad y privilegiar el talento.

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